Los protectores del Citroën 2CV en África, por Afribuku

1/10/2015 | Bitácora africana

Autor: Alejandro de los Santos

Entre vendavales de arena y golpes de calor vive casi todo el año la población de Níger. En un clima tan hostil todo tiende a la lentitud, a la racionalización de la energía corporal. El descanso es tan importante como beber agua o resguardarse a la sombra durante las horas en las que el sol es más agresivo. Tan sólo las lluvias estacionales dan tregua a las elevadas temperaturas. Niamey es como un arenal gigante atravesado por unas pocas carreteras de asfalto reservadas al tráfico, por edificios bajos y por el inmesino río Níger que humidifica el ambiente. Se ven algunos camellos circular por la ciudad con la parsimonia que se requiere en ambientes tan cálidos. El calor llega a ser tan abrasador que la energía se corta cada dos por tres, la red de teléfonos móviles deja de funcionar y la ciudad se queda oscuras bastante a menudo. Los estragos que causan las condiciones climáticas son perceptibles a simple vista en los edificios de la ciudad. El polvo se cuela por casi cualquier grieta de las paredes. En estas condiciones todo parece difícil de mantenerse en buen estado de conservación.

El patrimonio del África occidental se relaciona habitualmente a una tradición oral milenaria que sobrevive al paso del tiempo. Lo inmaterial se protege mejor que lo material, que siempre se verá afectado por la fatalidad del clima. Los nigerinos profesan un especial respeto por el legado recibido desde tiempos inmemoriales hasta nuestros días. Y no sólo se conservan las epopeyas, fábulas, proverbios y canciones milenarias, sino aspectos que forman parte de la historia más reciente. En la vida urbana de los primeros años de la independencia se observaban elementos heredados de los franceses que componían el attrezzo de aquella época yeyé. Uno de ellos era el Citroën 2CV, popularmente conocido como el dos caballos. Desde que se presentara en el Salón del Automóvil de París en 1948, se convirtió en uno de los coches de moda dentro de las clases medias de todo el mundo durante varias décadas. No es de extrañar que ese mismo vehículo fuese el coche de la familia de Mafalda o apareciese a manudo en las aventuras de Tintín. Este ejemplo del diseño automovilístico del siglo XX dejó de fabricarse hace 25 años pero constituye una de las grandes obsesiones de los coleccionistas de coches y de los fetichistas de lo vintage. “El 2CV… Eso no es un coche… Es un arte de vivir”, se lee en una fotografía que circula por la red.

Ismael trabaja como chófer en el Centro de Estudios Lingüísticos e Históricos por Tradición Oral (CELHTO) de Niamey, entidad creada en los albores de las independencias para promover la investigación en el ámbito de la literatura oral africana. Es nieto de Boubou Hama, padre de las letras nigerinas, poeta y filósofo, del cual se reconoce su labor única de recopilación y difusión del patrimonio oral de las diferentes etnias que componen el país. Ismael expresa con orgullo la importancia del trabajo monumental construido por su abuelo a lo largo de toda su vida con el fin de que la identidad de su pueblo no se pierda. Al trabajar en una institución como CELHTO, de cierto modo logra mantener una línea de compromiso familiar con la historia y el patrimonio nacional. Aunque no es precisamente la literatura oral algo que le interese especialmente. Cada mañana nada más llegar al trabajo acondiciona y lustra los coches oficiales para conducir de un lado a otro de Niamey al personal interino de la institución o a los investigadores que llegan con frecuencia de otros países. “A mí lo que me apasionan son los coches”, afirma Ismael. Pero no cualquier coche. Según él mismo, el Citröen dos caballos es también un elemento patrimonial que hay que restaurar, proteger y divulgar, pues también forma parte de la historia de Níger.

Con el objetivo de “salvaguardar el mito del 2CV”, surgió la idea de coordinar las acciones de los amantes nigerinos del dos caballos con la creación de la asociación Les chevrons du Sahel, que preside el propio Ismael. Desde lesta entidad promueven la restauración de los ejemplares del 2CV que quedan tanto en Niamey como en el norte del país, en la región de Arlit, donde se encontraba sede de las empresas mineras francesas Cominak y Somair, cuya flota de vehículos estaba constituida exclusivamente por Citröen 2CV y Renault R4. Cada visita al desguace es como una inspección en un mar sin fondo en busca de un viejo buque. Poco importa el estado en el que se encuentre el vehículo, siempre se hará todo lo posible por rejuvenecerlo y resucitarlo. El proceso de arreglo no es para nada sencillo, la arena entra por cada resquicio de las piezas y las altas temperaturas no favorecen a que el motor pueda funcionar normalmente. No obstante, cada bólido recuperado es motivo suficiente para que la asociación se reúna a celebrarlo y den algún que otro paseo con el nuevo miembro de la flota de 2CV restaurados. Y no lo hacen por devoción a la velocidad, pues el coche apenas llegó a alcanzar los 115 km/h.

Como en la novela La balsa de piedra de José Saramago, en la que los seis personajes emprenden un viaje épico a lo largo y ancho de la península Ibérica a bordo de un 2CV, los socios de la asociación suelen organizar recorridos frecuentemente por las carreteras semidesérticas del Sahel. A juzgar por las condiciones de muchas carreteras de la zona y por la cantidad de arena que invade el asfalto, atravesar cientos de kilómetros con vehículos tan antiguos no parece tarea fácil. El dos caballos es además un coche concebido de partida para entornos mayoritariamente urbanos y no para un ecosistema tan arenoso como el que se encuentra entre el Sáhara y la sabana sudanesa. En un contexto así, es inevitable comparar la proeza de los Chevrons du Sahel con los cowboys africanos protagonistas de la película Le retour d’un aventurier (El retorno de un aventurero) del director nigerino Moustapha Alassane, que a los lomos de un caballo y vestidos como en un western estadounidense aspiraban a sembrar justicia en los límites del desierto. En el film Alassane criticaba el mimetismo por parte de las sociedades africanas de todo aquello que sonase a occidental tras el paso definitivo a las independencias. No obstante, Ismael y sus compañeros surcan las calzadas de Níger, Burkina Faso, Mali y Senegal al encuentro de otros organismos defensores del 2CV de la zona, con el objeto de mostrar a la población de África occidental la importancia de proteger un patrimonio que a todos pertenece.

No hay que olvidar que tanto la marca como el modelo tuvieron una fuerte implantación en África desde principios del siglo XX. Ya en el año 1924 el propio André Citroën impulsó algunas expediciones por el África negra, como la célebre Croisière noire, para dar a conocer su marca. Al final de la década de los 50, el 2CV se puso de moda como consecuencia de las carreras que se realizaban a través de toda la zona como estrategia publicitaria. Costa de Marfil se convirtió en el centro neurálgico de distribución de estos coches gracias a la Compañía Industrial y Comercial de África. Más tarde, en 1963, la empresa se lanzó a la fabricación in situ, dando a luz al único 2CV fabricado en África, el célebre Baby-Brousse. Tal sería el éxito del 2CV en África en la época, que el coche aparecería incluso en sellos oficiales de correos de Níger, Benín, Gabón y Ghana.

Esta larga historia de relaciones de los africanos del Sahel con el dos caballos legitiman el cometido de unos apasionados del motor de una reliquia que ha marcado a varias generaciones. La existencia de asociaciones de apasionados 2CV en medio mundo dan cuenta de la importancia de un coche que se mantuvo en el mercado durante seis décadas y del que se fabricaron un total de cinco millones de vehículos. Ismael y sus aliados son los protectores de un patrimonio contemporáneo, extravagante para unos, imprescindible para otros.

Original en : Afribuku

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