[Recuerdos con humor] La isla de las ratas: mi peor noche en Tanzania, por Gabriela Pis San Juan

20/01/2015 | Bitácora africana

Viajé en un coche destartalado con diez personas, veinte paquetes y tres gallinas; sufrí un amable atraco en una comunidad perdida del monte Elgon; fui a las 5 de la mañana botando en la parte trasera de un pick up con cuatro rastas que no conocía; sobreviví en un autobús lleno hasta la bandera, con más de la mitad de los pasajeros borrachos, que iba a 120 km/h por caminos de barro en el sur tanzano. Pero el peor momento en Tanzania lo viví en una isla paradisíaca.

Mbudya es una isla que está a quince mbudya2minutos de Dar es Salaam si viajas en barca con motor. Es uno de esos lugares que aparecen en la Lonely Planet, en los que mzungus y tanzanos alternan comiendo langosta con patatas por 6 euros y bebiendo Kilimanjaro. La isla es un gran bosque rodeado de un continuo de playas de arena blanca y aguas cristalinas, con orillas llenas de todo tipo de caracolas y corales blancos.En una parte de la playa se levantan las únicas construcciones, donde normalmente viven cuatro trabajadores: allí hay un brasero, una barra de bar y pequeños merenderos con tumbonas y mesas, todo de madera y paja. Los únicos refugios son cuatro grandes tiendas de campaña abiertas donde se puede dormir por una elevada cantidad (unos 16 euros) teniendo en cuenta los precios del país.

El día que descubrí Mbudya me enamoré de aquel paraíso que estaba a un cuarto de hora en barco de la ciudad donde vivía. Comimos, bebimos, y regresamos en el barco en medio de un ambiente internacional y festivo que continuó en la ciudad hasta primera hora de la mañana. Cuando un amigo llegó a verme algunas semanas después, no dudé en que aquel lugar sería una de nuestras visitas obligadas. Y así fue.

DSCN0024Teníamos dos días en Dar es Salaam antes de partir hacia Zanzíbar, así que fuimos a Mbudya, comimos langosta, bebimos, paseamos, nos bañamos, y con la última barca de las 5 de la tarde nuestros amigos se marcharon y nosotros nos quedamos allí. Pedimos dos cervezas viendo el atardecer junto al mar, todo muy idílico, y según iba anocheciendo la isla fue callándose. Sólo los cuatro trabajadores y nosotros estábamos allí.

No había luz, nos ayudábamos con la que nos ofrecía la luna, y si era necesario con una pequeña linterna. Estábamos hablando animadamente en unas hamacas fuera de la tienda de campaña, cuando vi pasar a una especie de ardilla (eso es lo que quería pensar) frente a nosotros. Vi otra, y otra. Lo que empezó con una broma comenzó a parecernos real: eran ratas. Pero no podía ser, acababa de ver otra más.

Cuando me acerqué a uno de los trabajadores para preguntarle qué era aquello, ya habían pasado a mi lado al menos otras cinco. Él me confirmó sin inmutarse que eran ratas, pero que no me preocupara. Me explicó que por la noche salían del bosque en busca de alimento, que si teníamos comida él nos la guardaba y, por lo demás, “se espantan cuando andas”. Su tranquilidad me serenó por un momento, pero cuando mi vista comenzó a agudizarse en la oscuridad y pude ver mejor a aquellas docenas de ratas que nos rodeaban, comprobé que eran más grandes que cualquier gato casero que conozco, y comenzaban a formar un coro de soniditos agudos, como si hablaran entre ellas.

Estábamos allí sin luz, sin comida, durmiendo en una tienda de plástico sin puertas, sin un barco al que subirnos hasta las 9 de la mañana. Pero ellas no se inmutaban, iban de un lado para otro, por toda la playa, entre nosotros, a través de las tiendas, nos miraban y continuaban sus quehaceres. Nos acostamos bajo la mosquitera, y entraban y salían de las bolsas que teníamos en el suelo; si nos recostábamos para mirarlas, con la intención de espantarlas, nos mantenían la mirada, desafiantes. Mi amigo acabó por dormirse, pero yo estuve durante unas seis horas escuchando la única canción predeterminada que tenía en el móvil para no oír a las ratas andando a mi alrededor y hablando entre ellas. Desde aquel día, por muy duras que fueran las condiciones por donde nos tocó pasar o donde elegimos dormir, yo estaba tranquila mientras me asegurara de que no había ratas en el lugar.

No se en qué momento caí dormida por el cansancio, y el calor del sol sobre el plástico de la tienda me despertó pronto a la mañana siguiente. El único rastro de las ratas era un brick de zumo de mango que nos habíamos llevado, roído hasta convertirse en unos pocos pedazos de cartón. Por lo demás, el sol brillaba sobre la arena blanca y las aguas cristalinas. La isla volvía a ser paradisíaca.

Original en : Una mzugu en Tanzania

http://armasypalabras.wix.com/periodismo

Autor

  • Pis San Juan , Gabriela

    Gabriela Pis San Juan , periodista especializada en información internacional y temas de África subsahariana, migrante y amante de la lectura. Actualmente escribe en blogs personales y otras publicaciones, y colabora en el área de comunicación de SOS Racismo Madrid.

    Puedes conocer su trabajo más de cerca en la web

    armasypalabras.wix.com/periodismo

Más artículos de Pis San Juan , Gabriela