La foto que acompaña a este post la hice hace dos años en Goma, la capital de la región del Kivu Norte en el este de la República Democrática del Congo. En ella se ve al padre Mario Pérez con dos niños del centro Don Bosco que los padres salesianos tienen en el barrio de Ngangi, a los pies del majestuoso volcán Nyaragongo.
El padre Mario es venezonalo, tiene 50 años, y cuando lo encontré con su pañoleta al cuello en medio de un grupo de niños de la calle, me llamó la atención por su jovialidad y su energía que parecía no tener límites.
Durante los dos días que pasé con él, no pude dejar de preguntarme cómo podían él y sus dos compañeros (uno congoleño y el otro, ya bastante anciano, esloveno) sacar fuerzas, recursos e imaginación para poder ayudar a los casi 3.000 niños y jóvenes que se beneficiaban de su institución, en la que además echaban una mano cuatro jóvenes voluntarios italianos.
En el amplio recinto de su centro infantil-juvenil funcionaban una escuela maternal, otra primaria, un instituto de formación profesional donde se aprendía mecánica, carpintería y corte y confección, un centro de salud para madres y niños(muchos de los cuales padecían desnutrición) y puede que me deje alguna actividad en el tintero. Había también niños huérfanos que vivían en el centro de forma permanente y todos los días desfilaban por allí niños de la calle a los que muchas veces la policía dejaba con el padre Mario porque no sabían que hacer con ellos, antiguos niños soldado y un sin fin de menores que encontraban a la sombra de los hijos de San Juan Bosco un futuro que no podían encontrar en ninguna otra parte.
Recuerdo Goma como uno de los lugares más hermosos y, al mismo tiempo, más deprimentes que he visto en mi vida. Sus calles cubiertas de lava negra solidificada, marca indeleble de la erupción volcánica que arrasó la localidad en el 2002 le daban un aire de luto permanente que no desentonaba de la triste condición de sus cientos de miles de personas desplazadas que habían abandonado sus aldeas cercanas debido a la brutalidad de las bandas de rebeldes de Nkunda, apoyados por Ruanda, que entonces como ahora les hacía la vida imposible. Se vivía entonces una fase de conflicto en estado latente que ha estallado durante los últimos meses.
Han pasado dos años y el padre Mario sigue allí, y no tiene ninguna intención de marcharse. Su centro Don Bosco sigue prestando ayuda a esos 3.000 niños y jóvenes, además de otras 2.000 personas que han encontrado tras sus muros refugio, alimento y medicinas. Mucho se ha escrito estos días sobre los misioneros que viven allí, al lado de las víctimas del conflicto, particularmente de la hermana Presentación López Vivar, quien perdió ambas piernas tras caer un obús en la casa donde vivía en Rutshuru, unos kilómetros más al norte de Goma.
Durante los días que viví en Goma y Bukavu conocí a muchos de ellos. Hombres y mujeres sencillos, de una gran fe, que acompañaban a una de las poblaciones más martirizadas del mundo y que siguen allí. Desde este blog, escribo estas líneas recordándoles para pedirles que no les olvidemos y que, si podemos, les echemos una mano, sabiendo que todo lo que ellos reciben lo usan para ayudar a una población cuyo destino parece ser otra vez pagar los platos rotos de una guerra que se libra, no tanto por enfrentamientos étnicos, sino más bien por pura rebatiña de recursos minerales valiosos.