De Ramadán a San Fermín

13/07/2016 | Opinión

El Ramadán ha terminado este año el cinco de julio y los sanfermines han comenzado con el tradicional chupinazo del día seis. Francesca Cicardi comentaba para Reuters desde El Cairo sobre “Los excesos y las tentaciones del sagrado mes de Ramadán”. Desde Túnez, Zoubeir Souissi, también para Reuters, mencionaba que el consumo del atún aumentaba en Ramadán en un 400%, y que se tiraba a la basura el 40% de los alimentos cocinados. Y Tarek Ben Jazia, del Instituto Nacional Tunecino del Consumo cifraba en 850.000 los panes que se desperdiciaban cada día. Aquí en Pamplona, según el Diario de Noticias, las fiestas en honor de San Fermín produjeron en 2015 986.100 kilos de vidrio y de basura. A juzgar por el estado de las calles del casco viejo, en 2016 se batirá ese record. ¿Es ése el precio que hay que pagar por los más de 135 millones de euros que, directa e indirectamente mueven las fiestas y que hacen que las arcas locales entierren las diferencias políticas y griten al unísono “¡Gora San Fermín!”?

SanFermin-Ramadan.jpgSin embargo Ramadán y en cierta medida también San Fermín, siguen siendo fiestas religiosas. A propósito del Ramadán, como mes de ayuno, purificación y sacrificio, Hasan Mohamed, gran autoridad egipcia en “fatwas” (dictámenes religiosos) insiste en que el Islam predica la moderación en todos los aspectos de la vida, también en la mesa, y que “Dios no ama a quienes se exceden”. Y con ocasión del “mes sagrado”, la página web del servidor tunecino GobalNet ha publicado 14 notas sobre los principales profetas (Abraham, Moisés, José, Jesús y Mohammed) y 19 comentarios sobre algunos aspectos del vivir musulmán, entre ellos, la fe, la humildad, la limosna, el perdón, etc. En cuanto a San Fermín, las vísperas solemnes, la ofrenda foral de los niños al santo, la procesión de su imagen por el casco viejo acompañada por gigantes, cabezudos, comparsas, el arzobispo y el cabildo municipal en traje de gala siguen siendo actos oficiales del programa de las fiestas.

Un amigo tunecino no creyente opinaba que el Ramadán ni podía ni debía desaparecer porque la gente lo vive ante todo como una fiesta, y el pueblo tiene necesidad de fiesta. De hecho las cadenas de televisión ofrecen durante el mes santo programas enormemente festivos, y conciertos y festivales animan las noches de la vieja medina de Túnez. También los negocios, y no sólo cafés y restaurantes, abren tras el iftar, la ruptura del ayuno. Y por su parte, la mayoría no creyente del actual ayuntamiento de Pamplona sabe que los sanfermines no lo serían sin el canto de los mozos al santo segundos antes de comenzar a correr delante los toros en la cuesta de Santo Domingo, “A San Fermín pedimos, por ser nuestro patrón, nos guíe en el encierro, dándonos su bendición”.

“Lo que el Santo no ve, o cómo cuestionar los Sanfermines sin dejar de ser un buen pamplonés” escribía Paco Roda el 13 de mayo en una página web, pensando en los numerosos nativos que abandonan la ciudad para huir de sus excesos, en los ancianos del casco viejo que no consiguen descansar, o en aquellos, numerosos en estos tiempos de crisis, que sufren del consumismo sanferminero por falta de medios. También los jefes religiosos musulmanes critican el despilfarro ramadanesco en un mes que debiera caracterizarse por el ayudar y el compartir con los necesitados. ¿Es tal vez la tendencia al exceso algo característico de toda vivencia popular, y también de su religiosidad? Porque, más allá de lo que puedan pensar o desear jeques, muftis y obispos, el Ramadán y Sanfermines son expresiones de “religiosidad popular”. Con todas las consecuencias.

Ramón Echeverría

[Fundación Sur]

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