Burundi, Congo … del silencio a la indiferencia

4/02/2016 | Opinión

Una gran parte de África central parece estar hoy completamente fuera de los radares mediáticos y diplomáticos. ¿Quién piensa en Burundi, que cada hora, se hunde un poco más en el oscuro pozo de la violencia? En el Congo – Brazzaville, donde las voces discrepantes nos llegan como ecos lejanos. ¿Debemos esperar inexorablemente al terrorismo y a la guerra para fingir que estamos interesados en África? ¿Cómo podemos ignorar que África es sólo el producto de nuestra indiferencia de ayer?

Tanto para bien como para mal, el pequeño Burundi ha logrado encontrar un equilibrio político. Los acuerdos de Arusha, en 2000 pusieron fin, gradualmente, a una guerra civil que mató a más de 300.000 personas. También establecieron un reparto de poder entre la mayoría hutu y la minoría tutsi y limitaron a dos el número de mandatos presidenciales. Estos acuerdos están ahora en ruinas. Después de dos mandatos, el presidente Pierre Nkurunziza se ha aferrado a su sillón cueste lo que cueste, a costa de una espiral de violencia sin precedentes, de asesinatos, de periodistas maltratados o torturados. Perseguidos por los servicios de inteligencia, los corresponsales de AFP y RFI se vieron obligados a refugiarse en el extranjero. El poder también ha amenazado, de forma velada, a una corresponsal especial de la radio francesa acusada de «acciones perturbadoras», de «reportajes maliciosos» y de «informaciones falsas». Desde finales de abril, cientos de personas han sido asesinadas, aunque la evaluación precisa es difícil. Se anunció la presencia de 5.000 soldados de la Unión Africana para poner fin a la violencia. Sin embargo, ¿cuándo y para hacer qué? ¿Cómo coordinarlo sin el acuerdo del poder?

Por el lado de la comunidad internacional, las llamadas a la moderación y a la calma se han producido, durante meses, sin ningún resultado. El diálogo inter-burundés, dirigido por Uganda, está en punto muerto. Incluso las disputas étnicas no sirven para justificar las múltiples líneas de fractura del país. Si lo peor llega, las Naciones Unidas, en una nota que dio a conocer hace unos días, admite que ellos solos no podrían hacerle frente sin recursos adicionales. La magnitud de la violencia va más allá de «las capacidades de protección de la ONU», afirma el texto.

Las llamadas de la comunidad internacional, las hay también en el Congo – Brazzaville, pero tampoco. El panorama político está como congelado. El país, obviamente, inseparable de su Presidente Denis Sassou Nguesso volvió al poder por la fuerza en 1997, después de una guerra civil. En 2016, la constitución le impedía presentarse al poder. Pero no importa, se escribió otra constitución, a toda prisa, y se aprobó por referéndum en octubre. Unos días antes de la votación, Hollande estimó que Denis Sassou Nguesso tenía, después de todo, todo el derecho de consultar a su pueblo. Francia es, de hecho, un socio histórico del Congo, donde Total es la empresa líder en el sector del petróleo. Inmediatamente criticado por las ONG y la oposición congoleña, el presidente francés rectificó a las pocas horas (demasiadas) con un comunicado que condenaba todo tipo de violencia y recordaba la importancia de la libertad de expresión.silencio_indeferencia.jpg

Dado que las críticas son escasas, las elecciones presidenciales en el Congo se han adelantado de julio a marzo. Con este inesperado cambio de calendario, la oposición teme no tener ni el tiempo ni los medios para preparar la campaña, pero ¿a quién le importa? La oposición ha perdido, desde hace mucho tiempo, parte de su credibilidad. Sin acceso a los medios de comunicación, ni un “aura” real entre una población desilusionada, se ven, a menudo divididos y sin recursos.

El 20 de octubre los jóvenes salieron a las calles gritando «Sassoufit» (ya basta). La represión de las manifestaciones ocasionó 17 víctimas, según la oposición. Diez días más tarde, esta misma oposición anunció grandes manifestaciones por todo el país, desafiando los resultados del referéndum. Sin explicaciones creíbles, las manifestaciones fueron finalmente canceladas. Entrevistado en París, el escritor Alain Mabanckou, pidiendo al presidente que deje el poder, denunció la actitud de una oposición «que cuando todo empezó a crepitar se escondió y dejó a la juventud congoleña bajo el fuego». Pesimista, predijo incluso dos nuevos mandatos de Denis Sassou Nguesso, «visto el poco empuje e interés de la oposición».

Tanto en Bujumbura como en Brazzaville, todo está hecho para que nada cambie. En otros lugares, la situación de estos dos países, como muchos otros en África, suscita, como mucho, una vaga indiferencia, o lo que es peor respuestas descafeinadas, para decir que después de todo «esto es África». Como si “allí abajo” más que en cualquier otro lugar, un presidente tuviera el derecho de disponer de su gente a su placer y hacer de su país un jardín manchado de sangre… ¿Hasta cuándo?

Adrien de Calan es periodista en la Agencia France Presse. Ha trabajado en Radio Francia Internacional y en la Embajada de Francia en el Congo.

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