Del 29 al 30 de noviembre el Papa estará con nosotros. Acojamos al mensajero de la paz que nos trae la reconciliación”. Desde hace pocos días, este y otros mensajes de texto, en francés y sango, llegan a los abonados a las compañías de telefonía móvil en la República Centroafricana. Aparte de esto y de la reparación de algunas vías principales en Bangui, no hay muchos más signos visibles que hablan de la llegada de Francisco a la atormentada capital de este país que sigue sin conocer la paz. Faltos de esperanza y sufriendo violencias cotidianas, los centroafricanos rezan para que no se malogre la visita papal a última hora .
De momento, ni banderolas, ni camisetas, ni carteles… el país es demasiado pobre como para preparar grandes fastos, que tampoco necesita Francisco, el cual nada más saludar a las autoridades irá directamente a visitar un campo de personas desplazadas. Tanto el arzobispo de Bangui, monseñor Dieudonné Nzapalinga, como las autoridades vaticanas, insisten en que la visita del Papa se mantiene. Será la etapa final de su primer viaje africano que le llevará primero a Kenia y a Uganda, dos países amenazados por el terrorismo islamista. En Centroáfrica la situación es más compleja y difícil de remediar. Desde que en marzo de 2013 los rebeldes musulmanes de la Seleka tomaron el poder, el país no ha salido de una espiral de enfrentamientos entre grupos armados, venganzas inter-comunitarias, inseguridad crónica y desesperación cotidiana. Basta con pensar que de sus cuatro millones y medio de habitantes, alrededor de medio millón viven en el exilio como refugiados y otro medio millón son desplazados internos.
En Bangui, tras casi un año de mejora de la seguridad que prometía un futuro de estabilidad, a finales de septiembre una nueva oleada de violencia sigue dando coletazos a diario. En el enclave musulmán conocido como “el Kilómetro Cinco”, milicias musulmanas asociadas a la Seleka atacan casi a diario a barrios cristianos, quemando casas, disparando y sembrando el terror. Sus enconados rivales, los anti-balaka, se vengan siempre que pueden matando a todo musulmán al que pueden echarle la mano encima, incluidos a los aterrorizados seguidores del islam que durante los últimos días han intentado marcharse de la capital en convoyes escoltados por soldados de las fuerzas de mantenimiento de la paz de Naciones Unidas. La tensión es grande y la gente cada vez es más pesimista, poniendo muchos interrogantes sobre si finalmente se celebrarán las elecciones presidenciales, previstas para mediados de diciembre. Y en el resto del país, con las milicias campando por sus fueros, la situación es de inseguridad total.
De repente, el pensamiento de que el gran líder espiritual del mundo que se impone proclamando el perdón y la paz va a llegar a Bangui y a decir a los centroafricanos que dejen de matarse, se convierte en la última esperanza a la que la gente aquí puede aferrarse. Tanto cristianos como musulmanes le esperan como agua de mayo. Hace dos semanas, no obstante, hubo un incidente bastante desagradable cuando el arzobispo Nzapalainga llevó a una delegación del Vaticano a la mezquita central del Kilómetro Cinco, lugar que está previsto que Francisco visite durante su segunda jornada. Uno de los líderes fanáticos de la milicia, Haroun Gaye, irrumpió con algunos de sus secuaces a gritos y empezó a insultar y a proferir amenazas contra el arzobispo. No tuvieron más remedio que irse con rapidez. Por la tarde, los imanes presentaron disculpas a la delegación y les dijeron que no les hicieran caso, que sólo representaban a una minoría y que la gran mayoría de los musulmanes deseaban que Francisco viniera a verles. El arzobispo, por su parte, dijo en la radio que perdonaba a su agresor verbal.
Es posible que tantas expectativas tengan que ser algo atemperadas. Es típico de los pueblos oprimidos esperar que vendrá de fuera un salvador que los sacará del apuro como por arte de magia. Por eso la Iglesia en este país insiste en que la verdadera reconciliación vendrá de los propios centroafricanos y que será un proceso largo, con muchos altibajos y que demandará mucho sacrificio por parte de todos. Pero nada de esto supone que la gente no pueda mantener la enorme ilusión de que dentro de apenas tres semanas el Papa pueda dar un enorme empujón a la paz y la reconciliación.
Si finalmente, como esperamos todos, llega ese día, todos saldremos a la calle a gritar que queremos la paz, todos nos abrazaremos y aunque sólo sea por dos días enjugaremos nuestras lágrimas y olvidaremos que en Bangui se sufre y se muere a diario. El remedio, Francisco nos dirá, está en la misericordia. Por eso está previsto que realice un gesto fuerte al anticipar en dos semanas la apertura del año jubilar de la misericordia, acción que realizará no en Roma, sino en la catedral de Bangui. Proclamar la misericordia en uno de los lugares del mundo donde el odio parece reinar y causar estragos pero donde Dios mostrará que es posible cambiar las cosas para que la muerte y el rencor dejen de tener la última palabra.
Original en : En Clave de África