Construyendo futuro en el gueto, por Gabriela Pis San Juan

29/04/2015 | Bitácora africana

La calle central de Bwaise, uno de los mayores suburbios de Kampala (Uganda), está dividida en dos por un riachuelo que lleva las aguas residuales hasta algún lugar alejado del barrio. A los lados, se extienden desiguales caminos de tierra que serpentean entre los recovecos que las casas de ladrillo, madera y latón dejan entre sí. Calles llenas de ropa de colores que cuelga al sol; mujeres y hombres que lavan, fuman, cocinan, comen, duermen, pasean, escuchan música o hablan; y niños, muchos niños y niñas que juegan sin ser aún conscientes del lugar del mundo en el que nacieron.

Los jóvenes rastafaris Zziwa, Kasozi, Kapindo, William y Vigo nacieron en Bwaise y, en cuanto tuvieron uso de razón, supieron que vivían en un lugar que les ofrecería pocas oportunidades. El gueto, como ellos mismos se refieren a Bwaise, es un lugar densamente habitado construido sobre un humedal al mismo ritmo acelerado en que, a finales de los años 90, crecía la población urbana en Kampala. La electricidad llega con cuentagotas, no existe canalización ni saneamiento de aguas, y todos los vecinos comparten los baños públicos. Las calles quedan anegadas por una mezcla de barro y deshechos en la época de lluvias y, como consecuencia, existe un gran número de enfermedades transmitidas por el agua. Un dicho local ilustra bien la realidad: “El agua es vida. A menos que vivas en Bwaise. Si vives en Bwaise, el agua es muerte”. A estas condiciones se añade un alto índice de criminalidad en el barrio, donde el gobierno, lejos de invertir sus fuerzas en acabar con ella, apuesta por un gran control policial.

La mayoría de los niños y niñas no acuden al colegio ni hacen las comidas diarias necesarias porque su familia no puede permitírselo. “Los niños pasan el día en las calles mientras sus padres se ganan la vida y, en cuanto son un poco conscientes de su situación, acaban pidiendo, robando o ejerciendo la prostitución para sacar unos céntimos diarios y alimentar a su familia”, asegura Zziwa Abdul, que creció en el barrio y que hoy trabaja por hacer de Bwaise un lugar diferente. Cree que si los jóvenes aprenden un modo de ganarse la vida sostenible y saludable, no se verán abocados a aumentar las cifras de criminalidad del barrio.

El desempleo es un gran problema en el lugar, agravado por el hecho de que la contaminación es muy alta como para cultivar en las parcelas y, por lo tanto, la agricultura de subsistencia no es una opción. Zziwa y sus amigos habían crecido en Bwaise y tenían entre 22 y 30 años. Algunos habían estudiado hasta los últimos cursos de secundaria, otros tuvieron que dejarlo antes, pero todos hacían pequeños trabajos para “ir tirando”. El cambio en ellos llegó a partir de la colaboración de su amigo Kazozi Hussein en un proyecto de voluntariado dentro del barrio, al que sus amigos pronto se unieron. Ese mayor acercamiento a la realidad del lugar unido a sus experiencias personales, les hizo darse cuenta de que ellos eran los únicos que podían cambiar su situación y arreglárselas para salir adelante, así que comenzaron a reunirse para crear artesanía y ganarse la vida vendiéndola. Adquirieron un pequeño local en el barrio y, enseguida, muchos niños y jóvenes empezaron a acercarse, interesados por lo que sus vecinos se traían entre manos. De esta manera, comenzaron a enseñar a los niños y jóvenes, curiosos por aprender a hacer pulseras, zapatos, collares y otras manualidades.

Sonny Muilman y Milene van Arendonk llegaron a Uganda desde Holanda para llevar a cabo sendos proyectos de voluntariado en la época en que Zziwa, Kasozi, Willy, Pindo y Vigo iniciaban su pequeño proyecto. Milene y su amigo conocieron a los chicos, a los niños y la situación del barrio, y juntos comenzaron a pensar cómo extender la venta por distintos mercados de artesanía de Uganda, “de manera que tuviéramos más dinero para organizarnos y crear un lugar de aprendizaje y apoyo para los más jóvenes de Bwaise”. Así comenzó, en 2013, One Love Youth Development Association, una iniciativa que pretende cambiar, de algún modo, la realidad del lugar, ofreciendo una oportunidad real de futuro a esos niños y niñas a través de la educación y la creatividad.

Junto al riachuelo que atraviesa Bwaise, se encuentra el local de la asociación: una caseta de madera y latón en la calle central del suburbio, cuya pared trasera está pegada a un gallinero que ameniza las tardes con la voz de Bob Marley de fondo. Aquí, se imparten los talleres y se expone y vende la artesanía. Las paredes del local lucen fotografías de ídolos del reggae junto a las creaciones de los chicos: pinturas, collares, pulseras, bolsos, sandalias, cajas y marcos; en hilo, cuero y madera, de llamativos tonos o pintados con los colores nacionales.

El objetivo final es que sientan que sí hay un futuro para ellos, que la vida les llevó a nacer en Bwaise pero no termina ahí: pueden hacer cosas por y para ellos, ocupar su tiempo y ganarse la vida. En One Love, entre todos, imparten talleres de artesanía en los que los niños aprenden un oficio. Además de una comida diaria y de un espacio donde pasar el tiempo alejados de la calle, les ofrecen una forma de ganar algo de dinero en un futuro. Podrán invertirlo en su educación o en sustento para su familia. También se enseñan nociones básicas de inglés, un idioma crucial para desenvolverse en Uganda. Lo hacen de una forma sencilla: entre ellos, se comunican en inglés en vez de en el luganda que la mayoría habla en Kampala. Pero lo más importante que se enseña en la asociación es a trabajar en comunidad. No existe razón para la competitividad en un lugar donde muchos juntos harán siempre más que uno solo. La unidad es esencial y uno de los pilares para lograr el principal objetivo de la asociación, que es el empoderamiento de una juventud que nace sin un hueco reservado para las aspiraciones y la esperanza. “One love” o “Tuli Muntu Omu” (en luganda) es el lema de los chicos y chicas que, cada día, acuden al local de los rastas de Bwaise.

A través de la autogestión, el proyecto fue avanzando y, en la actualidad, cuenta con unos 20 niños y niñas de entre 4 y 14 años. Los que están por debajo de los 4 también acuden a la asociación, pero no atienden a los talleres. “Son totalmente bienvenidos, pero creemos que los más pequeños deben jugar y no estar aprendiendo un oficio”, asegura Milene.

En 2014, el proyecto se internacionalizó de la mano de sus dos componentes holandeses, que contactaron con algunos lugares donde poder comercializar los productos en su país. La iniciativa tuvo éxito en varias pequeñas tiendas, apareció en medios de comunicación holandeses y, hoy, es posible hacer pedidos desde Europa a través de su página web y sus redes sociales. “En 2015, pensamos ampliar el proyecto. Queremos que puedan participar más niños y trasladar el local a un lugar propicio para plantar nuestra propia cosecha. Es algo importante porque, de ahí, podremos sacar algunos alimentos para las comidas y, además, enseñar a los chicos a cuidar de un huerto. Pero no es fácil encontrarlo en cualquier lugar de Bwaise”, cuenta Milene. Les gustaría ofrecer también una educación básica que incluya nociones de lectura, escritura, cuentas e inglés. Conocimientos prácticos para la vida real que harán comprender a los niños y niñas, que constituyen las raíces del futuro de Bwaise, la importancia de la educación.

Con su sede llena de hilos de colores y trozos de cuero, abierta a la calle, el reggae sonando y su pequeño gato Bridge, que un día apareció en el taller al olor de las gallinas, este proyecto ya ha triunfado dentro del barrio, más allá de su salto a Europa. Ese éxito es palpable cuando uno pasa unas horas allí y ve cómo los niños y, lo más importante, los mayores se acercan a saludar y preguntar cómo van las cosas cuando pasan frente al local. Respetan y valoran su trabajo porque son conscientes de lo que los chicos hacen por el sitio en el que viven. One Love es un lugar de esperanza, necesaria, cada día, en cualquier parte del mundo pero, fundamentalmente, es un espacio de formación y educación basadas en la vida en comunidad. Son conscientes de que los niños y niñas deberían poder acudir a la escuela, que debería ser algo que todos se pudieran permitir. “Pero, ¿qué vamos a hacer? Podemos quedarnos sentados esperando que las cosas cambien, o podemos organizarnos y crearlas nosotros”. Ellos eligieron organizarse y crear.

Artículo original publicado en GuinGuinBali: http://guinguinbali.com/index.php?lang=es&mod=news&task=view_news&cat=2&id=4320

Tomado de : Una mzungu en Tanzania.

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Autor

  • Pis San Juan , Gabriela

    Gabriela Pis San Juan , periodista especializada en información internacional y temas de África subsahariana, migrante y amante de la lectura. Actualmente escribe en blogs personales y otras publicaciones, y colabora en el área de comunicación de SOS Racismo Madrid.

    Puedes conocer su trabajo más de cerca en la web

    armasypalabras.wix.com/periodismo

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