La vacante liberiana, por Rafael Muñoz Abad – Centro de Estudios Africanos de la ULL

18/09/2014 | Bitácora africana

Me cuenta Charles Cleghorn, amigo y biólogo sudafricano formado en la prestigiosa universidad de Stellenbosch, que de momento el virus del ébola no ha hecho acto de presencia en las inmediaciones de los campamentos que rodean la explotación minera. Tan pronto como aparezca un caso, cerraran la cantera, nos despedirán a todos o con suerte nos enviaran a las de Conakry o a cualquier otro arrabal de Africa occidental. Con todos, evidentemente hace referencia al personal cualificado que es contratado por las multinacionales mineras. Caso de ArcelorMittal y sus muchas subsidiarias. Aunque relacionamos a Liberia con el oro y los diamantes, bendición natural convertida en azote de su gente, lo cierto es que el país intenta que el negocio de la minería invierta en sus yacimientos de bauxita, cobre, zinc o entre los muchos otros minerales que su rico subsuelo parece esconder.

Continuando con su relato [Charles] me comenta como todo el personal es sometido a constantes chequeos de temperatura. Hay que adelantarse a la menor señal de que un contagiado se pueda colar en el sudoroso ambiente de las excavaciones; lo cual sería una autentica correa de transmisión para el virus. Abajo sólo hay africanos. Mineros negros. Entre risas [frías] me esboza que también él es africano de nacimiento. Afrikáner. Blanco y sudafricano…con todo lo peyorativo que eso tiene a ojos de los africanos negros. Hay mucho miedo y la gente no se da la mano para saludarse. Los chinos, que tampoco cavan, lo queman todo; incluso su papel higiénico. La cultura del usar y tirar se impone en un país en el que apenas hay medios. Surrealista.

El portal CareerMine ofrece vacantes para personal capacitado en el sector de la minería. Extranjeros cualificados culminan la pirámide cuya base es el negro liberiano sin formación ¿Pero quién va a enrolarse en semejante aventura? Paradigma de sociedad estamental incluso faraónica. El “desarrollo” económico de Conakry, Sierra Leona y Liberia, se ha visto frustrado por la pandemia del ébola. Las cifras se disparan y medidas desesperadas como el toque de queda en Freetown convierten las calles en cementerios.

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Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

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