Rehoboth, la ciudad de los bastardos., por Rafael Muñoz Abad

8/10/2015 | Bitácora africana

La colonización al norte del Cabo de buena esperanza se vertebró con el Antiguo Testamento en una mano y un rifle en la otra. Una morralla de colonos barbudos que a golpe de carromato acabarían bastardizando el holandés en afrikaans. Gentes cuyo objetivo era vivir bajo la ley de dios y lo más lejos posible de los británicos y el arrabal de libertinaje que -a sus ojos- era la vibrante colonia de El Cabo. Una diáspora deseosa de aislamiento y tierras propias que acabarían denominándose afrikaners. Bajo el pretexto, o no, de la escasez de blancas, engendraron a las mujeres khoikhoi dando lugar a los coloureds y con ello a una de las culturas satelitarias de la colonización del Africa austral. Razón por la provincia de Northen Cape es de mayoría coloured. Tierras que, conjuntamente con los criados mestizos liberados, fueron colonizadas por los aventureros y pioneros neerlandeses en su largo periplo hacia un norte árido y despoblado; paraje que forjaría el termino y el áspero carácter afrikáner como sociedad fronteriza. Raid que atravesaría la actual Namibia hasta incluso adentrarse en Angola.

A unas 50 millas al sur de Windhoek, capital de Namibia, está Rehoboth. Localidad de nombre bíblico que popularmente se le conoce como la ciudad de los bastardos y donde una comunidad de apenas 30.000 coloureds aspira a la autodeterminación. Descendientes del éxodo encabezado por Van Wijk y su mujer [negra] forman parte de la organización “estados sin estado”. Surrealista. Rehoboth no se distingue de cualquier otra población namibia. Una afilada iglesia luterana alemana y calles vacías. Los cientos de kilómetros yermos que se desparraman entre cada gasolinera te permiten reflexionar sobre lo que te cuentan y percibes.

Cruelmente, los blancos los llaman los inteligentes albañiles bastardos; afirmando que son buenos edificando y los genes caucásicos los “mejoraron” haciéndolos más trabajadores que los negros…Sin comentarios. Los namibios-alemanes se apresuran a explicarte que sus ancestros jamás se acostaron con las mujeres herero o khoikhoi y que ese linaje indigno es producto exclusivo de las correrías de los boers. Y en parte es cierto, pues la comunidad de rehobothers es descendiente inmediata y “pura” de los boers que se mezclaron con mujeres Nama del sur de Namibia. Si Sudáfrica ya es compleja en lo social, Namibia no le va a la zaga pues aquí hay dos tribus blancas. Alemanes y afrikaners; agua y aceite.

Antonomásticamente y lejos de avergonzarse, los baasters de Rehoboth se enorgullecen de su origen como sociedad fronteriza y se proclaman como bastardos puros; formando una comunidad profundamente paternalista cuyo fervor cristiano contrasta con sus altos índices de alcoholismo y violencia sexual.

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Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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