Amin Maalouf: ¿etiquetas imposibles o identidades asesinas?

28/06/2016 | Opinión

Sabía que el partido al que había dado mi voto no sacaría ningún escaño, y pude gozar de la liturgia televisiva postelectoral con una pizca de espíritu crítico, dos o tres de humor vengativo, una cerveza y algunas almendras. Ahí estaba El Coletas, acompañado por sus colaboradores como si fuera el fiscal o el capitán de una serie policiaca americana, explicando que ellos son el mañana. Sánchez pretendía ser el abanderado progresista, evitando el comentar por qué su progreso se había “acangrejado” y, mirando al frente, caminaba en realidad hacia atrás. Después, el abuelo Rajoy, un poco ganso al querer unirse a la gamberrada soft de sus huestes jóvenes. Y el Alberto que si hubiera estudiado un poco sabría que el centro es una figura puramente matemática, y que en la realidad existe sólo contaminado siempre por arriba o por abajo, por su derecha o por su izquierda… Y luego, lo mejor de la noche, el batacazo a las encuestas, incluidas las de a pie de urna. ¿Seré tal vez un poco anarco? Porque me alegré, y mucho, de que la complejidad humana había dado una vez más calabazas a ideólogos, políticos, sociólogos… y a mi vecino de al lado, empeñado en conocerme, entenderme y etiquetarme. ¡Ponerme una etiqueta a mí, que me despierto cada mañana constatando lo poco que me conozco a mí mismo! A mí, que comencé a apreciar realmente a Amin Maalouf sólo después de que escribiera en 1998 sus “Identités Meurtrières” (“Identidades Asesinas”, Alianza 2005), una ferviente protesta contra todo aquel que quisiera simplificar, haciéndola asesina, la compleja realidad de nuestra personalidad individual o colectiva.

Pero también es verdad que los políticos nos representan bastante bien. O, dicho brutalmente, que tenemos los dirigentes que nos merecemos, porque en general nos resulta más fácil identificarnos con lo que es blanco o negro, y a quien pretende que la realidad es más bien grisácea y compleja suelen caerle encima condenas y palos. Reaccionando a una interview puramente literaria concedida por Amin Maaoul el 2 de junio a la televisión israelita i24 (Homenaje a sus 18 predecesores en l’Académie Française), un editorial del cotidiano libanés Al-Akhbar lo insultaba seis días más tarde tratándolo de “León el Israelita”, parodiando así la primera novela biográfica que Maalouf escribió en 1986 (Léon l’Africain, traducido en 2003 por María Teresa Gallego) sobre la vida del diplomático y explorador granadino Hasan bin Muhammed al-Wazzan al-Fasi (Granada 1494 – Túnez 1554). Otro periódico libanés, Al-Safir, hablaba de “Traición de un intelectual”. Al Manar, la tv de Hezbollah protestaba contra lo que calificaba de “insolencia del escritor”. Y el periódico digital Al-Modon, haciendo como que lo defendía lo describía como un francés “orientalista”, manera habitual de poner en duda la capacidad de los extranjeros de comprender a los árabes.

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Amin Maalouf no es un “extranjero”. Nacido en Beirut en 1949, y aunque como la de otros libaneses parte de su infancia transcurrió en Egipto, se educó en el Líbano (escuela primaria con los jesuitas) y sus primeras armas como periodista las hizo en el cotidiano An-Nahar. Se aposentó en Francia en 1975, durante la guerra civil. Pero prueba de su enraizamiento árabe fueron su primer ensayo en 1983, Les Croisées vues par les Arabes (en español Alianza 2005) y la mayor parte de sus novelas.

Durante esta controversia Amin Maalouf no ha estado sólo. Una conocida periodista, Diana Moukalled, muy activa en las redes sociales, lo ha defendido porque “lo que se dice es mucho más importante que el lugar donde se dice”. Y Ziyad Makhoul, redactor-jefe del cotidiano L’Orient-Le Jour, calificó la campaña contra Amin Malouf de “idiotez suprema”.

Maalouf no ha estado sólo, pero sí en minoría, como tantos otros Maalouf ingleses, alemanes, españoles… Con lo cual vuelvo a nuestras elecciones, a nuestra manera de concebir nuestra identidad y, en consecuencia, de defenderla. Según Amin Maalouf, cuando se intenta reducir nuestra identidad variopinta y compleja a uno de sus componentes, éste se hace asesino, a veces literalmente. Cita el caso de la personalidad argelina, a la que han contribuido influencias bereberes, árabes, vándalas, romanas, bizantinas, cristianas, franceses y hasta hispanas. Si conseguimos hacer de un argelino alguien exclusivamente árabe y musulmán, esa personalidad artificial se hace asesina, como se vio en Argelia en los años noventa. Rubén Amón, en El País de ayer, 26 de junio, comenta cómo en La Mitad del Cielo el personaje reaccionario de Don Pedro, destaca que los españoles genuinos tienen sangre “espesa”. Espesura que consistiría en “la obstinación, cuando no en el partidismo extremo o del sectarismo, derivándose cualquier debate al interés propio o a la perspectiva particular, constriñéndola a una cierta miopía conceptual que excluye el criterio ajeno”. Menos mal que ese mismo día 26, una viñeta de La Razón describía una urna dispuesta a recibir nuestros votos sobre la que se leía la frase “no me llenen de odio”. Y tendríamos que preguntarnos: ¿En qué medida nuestro voto ha podido ser también expresión de nuestras “identidades asesinas”?

Ramón Echeverría

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