El trágico destino de las niñas de Maidiguri y Mora, por Simon Pierre Talula

7/01/2016 | Bitácora africana

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Puedo escribir las líneas más tristes este día. Son apenas las nueves de la mañana, en un aeropuerto cualquiera, y acabo de pasar convencido por todos los controles de seguridad antes de embarcar. Es triste darse cuenta de cómo los golpes de la vida nos van moldeando, cómo nos endurecen y, a la postre, amenazan nuestras resistencias más internas. Puede que yo sea el hombre más triste de este aeropuerto, sí, seguramente lo sea.

Mientras escribo estas líneas, balbucean imágenes caóticas y borrosas sobre los posibles escenarios del último atentado ocurrido ‘ayer’ en el norte de Camerún donde, al parecer, murieron 10 personas. Pero estoy seguro de que cuando termine este artículo, ayer será mañana y habrán muerto otras tantas personas. Mientras escribo estas líneas, oigo esa vocecilla muy adentro que dice: “Por favor, que no haya sido otra ‘niña bomba’”. Sí, tengo miedo de entrar en el portal web de un medio de comunicación cualquiera y llevarme el disgusto, porque no puede haber mayor disgusto para mí que
la idea de utilizar a un niño, una niña, una adolescente huérfana de toda lucha ideológica, de las rivalidades y conflictos del mundo de los adultos, para perpetrar un atentado en sitios públicos. Mientras escribo estas líneas, temo que mi miedo se confirme.

Hace ya unos años que empezó este terror en el centro de África, con su epicentro en el secuestro de aquellas 200 niñas nigerianas, ¡que siguen sin ser rescatadas a día de hoy! Me pregunto cómo es posible que esta situación siga sin resolverse. ¿Alguien se imagina cuál puede ser el destino de aquellas niñas? Sin palabras. Después hubo varios ataques, vejaciones, muertes y poblaciones enteras huyendo en estampida.

Pero recuerdo con especial viveza el primer atentado utilizando a una niña, en Maidaguri, un lugar que suena a País Vasco, pero de hecho está en el norte de Nigeria, en el Estado de Borno. Recuerdo leer la noticia sobre una niña que llevaba atado a su cuerpo una bomba que se detonó en medio de un mercado hiriendo a casi 200 personas y, entonces, sin creerme totalmente lo que estaba leyendo, me quedé bloqueado, sin palabras. Tal era la nueva brutalidad y tal era la maldad retorcida que marcaba la nueva estrategia de Boko Haram, o como se llame. Recuerdo haber intentado escribir unas palabras por esa niña para este mismo portal, y ser literalmente incapaz. Ha pasado un año desde entonces y no han hecho sino aumentar el número de niños y niñas usadas como objetos letales en esta guerra cuyo objetivo no acabo de entender.

Desde entonces han continuado con la misma táctica en otros atentados en varios lugares de Nigeria y de Camerún también. A veces sin ninguna o escasa cobertura informativa y mediática. Especialmente en los medios españoles, con las cuales estoy absolutamente decepcionado en cuanto al interés que le dan a los acontecimientos procedentes de su continente más cercano. Pero eso es arena de otro costal. Se sabe que las tragedias de África no interesan a nadie, ni siquiera al millón largo de africanos y sus descendientes que vive en España. Tanto esto como nuestra capacidad de empatizar con las víctimas de diversos orígenes y de mostrar nuestro apoyo parecen estar limitados.
A cada cual con sus razones.

Pero desde aquí quiero abrir una brecha en este vacío y en esta indiferencia. Quiero hacer un llamamiento a que guardemos minutos de silencio en honor a esas niñas cuyas vidas perdidas son para mí la evidencia más incontestable de este sinsentido.

Ha pasado un mes desde que empecé a escribir este artículo, y efectivamente, más personas han perdido su vida en el extremo norte de Camerún, cerca de Mora. Más niñas de Maidiguri cuyas vidas terminan en un baile trágico de cadáveres que parece un nunca acabar. Y sólo son las 5 de la tarde, aún es diciembre y ruego que con el año nuevo dejen a las niñas ser niñas y crecer en paz en aquella región del mundo. Porque cada vez que matan a una de ellas, nos matan también a todos.

Autor

  • Talula, Simon Pierre

    Hijo de madre camerunesa y padre congoleño, he pasado la mayor parte de mi vida en España, especialmente en Santander, donde transcurrió
    parte de mi infancia, razón por la cual me suelo definir sin más como 'afrocántabro'. Soy Licenciado en Traducción e Interpretación y en
    Comunicación Audiovisual por la UPV/EHU.

    Interesado en las Relaciones Internacionales y en el lugar de África dentro de ellas a partir de la
    Guerra Fría y especialmente después de ella; amante de la lengua y del periodismo con repercusiones sociales, soy también un apasionado lector y curioso por la historia y la cultura africana y de su diáspora en lugares remotos y menos remotos del mundo.

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