La presencia china en África Subsahariana se está convirtiendo en el tema por excelencia de los comentaristas sobre África. El interés de Pekín por los países al sur del Sahara no es nuevo, y sus relaciones han pasado por las mismas etapas que la política exterior china en general. Pero la intensificación de las relaciones chino-africanas durante la última década, logrando desbancar a EEUU como primer socio comercial en el continente, han atraído la atención de muchos observadores por lo interesante del fenómeno y el cambio del modelo de comercio y cooperación.
Cada tres años, desde el 2000, y con sedes alternas entre China y el continente africano, se celebran los Foros China-África (FOCAC), el mayor exponente de estas relaciones. Que China tiene una manera diferente de entender las relaciones diplomáticas y comerciales se evidenció en uno de los FOCAC más importantes, el de 2006. Este FOCAC llevó, con todos los honores, a un Robert Mugabe que por entonces estaba siendo arrinconado en la escena internacional. El discurso de Mugabe se endulzó con las palabras que a China le gusta recordar en cada relación diplomática con África: cooperación mutua, desarrollo común, asociación estratégica.
Nadie ha sabido reaccionar con rapidez en la escena internacional ante este acercamiento chino a África. Quizás sólo la India ha intentado seguirle el paso, pero está a mucha distancia de conseguir los mismos resultados. EEUU, por el contrario, lo abandonó todo. Menospreció la habilidad china para hacerse con el continente. La elección de Obama generó expectación en toda la región, pero la política de EEUU en África durante su mandato ha sido tal, que muchos añoran los años de Bush Jr. A modo de ejemplo, Washington no ha conseguido celebrar un fórum parecido a los FOCAC hasta Agosto de 2014. Y Europa tampoco ha sabido reaccionar a tiempo.
Formalmente, la relación de China con los gobiernos africanos se basa en tres puntos que la diferencian de las relaciones occidentales con el continente. Por un lado, China no habla de la condicionalidad de la ayuda –cooperación condicionada a reformas económicas o políticas-, sino que habla de condiciones de la ayuda. Y es que China obliga a determinadas obligaciones por parte de los gobiernos africanos para prestar ayuda en un determinado proyecto, pero no a cambios políticos o legislativos. Por ejemplo, China considera necesario importar mano de obra desde sus territorios a África Subsahariana para la construcción de infraestructuras. Este principio de no condicionalidad es, junto a la gran cantidad de dinero invertido, el punto fuerte de la presencia china para los gobiernos africanos. Frente a una cooperación y una relación diplomática con Occidente donde cualquier apoyo se condiciona a reformas del sistema político de carácter neoliberal –conglomerado de paz liberal-, China no exige ningún tipo de determinante político o económico. Que cada Estado se maneje como considere oportuno hacerlo, pero que colabore con Pekín.
El segundo punto es la igualdad entre socios. China no quiere tratar a sus homólogos africanos de una manera desigual, y por eso se empeña en formalizar en cada reunión esta horizontalidad diplomática y en atacar el paternalismo de Europa y EEUU. De ahí que trabaje para obviar las condenas morales o los boicots económicos y sea vista como refugio de parias internacionales, como el mencionado caso de Mugabe.
Por último, el tercer punto tiene que ver con el eterno debate entre Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD), o Inversión Extranjera Directa (IED). Para China la mejor ayuda es la inversión. Por este motivo ha sido capaz de crear empresas de crecimiento global, que cuentan con un capital entre 1.000 y 5.000 millones de dólares, que se dedican a invertir en mercados locales, comprar compañías pequeñas o aliarse a ellas.
Desde África, se produce un envío de materias primas a China. Muchas de estas empresas de inversión lo hacen en el ámbito de los recursos naturales, ayudando a los gobiernos locales a explotar yacimientos que, por sí solos, no serían capaces de explotar. Es el llamado intercambio de materias primas por asistencia técnica. Pero si tenemos en cuenta que esta última es proporcionada por China enviando a sus propios técnicos, cabría preguntarse dónde está la transferencia de conocimiento en todo esto y, por tanto, si no está generando una dependencia nueva y extremadamente fuerte del gobierno africano de turno a Pekín.
La presencia china, a menudo, deslumbra por lo rápida que es creando infraestructuras en una zona con una fuerte escasez de ellas. Puede embarcarse en proyectos como carreteras, vías férreas u hospitales. Sin embargo, cabría preguntarse tres cosas respecto a estas infraestructuras generadas por China. La primera es su calidad, ya que no sería la primera vez que una infraestructura se tiene que abandonar por su rápido deterioro. También hay que preguntarse por su utilidad, ya que muchas de ellas sólo son disfrutables por las elites económicas o políticas del país. Es decir, que no resuelven problemas de los africanos y de las africanas en general. Y, por último, estas infraestructuras son construidas en base a préstamos o a hipotecas de los servicios generados con empresas Chinas. Por tanto, los gobiernos africanos se ven pagando enormes sumas por infraestructuras de poca calidad que terminan utilizando una pequeña parte de la población.
China intenta combatir esta generación de deuda a través de la concesión de préstamos sin intereses, pero lo cierto es que, con intereses o no, los nuevos préstamos se van acumulando a la deuda impagable y odiosa que sostienen los africanos y las africanas.
La presencia china tampoco es positiva para las industrias locales. La construcción de infraestructuras podría beneficiarles al aumentar la capacidad de comercio, pero China también se dedica a inundar los mercados locales con productos de fabricación propia, de baja calidad y aún más bajo precio. Esta competencia –que podríamos llamar desleal– hacia sus propias producciones limita el espacio y la capacidad de maniobra de las pequeñas empresas africanas.
Las empresas chinas, además, aprovechan las externalidades medioambientales ya que, en caso de deterioro de la zona, tienen capacidad para desinvertir y marchar a otra más acorde. No así las industrias y modos de vida locales, que ven cómo la presencia china acaba con sus entornos sin haber recibido nada a cambio y sin ayuda para recuperar la zona.
Las empresas chinas, además, invierten en el campo de las materias primas y agrícolas, pero no apuestan por el I+D, sino con un estándar mínimo que le permita recolectar lo que necesita para las necesidades internas sin invertir de más. Esto provoca que la economía africana afectada por esta inversión se vea abocada al fin de la diversificación, a la especialización en un determinado producto sobre el que gire su economía.
Y las inversiones no son nunca asépticas. Es decir, China invierte sólo en aquellos países que tienen unas materias primas que considera prioritarias. No tiene un interés generalizado por África, sino exclusivamente centrado en países que tienen algo que le puede interesar.
La política de no condicionalidad, que China lleva hasta las últimas consecuencias, boicotea las políticas pro Derechos Humanos de la comunidad internacional. Puede que hoy, que sin el conflicto bipolar no tenemos nada claro quién es el bueno y quién el malo de cada película, esto nos pueda parecer bien. Pero lo que es seguro es que sin una política internacional consensuada de boicot hacia Sudáfrica, el fin del Apartheid no hubiera sido como el que conocimos.
La actuación de China como agente de paz en el continente es bastante decepcionante. Acostumbra a renunciar a negocios y dejar hacer a la comunidad internacional siempre que se le garantice un mínimo para continuar invirtiendo en el escenario postconflicto. Casos como el de Sudán, donde China no se interpuso en ningún momento a cambio de que se le mantuviera un suministro mínimo de petróleo, son paradigmáticos. China, además, mantiene un gran comercio de armas con los países africanos, y boicotea constantemente cualquier intento de tratado sobre este tema.
Oscar Mateos escribió que existen dos maneras de entender la presencia china en África. O de manera muy positiva o de manera negativa. Pocos grises en la zona. Este artículo no será una excepción, ya que desde aquí consideramos que la política china en África, la cooperación china en África, no es emancipadora. No ayuda a los africanos y a las africanas a mejorar sus condiciones materiales de vida, al tiempo que mejoran sus condiciones políticas y sociales. China da voz a los gobiernos africanos, pero no a sus pueblos. Impide tener una política intraafricana e internacional de defensa de los Derechos Humanos, ya que cualquier crítica hacia Pekín en este sentido es penalizado con la retirada de la inversión.
La cooperación china en África, lejos de ser horizontal como afirma la palabrería diplomática, es vertical. Existe una relación de poder entre Pekín y los gobiernos africanos que no se puede obviar. Unos dependen de la inversión del otro. Quizás cambien las formas, pero no el fondo. China está construyendo un sistema neocolonial basado en el extractivismo y en una apariencia de progreso que genera una sensación de que las cosas avanzan. Pero en realidad, está construyendo un África made in China, hecha con malos materiales y nula liberación de los pueblos africanos. Un África sin progreso, al servicio de los intereses externos.
Original en : .africaye.org y El Sr. Kurtz