Maimouna y mis otros amigos, por María Rodríguez

14/07/2014 | Bitácora africana

Tenemos un pacto. Cada vez que quiero entrar sabe que encenderé primero la luz como aviso y después abriré la puerta que hace un ruido atronador y nos veremos. En ocasiones nos quedamos mirándonos la una a la otra, pero Maimouna, la salamanquesa con la que comparto cuarto de baño, en lugar de dar vueltas sin sentido ante tal acontecimiento comprende que es una zona compartida y que en ese momento me toca a mí. Se esconde detrás de las grotescas tuberías que sin disimulo alguno decoran el cuarto de baño y espera al momento en que la luz se apaga y la puerta se cierra para salir otra vez. Tenemos una convivencia tranquila, pero no con todos (los animalitos) me llevo de esta manera.

Las abejas y yo no empezamos con buen pie. Un día acudí con la ONG con la que estoy realizando mis prácticas del máster a conocer un proyecto que están desarrollando relacionado con la apicultura. Mi trabajo consistía en hacer un reportaje sobre esa iniciativa y a mí me parecía fundamental tener una foto de un apicultor con la colmena. Así que pregunté si era posible que uno se pusiera el traje e ir al lugar donde trabajaba. Una vez allí me puse a hacer las fotos. Pero algo no me gustaba. Parecía un retrato y yo quería algo más natural. Así que me acerqué un poco, imprudente, y le pedí que se levantara. En ese momento, las abejas ya nerviosas por su cercana presencia advirtieron el “peligro” de la mía. Seguí haciendo fotos cuando, de repente, el conductor del coche que venía con nosotros me avisó de que le estaban intentando picar. En ese momento me di cuenta que una abeja merodeaba en torno a mí. Una vez más la imprudencia se descubrió en mi comportamiento. Intentando apartarla con mis brazos lo que hacía precisamente es que se sintiera amenazada. Y así fue. Me picó. A todo esto que ocurrió en cuestión de segundos se unió la voz del conductor que me decía: “¡Corre, hacia el coche!” Teníamos a una parte del enjambre que venía hacía nosotros. Salimos corriendo. Esta vez sí, el impulso inconsciente de huir me salvó de otras picaduras y de que más abejas murieran intentando salvar su hogar de un peligro inexistente (las abejas cuando pican pierden el aguijón que es parte de su abdomen y mueren). Pero no siempre son ellos quienes ven el peligro que no es tal. Otras veces soy yo.

Un día comencé a escuchar algo parecido al ruido de la lluvia torrencial, como cuando empieza a llover y suenan grandes gotas aisladas que caen contra el suelo. Mi pensamiento fue simple, está empezando a llover. Lo que descubrí minutos más tarde fue que no era lluvia, eran mis amigos: los grillos y saltamontes propios del hivernage (época de lluvias).
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Una prima lejana de Maimouna. Estos lagartos se pueden encontrar por los árboles, las paredes o caminando por el suelo. / MR

Estos insectos vienen por plagas, sobre todo después de llover. Están por todos lados pero sobre todo se sienten atraídos por los lugares donde hay luz. Pegan saltos, vuelan o simplemente pasean. Se suben a tus pies si se topan contigo y a tus ropas y pelo si en uno de sus saltos coincide que estás por medio. El caso es que me acostumbré a ellos. Empezamos una buena convivencia pocos días después de conocernos (aunque admito que le he quitado la vida a más de uno y seguiré haciéndolo). Hemos dormido varias noches juntos. Incluso de incógnito y me he dado cuenta a la mañana siguiente. Sin embargo, dos semanas después de asimilar que “es lo que hay y hay que aceptarlos” aparecieron grillos y saltamontes cuatro veces más grandes. “¿Quién les ha dado de comer tanto?!”, pensé cuando los vi. “¿Cómo puede ser posible si sólo duran vivos un día?” Son tan grandes que si hablaran podríamos escucharnos perfectamente. Para la gente del lugar son invisibles. Conviven perfectamente, no se molestan, no se ven. Un amigo senegalés me dice siempre que son mis amigos y no me harán nada. Es cierto y puede que algún día sean invisibles para mí también. Pero aún estoy en proceso de adaptación después de que aparecieran los más grandes. Y la época de lluvia acaba de comenzar… ¿Qué otras sorpresas me esperan?

Muchas veces los he mirado a la cara para intentar decirles: “tengamos la fiesta en paz, ¿en?”, “no me das miedo, ¿me has oído?” o un “hola amigo, sé que no haces nada, sé que eres buena gente”. Pero ¡son muy feos!, su cara es horrible, demasiado extraterrestres. Ni siquiera comprendo su morfología. Mi aprensión hacia ellos es incontrolable y siempre ha sido así. Incluso cuando viví en el campo desde los 4-5 años hasta los 14-15. Nunca me gustaron, nunca nos entendimos. Una cuenta pendiente que se ha convertido en mi mayor reto de adaptación en África. Maimouna lo sabe. Seguro que detrás de las grandes tuberías del cuarto de baño se ríe de mí.

Original en : Cuentos para Julioa

Autor

  • Rodríguez González, María

    "María Rodríguez nació en 1989 en Baza (Granada). Es licenciada en Periodismo por la Universidad de Málaga y realizó el Master en Relaciones Internacionales y Estudios Africanos en la Universidad Autónoma de Madrid. En noviembre de 2014 se marchó a Burkina Faso para comenzar a hacer periodismo freelance y desde entonces recorre los países de África occidental para intentar comprender y acercar esta parte del continente. Autora del blog Cuentos para Julia, donde escribe sobre África, sus experiencias y reflexiones, colabora con varios medios de comunicación como El Mundo, Mundo Negro y El Comercio (Perú), entre otros"

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