Temor a un retorno del enfrentamiento hutu – tutsi en Burundi

9/05/2015 | Opinión

Raramente el antagonismo hutu/tutsi es evocado de frente en Burundi, cuya historia reciente está marcada por masacres entre las dos comunidades. Sin embargo, la “cuestión étnica” impregna las mentes y surge el temor de que la crisis actual despierte antagonismos reprimidos.

Más allá de la contestación de la candidatura del presidente Pierre Nkurunziza a un tercer mandado, lo que de verdad está en juego es la supervivencia del Acuerdo de Arusha, que trajo la paz a Burundi al establecer un sistema de reparto del poder entre hutu y tutsi, tras una guerra civil que opuso desde 1993 a 2005 el ejército, mayoritariamente tutsi, a grupos rebeldes hutu. Este acuerdo ”debía permitir – en palabras de Thierry Vircoulon, de International Crisis Group – una gestión democrática de la cuestión étnica. Se trataba de un arreglo institucional entre las elites de las dos etnias para compartir el poder. Lo que está en juego en la crisis actual es el mantenimiento o no de este arreglo institucional”.

El presidente Nkurunziza y sus partidarios, al contravenir la limitación a dos mandatos impuesta por el Acuerdo de Arusha, han expresado con claridad que lo consideran caduco. Han dado la razón a quienes afirman que su objetivo supremo es revisar la Constitución para deshacerse de la herencia de Arusha. Tanto el Acuerdo como la Constitución “marcan cuotas étnicas” en las instituciones a fin de desactivar la cuestión “hutu/tutsi”, recuerda Christian Thibon, profesor de la Universidad francesa de Pau y especialista en el país. Los dos textos se basan “en un compromiso, el espíritu de Arusha, que el sector duro del partido presidencial, el Cndd-FDD, antigua rebelión hutu, pone en cuestión. Los recuerdos de una guerra civil, desencadenada por un golpe del ejército – en manos de la minoría tutsi en el poder desde la proclamación de la República en 1966 – contra el primer presidente elegido de Burundi, Melchior Ndadaye, un hutu, siguen atormentando las mentes de los burundeses.

Sin embargo, la crisis actual es política; no se trata de una oposición entre hutu y tutsi. El presidente Nkurunziza se enfrenta a una protesta multiforme, que agrupa a la sociedad civil – que se afirma multiétnica – a partidos políticos de oposición tanto tutsi como hutu, o a la Iglesia católica. La fronda ha alcanzado incluso a un sector del Cndd-FDD, antes de ser ahogada.

No obstante, subraya Thierry Vircoulon, “la crisis actual así como la propaganda que la ha precedido, refleja fuertemente esos antagonismos” hutu/tutsi. Ya en 2014, una tentativa fracasada de reforma de la Constitución había puesto fin al acuerdo del gobierno entre el Cndd-FDD y Uprona, principal partido tutsi. A base de alusiones y perífrasis, comprendidas por todos los burundesas, la propaganda del campo presidencial recuerda desde hace unos meses la dominación tutsi pasada o a cusa al FNL, otro partido hutu, de “pactar con los enemigos” cuando trata de acercarse al Uprona. Esta propaganda recuerda también la importante presencia tutsi en el seno de la sociedad civil o en los medios independientes, muy críticos con el Cndd-FDD. Las autoridades han aludido también al hecho de que la actual contestación agita sobre todo los barrios tutsi de la capital.

Adrien Ntabona, sacerdote y etnólogo en la universidad de Burundi teme, que “un fenómeno de etnización” se apodere de la crisis si ésta se prolonga: “las tentativas de etnización a las que asistimos podrían ‘prender’, ya que los reflejos condicionados (heredados de la guerra civil) están siempre ahí”. “A medida en que la crisis se alarga, los temores se impondrán y volverán a aparecer los resentimientos étnicos”, explica Christian Thibon, y “Nkurunziza va a sacar provecho (…) de este pudrimiento; para el campesino hutu se convertirá en algo más seguro que lo desconocido”. Tanto más cuanto que entre los jefes de la oposición a Nkurunziza, todos ellos antiguos actores de la guerra civil, la desconfianza sigue persistiendo. “En el fondo, la cuestión étnica sigue estando presente en la mente de los políticos burundeses, ya que el pasado de la guerra civil no ha sido aclarado en la plaza pública y las responsabilidades no han sido establecidas, cuando todo el mundo sabe lo que cada uno ha hecho en Burundi, subraya Thierry Vircoulon.

En las zonas rurales, un controvertido programa de restitución de tierras a los refugiados de la guerra civil ha exacerbado las tensiones hutu/tutsi, en un pequeños país, esencialmente rural y uno de los más densamente poblados del continente.

En Burundi, “la política es percibida como una guerra – un vencedor y un vencido -, una revancha. Mientras la cultura política cultive este esquema perverso, el riesgo de una evolución hacia una crisis étnica existe”, expresa preocupado Christian Thibon.

Entre los peores escenarios posibles estaría la fractura del ejército – en el que el Acuerdo de Arusha garantiza una representación paritaria entre hutu y tutsi – conforme a líneas étnicas o adhesiones similares a las de la guerra civil.

Esdras NDIKUMANA / Aymeric VINCENOT

Fuente: AFP

[Traducción: Ramón Arozarena]

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