La educación me salvó: la historia de una mujer somalí

19/02/2014 | Crónicas y reportajes

Yo crecí en Mogadiscio, a finales de los 80, en una casa llena de mujeres jóvenes y solteras. El código de vestimenta solía ser el traje tradicional conocido como dirac (un vestido largo, holgado y colorido) con una camiseta interior, un sujetador y un chal. Las mujeres no se cubrían la cabeza hasta que se casaban. Mis tías pudieron empezar a tener citas cuando cumplieron los 16. Había dos reglas: quedar con hombres que tuvieran coche para que las pudieran recoger y llevar, y volver a casa antes de las diez de la noche. Cuando sus pretendientes venían a buscarlas, estos tenían que saludar educadamente a la familia con el tradicional «Galab wanaagsan» (buenas tardes) o el «Habeen wanaagsan» (buenas noches).

Justo antes de que llegaran sus citas, mis tías quemaban un poco de incienso hecho por mi abuela (unsi) y se lo ponían en sus ropas para que tuvieran un olor duradero de una mezcla dulce de pachuli y vainilla. Me encantaba. Solía sentarme con ellas en la habitación esperando que algo del olor impregnara mi pelo y mi ropa. Muchas veces me probaba sus preciosos diracs repletos de colores y sus zapatos de tacón. No podía esperar a tener 16, poder ponerme reflejos en el pelo, alisármelo como mis tías y tener citas.
Pero en 1990, la guerra civil truncó mis planes y, a la edad de 13, abandoné Somalia con mi familia y miles de personas más. Ya no se hablaba de amor, de moda o de pelo. Todo lo que me quedaba eran mis tres hermanos pequeños, a los que tenía que cuidar, un padre incapacitado y sin trabajo, y una pobreza desesperante. Mi mundo era un desastre por lo que necesitaba encontrar algo por lo que luchar, ahora que mis tías se habían casado y yo era la mayor de la familia.
En 1991 y 1992, vivimos en Eastleigh, uno de los suburbios de Nairobi, junto con otros refugiados somalíes que escapaban de la guerra civil. Mis prioridades durante esta época cambiaron considerablemente. Me di cuenta de que solo tenía dos opciones para salir de la pobreza: estudiar o casarme. La mayoría de las mujeres de mi familia solo habían estudiado hasta secundaria y no me llamaba nada la atención la vida que tenían después de casarse. Eran infelices y algunas de ellas sufrían malos tratos.

El matrimonio me parecía una trampa. Las mujeres tenían demasiados bebés y no podían disfrutar de la vida. Además, también me llamó la atención que el Islam se había vuelto más estricto y las mujeres ya no podían llevar esos preciosos diracs. En vez de eso, tenían que llevar una sombrilla negra. La música había dejado de sonar, el perfume se había prohibido y el «Subax wanaagsan» (buenos días) se había sustituido por el saludo islámico «Assalamu alaykum». Parecía que nuestra cultura somalí había desaparecido de un día para otro.
La única manera de escapar de este silencio de las mujeres y de esta nueva opresiva cultura era estudiar. A pesar de tener que llevar el hiyab (obligada por mi padre y por la «sociedad»), me apunté a las clases más baratas de inglés y las únicas que podía permitirme. Estas se impartían en la iglesia local, a tan solo unas calles del deslucido piso de dos habitaciones que compartía con mi padre, con mis tres hermanos y con otros cinco familiares. En un principio los vecinos somalíes estaban furiosos con mi decisión. ¿Cómo puede una mujer musulmana con hiyab entrar en una iglesia? ¿Dónde están su padre y sus familiares para educarla? Intenté explicarles calmadamente que iba a la iglesia por las clases de inglés y no a rezar. Lo que no les podía decir (mi primera lección sobre cómo uno debe elegir sus propias batallas) era que no me importaba mucho su opinión y que nada de lo que hicieran podría detenerme. Si no podía llevar el precioso dirac, ponerme reflejos y esperar emocionada a tener una cita, entonces iba a encontrar otras maneras de motivarme en la vida. ¿Y qué mejor estrategia para salir de la pobreza que aprender inglés y conseguir al mismo tiempo irritar a la auto designada policía moral?

La suerte llegó a mediados de 1992, justo unos meses después de empezar mis clases de inglés. Una ONG inglesa, The Hugh Pilkington Trust, ayudaba a los estudiantes refugiados de la guerra a completar sus estudios y ofrecía clases gratuitas de inglés. Mi amable y dedicado profesor keniata me animó a apuntarme y me dijo que si lo hacía bien, me enviarían al extranjero a completar mis estudios. Asimismo, la ONG ofrecía a los estudiantes una paga mensual para que pudieran llegar a fin de mes y así centrarse en sus estudios. Este era el ticket de salida por el que había estado rezando. Me metí en esas clases de inglés como si mi vida dependiera de ello; escuchaba continuamente la BBC; les dije a mis hermanos que a partir de entonces solo hablaría inglés. Todos pensaban que me había vuelto loca pero la verdad era que tenía un plan y nadie iba a pararme.

Un año después, me apunté a las clases y gané una beca para asistir al prestigioso United World College, un movimiento de educación compuesto por universidades y 12 colegios internacionales. Tenía que elegir entre los destinos de Suazilandia, Canadá o Hong Kong. No sabía ni dónde estaba Hong Kong, pero sabía dónde estaba Suazilandia y quería marcharme de África cuanto antes. Todo lo que había vivido en este continente era guerra, pobreza y una cultura estancada. Muchos somalíes habían emigrado a Canadá, por lo que tampoco quería irme allí. También necesitaba un descanso de los somalíes. Pregunté dónde estaba Hong Kong y si estaba lejos tanto de la cultura de Somalia como de la del Islam, y cuando me enteré de que era el que más lejos estaba, ¡tomé mi decisión!.

Estudié en Hong Kong durante dos años y conseguí el Bachillerato Internacional (IB) y un diploma pre-universitario. Continué hasta conseguir el grado y el postgrado en ciencias políticas en Reino Unido, también con beca completa. Estudiar y vivir en Londres me permitió abrir y ampliar mis ideas. Después de 20 años, he vuelto a África para quedarme, agradecida de los espacios abiertos y con ganas de implantar los cambios que Somalia necesita para que la siguiente generación de mujeres somalíes pueda tener una vida mejor.

Fatuma Abdulahi blogs en postcardfromafrica.blogspot.com.

Voices Of Africa (M&G)

Traducción, Mercedes Negueruela

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