Las freganchinas rollizas., por Rafael Muñoz Abad

6/05/2016 | Bitácora africana

La vida es como la mecánica monzónica. Reversible. Estadísticamente es muy posible que recojas lo que siembres. El monzón es el responsable de que el islam no se extendiera más al sur de Tanzania pues si los navegantes árabes ganaban mucha latitud al sur del ecuador, ya no tenían como virar al norte por falta de vientos.

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Fenómeno que indirectamente afecta a Durban envolviéndola en una tórrida atmósfera de humedad. La llamada California sudafricana, donde el sol marinó el áspero carácter del afrikáner volviéndolo estival, es el mayor puerto de Africa y ostenta una comunidad hindú que supera el millón, lo cual la convierte en el mayor Indian quarter fuera de la propia India. Un añadido más al complejísimo crisol social de Africa del Sur.

Aquella noche de junio de 1995 no llovía en Durban; diluviaba. Y tanto lo hizo que la semifinal de la Copa del mundo de rugby entre los Springboks y Francia a punto estuvo de no jugarse. El King´s Park era un estanque cuyo césped ya no drenaba más agua. El rabo del monzón zurraba. La solución vino a la sudafricana. No podía ser de otra manera. El apartheid acababa de derrumbarse pero, si ya con más de dos décadas en el retrovisor de la historia, la vieja mentalidad racial aún goza de plena salud, ¿qué podíamos esperar al cabo de un puñado de meses de la excarcelación de Mandela? Si algo abundaba eran negros sin cualificar y con ansias de ganarse unos rands. Exactamente igual que hoy en día.

Alguien reclutó una legión de freganchinas rollizas; todas negras. Una cuadrilla de señoras vestidas a lo Mahotella Queens que armadas con estopas y palos comenzaron a empujar [rítmicamente] la marea contra las esquinas del campo. Y como la crueldad humana no deja escapar la menor oportunidad, ocurrió lo que en semejante situación irremediablemente sólo en Sudáfrica podía pasar. La grada, repleta de blancos vistiendo el polo verde de los Boks y posiblemente ahogados en cerveza, empezó a “jalear” a las pobres señoras que no paraban de achicar. Somos un país cruelmente entendible. Como mínimo bipolar. Los negros preparan el césped para que los chicos blancos jueguen al rugby; imagino que esa sería la frase de un tal Bikko si aún viviera y, lejos de faltarle razón, viene a definir un siglo de historia. Si van a Durban lleven paraguas sí o sí.

CENTRO DE ESTUDIOS AFRICANOS DE LA ULL.

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Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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