La corrupción de los privilegiados sudafricanos

24/09/2014 | Opinión

Si en algún momento de la lucha se hubiesen podido cumplir las promesas de justicia, igualdad y un mundo “más humano”, los agentes del cambio hubiésemos sido nosotros, los nacidos durante el interregno, es decir, entre 1960 y 1980.

Mientras que la primera cifra representa el año en que se puso fin al movimiento de liberación tras los tiroteos de Sharpeville, la segunda recuerda el año en que se alcanzó el pico de manifestaciones de profundo descontento social, lo que supuso un punto de inflexión en la historia sudafricana.

Se suponía que éramos seres privilegiados que debíamos nuestro origen no solo a Robert Sobukwe, Steve Biko y al sueño africano de Nelson Mandela, sino también a nuestra asombrosa capacidad de autodefinición, que se forjó durante algunos de los peores contextos de los que el hombre ha sido testigo: asesinatos políticos, encarcelamientos, exilios y misteriosas desapariciones orquestadas por el régimen del apartheid y sus agentes.

Hoy en día, sin embargo, nosotros ?esos jóvenes africanos altamente cultos, inteligentes, capaces y cosmopolitas? extendemos la corrupción, la deshonestidad y el escamoteo de los recursos del Estado de una manera sin precedentes en la historia africana.

El modo en que robamos y destrozamos los sueños y las aspiraciones de los africanos da cuenta de la pérdida de horizonte moral y la absoluta deriva hacia la autodestrucción, el egoísmo y la codicia que atravesamos.

El Auditor General informó que solo el año pasado derrochamos más de 30 mil millones de rands en gastos innecesarios e injustificados.

Este hecho subraya no solo nuestro rechazo crónico a convertirnos en agentes de la historia para cumplir y satisfacer las aspiraciones africanas, sino también la traición de la histórica misión que nos ha sido encomendada: liberar a los africanos oprimidos y liderar el mundo.

Es totalmente absurdo que podamos caer en las profundidades de la inmoralidad y la corrupción solo porque algunos de nosotros no nos sentimos satisfechos con el salario de seis cifras que recibimos por los exitosos cargos que ocupamos.

El hecho de que muchos de nosotros no denunciemos las irregularidades supone un ataque directo a las plegarias, los sueños y las aspiraciones africanas de lograr una “mejor calidad de vida para todos”, sobre todo para la población negra.

En el momento de la celebración del vigésimo aniversario del inicio de la libertad y la democracia se diría que resulta cada vez más difícil encontrar profesionales africanos que comprendan profundamente el alcance de la lucha que hemos librado y se sientan comprometidos con ella.

En cambio, el objetivo de las personas es acumular riqueza rápido y a cualquier coste. Muchos de nosotros malgastamos nuestra creatividad intelectual y nuestra energía en buscar maneras de esquilmar los recursos del Estado y definir esquemas que permitan ganar dinero fácil para nuestras familias, amigos y colegas.

Esta hipocresía es suficiente para llenar los corazones de rabia asesina.

De hecho, esto recuerda al tema de la última campaña lanzada por el presidente Jacob Zuma y su gabinete: “Tell Your Story that Moves South Africa Forward” (Cuenta tu historia para que Sudáfrica avance). Por esta razón debemos admitir, cada vez más, que nos enfrentamos a una crisis que podría provocar que la “Visión 2030” se esfumara debido al amor que nosotros, personas de gran ambición y constantes éxitos, profesamos al dinero y a lo que este nos permite comprar.

A pesar de todo, somos hombres y mujeres altamente educados nacidos de las llamadas “mujeres del té”, jardineros y mineros, conductores, limpiadores, carteros y otros habitantes comunes y corrientes de este hermoso país, que son un ejemplo de sacrificio, resiliencia y compromiso. ¿Cómo hemos llegado a despojarnos de todo amor y devoción por nuestras familias y nuestra gente?

Pareciera que ha sido el deseo de superar a los antiguos opresores y explotadores en su modo de degradar y menospreciar a los africanos y a la lucha que estos han librado lo que nos ha traído hasta donde nos encontramos ahora.

No logro entender por qué nosotros –personas que podemos permitirnos ropa de marca, casas de diseño y coches de lujo– apuntamos con nuestra corrupción e inmoralidad al corazón mismo de las instituciones que, ante todo, han prometido librar al pueblo africano del mal del capitalismo, y la opresión y explotación racistas.

En el sistema económico actual, sabemos que la única esperanza de la población negra es dirigir su mirada hacia los líderes políticos y las estructuras de gobierno para que estos mejoren la calidad de vida de la población.

Por ello, es correcto esperar que los líderes y principales dirigentes en el gobierno nos sintamos motivados por el deseo y el sueño africano de autodeterminación, éxito, progreso y desarrollo.

De hecho, trabajar para las instituciones del gobierno debe reducirse esencialmente a la voluntad política de persuadirnos de que Nelson Mandela, Govan Mbeki y Walter Sisulu no nos traicionaron cuando decidieron aceptar la solución pacífica a nuestro pasado conflictivo. Se trata de afirmar la superioridad moral de una noble lucha africana.

Sin embargo, lo que observamos es que aquellos que tenemos entre 35 y 60 años le contamos al mundo que quizás los africanos son incapaces de tomar las riendas de su propio destino.

Resulta irónico que en esta democracia de 20 años de edad, cada vez más y más jóvenes crean que acceder al gobierno es un modo fácil de hacer dinero. Somos testigos de cómo muchas personas negras que han estudiado en las mejores universidades del mundo, incluyendo Harvard, de pronto arrojan a la basura los sueños y las aspiraciones de millones de personas por egoísmo y codicia. La capacidad autodestructiva de los hombres, las mujeres y los niños de mi generación en el gobierno es increíble. Es suficiente para echarse las manos a la cabeza en total desesperación.

Cada día que pasa uno se siente cada vez más avergonzado por formar parte del gobierno. Me parece extraño e insultante que, a cualquier lugar al que vaya, la gente quiera sentarse a debatir propuestas sobre cómo enriquecerse rápidamente. Desgraciadamente, el árbol de la libertad, regado con la sangre de los mártires, nos ha dado lo que Billie Holiday llamaba una “fruta [muy] extraña”.

Sandile Memela*

Thought leader

* Sandile Memela es periodista, escritor, crítico cultural, columnista y funcionario público. Escribe regularmente una columna en The Daily Dispatch.

[Traducción, Victoria Porro]

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