El reparto de Africa, sin africanos, por Omer Freixa

27/11/2014 | Bitácora africana

Resulta irónico que las fronteras actuales de África hayan cambiado bastante poco desde su imposición, si se considera que éstas fueron decididas en tiempo récord de tres meses y, lo más anecdótico, sin haber participado siquiera un africano en su delimitación.

El 15 de noviembre se cumplieron 130 años desde que, frívolamente, representantes de 14 Estados (en su mayoría, europeos) decidieran la suerte del continente africano en la denominada Conferencia de Berlín. De modo que en una confortable y espaciosa sala de reuniones de la residencia oficial del canciller alemán Otto Von Bismarck, ubicada en la calle Wilhelmstrasse, un grupo de caballeros decidió la suerte y las fronteras de un continente de algo más de 30 millones de kilómetros cuadrados, casi del tamaño de la suma de todos los países participantes en el evento. Ningún soberano africano fue invitado al mismo. No fue una falla: para la época, los pueblos no europeos tenían el derecho a guardar el más disciplinado silencio, siendo considerados los africanos como niños en el marco del derecho europeo. Si en 1879 el 90% del continente estuvo gobernado por africanos, en 1900, salvo una diminuta fracción, se encontraba bajo la órbita de unas pocas metrópolis europeas.

El avance imperial sobre África por parte de siete países europeos (Francia, Gran Bretaña, Alemania, Portugal, España, Italia y Bélgica) no fue un hecho aislado. El imperialismo obligaba al reparto completo del globo en tiempos de la “Paz Armada” en el Viejo Mundo, donde los caballeros deliberaban como tales mientras los conflictos se resolvían de puerta de casa para afuera. La violencia y la ocupación se plasmaron en regiones distantes desde antes a la convocatoria en Berlín. Por ejemplo, en 1858 los británicos, tras reprimir un duro levantamiento popular que llevó más de un año, anexionaron casi la totalidad del subcontinente indio al dominio de su gloriosa Corona que formaba uno de los imperios coloniales más vastos. Los franceses dieron pasos similares con la incorporación de Argelia en 1830 como un departamento más de la Francia metropolitana y no se detuvieron. China por poco sucumbe a la presión del colonialismo occidental bien a finales del siglo XIX. En suma, el advenimiento de la centuria posterior mostró que no quedaba punto del planeta sin repartir entre un puñado de países, los más poderosos del orbe.

Los pasos de la ocupación colonial europea en el continente africano comenzaron antes de la Conferencia que el 26 de febrero de 1885 dio por concluida sus sesiones e impuso las fronteras africanas actuales. Se evidenciaba desde hacía tiempo la rivalidad anglo-francesa, entre otras europeas. Poco antes los ingleses ocuparon Egipto (1882) como respuesta a la ocupación francesa de Senegal (1879) y Túnez (1881). Pero la constante es que hasta el momento la presencia europea en África era marginal y se remitía a enclaves costeros o a ciertas zonas de ocupación blanca, como la citada Argelia o la actual Sudáfrica. Era fácil hasta comienzos del siglo XIX recoger las riquezas del continente sin necesidad de adentrarse puesto que los esclavos fueron capturados durante siglos casi siempre por otros africanos. Sin embargo, con la Revolución Industrial, todo comenzó a cambiar. El empuje de un nuevo mundo en transformación llevó a la consumación voraz de la independencia de millones, los no europeos.

Si bien el llamado a la Conferencia tuvo una pantalla formal que disimuló el apetito voraz por repartirse el botín, las motivaciones de los países intervinientes en el reparto fueron múltiples, pero, fueran cuales fueran estas últimas, en esta verdadera “carrera por África” nadie quiso perder su boleto. La consigna fue que los reclamos debían ser notificados a los demás participantes y que las zonas ocupadas debían tener algún grado de injerencia y autoridad previa por parte del ocupante. No obstante, Alemania rompió esta norma. Junto a Italia, Estados de reciente creación, quisieron demostrar que pisaban fuerte en el escenario internacional. En efecto, Bismarck, el hombre fuerte de la Conferencia y su anfitrión, fue quien la convocó, y a cuyos gobernados les tocó la suerte de recibir territorios apenas explorados. Los italianos tuvieron interés por Libia, la cual ocuparon tras vencer la resistencia local en 1911, si bien fracasaron en el intento de anexionarse Etiopía frente a una resistencia heroica, en 1896. Portugal tuvo la idea de unir sus dos posesiones hasta el momento ocupadas en forma precaria, Angola y Mozambique, aunque los planes británicos se interpusieron como asimismo las intenciones de los demás partícipes en el sentido de bloquear la iniciativa de Londres de conectar África de norte a sur por medio de la construcción de un tendido ferroviario que uniera El Cairo con El Cabo. Además, sus adquisiciones en África occidental fueron menos de las esperadas frente a Francia. Entre tantas de las pretensiones boicoteadas entre los participantes, una vez más al designio inglés de unir de punta a punta se antepuso la ambición personal del rey Leopoldo II de Bélgica, soberano de un pequeño Estado creado hacía poco más de medio siglo y que quiso dejar su impronta como un grande más, lográndolo.

Este monarca fue el gran favorecido ya que, con la aparición de su iniciativa en 1883, los demás representantes del Congreso le autorizaron la concesión de un territorio del tamaño de Europa occidental, y bautizado como Estado Libre del Congo (1885-1908), cuyo nombre fue un engaño debido a que lo manejó como su propio feudo (un regalo autogestionado) para absorber todos los recursos disponibles, principalmente el caucho, costando de entre 5 a 10 millones de vidas entre 1885 y 1930. Aquel fue el precio de la “civilización”. España, una de las más débiles y herida en su orgullo por la pérdida irremplazable y extinción de la casi totalidad de su otrora vasto imperio colonial en las Américas unas décadas antes, no quiso quedarse sin tajada y, si bien pequeña, la obtuvo.

En suma, pese a darse en un ambiente de cordialidad y de pactos entre caballeros, la Conferencia no estuvo carente de intrigas. El objetivo principal subyacente consistió en bloquear la posibilidad de que la superpotencia, Gran Bretaña, cumpliera todos sus anhelos resultando de ello un equilibrio del poder inclinado a su favor en detrimento siempre de las víctimas de la rapacidad europea. Boicotear esto fue posible mediante la confabulación de los demás representantes, mientras Francia, debilitada a causa de la derrota contra los germanos en 1870 y con ansias de recobrar el brillo, a su vez no pudo unir sus territorios de oeste a este, debido al propio obstáculo interpuesto por los británicos. Todo tendió a un juego de suma cero en donde hubo para conformar a todos, menos a los africanos a quienes no se les notificaron siquiera los nuevos mapas elaborados desde la comodidad de una de las ciudades más importantes del mundo. No obstante estas intrigas verdaderamente palatinas, la Conferencia fue motivada (desde un plano formal) por la temática de libre navegación de los ríos Congo y Níger, los dos principales del espacio subsahariano, sumado a otros fines de una época donde se hacía imprescindible la tarea de llevar la civilización. En el Acta que cerró tres meses de trabajo se leen otros objetivos como acabar con la esclavitud, detener algunos vicios africanos (como el alcoholismo) y expandir la fe cristiana.

En tres meses quedó sellado el destino de África, con resultados tangibles hasta hoy. En efecto, la Unión Africana, el principal cuerpo continental formado por africanos, en su mandato establece el respeto por las fronteras heredadas de la época colonial y que, salvo casos muy puntuales, poco se han modificado. Las formas geométricas y casi perfectas de las actuales fronteras, que parecieran trazadas con regla caprichosamente, son el recuerdo trágico de la principal transformación de los africanos en las postrimerías del siglo XIX, el inicio del colonialismo. Si un mapa sirve para representar la realidad geográfica, en el caso de esta experiencia fue todo lo contrario, el mapa de África creado en Berlín construyó el espacio sin consentimiento de sus habitantes. Pero eso fue el comienzo de la historia, la partición en el papel debió ser llevada al terreno, y allí fue donde los africanos conocieron los planes europeos y, en contra de lo que interpretan muchos historiadores, resistieron, aunque resultaron vencidos. Como resultado, de al menos unas diez mil unidades políticas previas al reparto, solo quedaron unas decenas cuando concluyó éste y todo resultó pacificado, antes de estallar la Primera Guerra Mundial.

Para concluir, lo más llamativo de todo es que este hecho, tan desgraciado para los africanos, puesto que marcó el inicio del colonialismo por aproximadamente ocho décadas siendo su principal consecuencia la pérdida absoluta de soberanía, en la política europea haya sido marginal y de muy poca relevancia, además de breve en extensión temporal. Si bien para los africanos también pudo haber resultado no muy prolongado, no obstante incidió sobremanera. Estos son quienes todavía pagan en muchos sentidos las consecuencias de la inequidades del colonialismo.

Hay muchísimos mapas sobre el reparto de África pinchando aquí

Original en : Blogs de El País. África no es un país

Autor

  • Historiador y escritor argentino. Profesor y licenciado por la Universidad de Buenos Aires. Africanista, su línea de investigación son las temáticas afro en el Río de la Plata e historia de África central.

    Interesado en los conflictos mundiales contemporáneos. Magíster en Diversidad Cultural con especialización en estudios afroamericanos por la Universidad Nacional Tres de Febrero (UNTREF).

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