Hablaba yo en mi último post del valor que han tenido los vecinos del barrio de Lakouanga, de mayoría cristiana, de proteger a los musulmanes con los que siempre han vivido juntos en .el mismo sector de este distrito de Bangui. Mientras escribo estas líneas preparo con ilusión el taller sobre la paz que tendremos los días 19 y 20 de diciembre con los líderes de ambas comunidades. El pasado domingo 15 dos de los imanes hablaron al final de la misa para agradecer a la parroquia que les hayan protegido.
Ayer descubrí otro caso ejemplar, que da fe de que también en el campo musulmán hay personas que navegan a contracorriente y se niegan a dejarse arrastrar por la corriente de violencias y venganzas entre personas de fes distintas que sacude Centroáfrica y que sólo desde el pasado 5 de diciembre ha dejado 600 personas muertas y –sólo en Bangui- 180.000 personas desplazadas. En este caso se trata de los jóvenes musulmanes de una parte del barrio del conflictivo Kilometre Cinq, que desde hace varios días se han organizado para proteger la parroquia de San Matías Mulumba y a los cristianos que se han refugiado en ella. El Kilometre Cinq es un barrio de mayoría musulmana, donde la existencia de arsenales de armas de los antiguos rebeldes de la Seleka es un secreto a voces. Las tropas francesas aún no han empezado allí las operaciones de desarme, y todos creen que el día que empiecen pueden librarse en esta zona verdaderas batallas campales.
Ayer, al filo de la tarde, me encontraba yo eufórico después de pasarme una buena parte del día documentando algunas de estas historias positivas cuando recibí una llamada telefónica de uno de los líderes comunitarios que hemos formado en el barrio de Boy-Rabe, una enorme barriada de Bangui donde desde que llegó la Seleka al poder en marzo ha sufrido los brutales ataques de los milicianos islamistas en numerosas ocasiones y donde han causado numerosos muertos. Nos pedían animar una reunión comunitaria durante esta semana. Mientras tomaba nota de los detalles sobre los participantes, me permití recordarles si habían invitado a los líderes de la comunidad musulmana: “No hace falta”, me dijo la señora con una voz que me sonó incluso eufórica, “en nuestro barrio ya no hay musulmanes. Les hemos echado a todos”. Me quedé sin palabras para responder. También ayer (16 de diciembre) en el barrio de Combattants varios vecinos mataron a dos musulmanes a golpe de machete.
Mientras tanto, cerca de 2.000 personas de los campos de desplazados de Bangui han cruzado el río para refugiarse en la vecina ciudad congoleña de Zongo, a pesar de que la frontera con la R D Congo está cerrada desde hace dos semanas. Los que pueden escapar de este infierno lo hacen. En las proximidades de la capital centroafricana hay grupos de rebeldes anti-balaka que se entrenan para un eventual ataque. El presidente de la transición, Michel Djotodia, les ofreció negociaciones de paz el pasado domingo y de momento han aceptado dialogar, aunque la tensión política en el fragilísimo gobierno es muy alta. Un día antes Djotodia destituyó a tres ministros, entre ellos el del Interior y Seguridad, Josua Binoua, en cuya casa se encontraron fusiles de asalto y cajas de municiones, y a quien acusan de haber apoyado a los anti-balaka en su ataque del pasado 5 de diciembre. El primer ministro, Nicolas Tiangaye, quien según el documento legal de la transición tenía que haber sido consultado primero, se enteró de las destituciones por la radio. En tres cuarteles militares, los antiguos milicianos de la Seleka siguen sin salir pero están armados. De momento, la presencia de los 1600 soldados franceses y las 4000 tropas de la Unión Africana parece que evita que haya nuevos enfrentamientos, y Bangui sigue ofreciendo un aspecto de calma que pudiera, sin embargo, ser engañosa.
Ayer, antes del toque de queda de las seis de la tarde, me tomé apresuradamente una cerveza con Irenée, uno de los mejores amigos que tengo en Bangui. «Los vecinos musulmanes con los que has ido a la escuela juntos y con los que has jugado de niño, ahora te los cruzas y no te atreves a saludarles», me decía con pena. Me habló también de una chica de su barrio, el campde Castors, que por la mañana iba por la calle y se desplomó en el suelo. Cuando los viandantes se apresuraron a socorrerla y la dijeron que iban a llevarla al hospital, ella acertó a balbucir emtre lágrimas: «No me llevéis al hospital, dadme pan… llevo cuatro días sin comer»
Original en : En clave de África