Escribo esta entrada 19 días después de las elecciones presidenciales y legislativas que tuvieron lugar en la República Centroafricana. Aun no se han publicado los resultados definitivos. Cuando digo a mis amigos centroafricanos que en mi país lo normal es tener todos los votos escrutados la misma noche de la consulta electoral y saber quién ha ganado, hasta a mí me resulta difícil creerlo. Como nota más positiva, llevamos varias semanas de calma en el país. Hace pocos meses todos auguraban que el proceso electoral estaría marcado por una gran violencia, pero no ha sido así. « Es una de esas sorpresas que a veces Dios nos depara », recuerdo que dijo en una reunión el jefe de la misión de la ONU en el país.
Claro, que cuando uno ve las cosas desde dentro se entienden mejor. Esa ha sido mi experiencia desde el pasado uno de enero. A partir de ese día, me pase varias tardes (desde las seis hasta las once de la noche) en el Centro de Tratamiento de Datos de la Comisión Electoral echando una mano junto con otros compañeros de la MINUSCA, la misión de la ONU en el país. Nuestro trabajo no era nada del otro mundo : casi siempre consistía en abrir los sobres con los resultados de cada colegio electoral, comprobar que todo estaba bien registrado, poner la rayita en el registro de los más de 6.000 centros de voto de todo el país y pasar los papeles al oficial de la Autoridad Nacional de las Elecciones para que certificara que los datos eran correctos. Todo esto, a base de papel y bolígrafo, en mesas con enormes montones de sobres y en salas con poco espacio donde atareados funcionarios se pasaban más de doce horas al día trabajando, a menudo sin tener tiempo ni para comer.
La presencia de personal internacional de Naciones Unidas parecía que ha ofrecido a la gente más garantías de que el recuento se hace de forma justa y sin riesgos de un posible pucherazo electoral.
Es la primera vez en mi vida que me he ocupado de « asuntos electorales ». La misión de la ONU en Centroáfrica ha proporcionado apoyo logístico, transporte y seguridad –además de formación a agentes electorales- en un país donde hay muy pocas carreteras, proliferan los grupos armados y no hay una tradición democrática digna de ese nombre. También se ha hecho un trabajo discreto de dialogar con los candidatos y otros líderes políticos para insistir sobre la necesidad de tener un proceso libre de crispaciones y sin ataques verbales que puedan incitar al odio. Todos parecen estar de acuerdo en que los que tengan quejas de presuntas irregularidades las van a canalizar con impugnaciones ante la Corte Constitucional, y no con manifestaciones en la calle. En general, la campana electoral fue bastante limpia y respetuosa, solo con algunos incidentes muy aislados de violencia. Lo más importante, es que la gente en Centroáfrica esta hoy convencida de que las elecciones son la salida a la crisis que ha azotado este país desde 2012. Además, la publicación de resultados provisionales dos veces al día durante dos semanas ha dado un mensaje de transparencia a la población que ha evitado las tensiones y miedos que ocurrieron en elecciones anteriores (2005 y 2011).
Mientras esperamos que esta semana se anuncien ya los resultados definitivos, es prácticamente seguro que habrá una segunda vuelta, el 7 de febrero, puesto que ninguno de los 30 candidatos presidenciales ha conseguido más del 50 por ciento de los votos. Y habrá que hacer lo mismo con las legislativas. Teniendo en cuenta que el proceso de recuento aquí es lento y que las dificultades logísticas son inmensas, no es fácil que haya resultados definitivos antes de primeros de marzo (siendo muy optimistas) y que el presidente nuevo pueda tener un gobierno formado antes del 20 de ese mes. Sera un proceso largo, pero habrá merecido la pena.
En todo este proceso de restauración de la democracia, ha habido manos invisibles que han actuado para que todo se desarrolle en un ambiente de calma. La primera, la del Papa Francisco, que con su visita a Bangui el 29 y 30 de noviembre contribuyo enormemente a que bajaran las tensiones entre cristianos y musulmanes. Y tampoco hay que olvidar que otros líderes religiosos nacionales, como el arzobispo Dieudonne Nzapalainga, el pastor Nicolas Guerekoyame y el imam Kobine Layama, han estado presentes en reuniones de los candidatos presidenciales para intentar que resolvieran sus diferencias de forma pacífica y con dialogo.
Tras cuatro años de pesadilla, 2016 puede ser el ano de la salida de la crisis en el que es el segundo país más pobre del mundo. Ojala que sus nuevos dirigentes, salidos de la voluntad popular de las urnas, sepan estar a la altura de las esperanzas que han depositado en ellos los sufridos electores. Y que Dios no se canse de depararnos nuevas sorpresas.
Original en : En Clave de África