Diez meses después de la intervención militar francesa en Malí, el país galo se prepara para una nueva misión en la República Centroafricana. Aunque ya había en Bangui 450 soldados, hasta la fecha su único cometido era la protección del aeropuerto y de los residentes franceses. Su mandato ahora será mucho más amplio, aunque resulta difícil de definir porque las explicaciones oficiales han ido cambiando durante los últimos días: François Hollande habló primero de “proporcionar apoyo logístico a la MISCA (la nueva misión militar de la Unión Africana), el ministro de Exteriores, Laurent Fabius”, la calificó el pasado 25 de noviembre de “misión humanitaria”, y algunos altos funcionarios franceses han hablado recientemente de “restaurar la seguridad antes de que la violencia tome un carácter inter-religioso”.
En la práctica, parece bastante claro que los franceses quieren empezar con una operación militar quirúrgica de gran calado para echar de Bangui a las bandas armadas que constituyen la Seleka y posteriormente asegurar las dos vías principales de comunicación: la carretera que va a Camerún y la que va al Norte, a Chad. Aunque en Centroáfrica los franceses “juegan en casa” (llevan décadas con presencia militar aquí), está por ver qué harán si algunas de estas bandas se repliegan a las selvas para actuar desde sus escondites, un escenario que complicaría mucho las cosas.
Francia espera el visto bueno del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas este miércoles 4 de diciembre. Con toda seguridad los soldados franceses tendrán la aprobación oficial y sus efectivos llegarán a 1.200. Pero Francia tiene prisa y no ha esperado: hace varios días envió ya 350 soldados en barco, que esperan frente a las costas camerunesas de Douala, otros 200 efectivos llegaron ayer (domingo 1 de diciembre) a Bangui, y desde hace pocos días dos aviones militares Antonov van y vienen trayendo material pesado. Sus patrullas en las avenidas de Bangui, en vehículos con la bandera francesa bien visible, se han multiplicado.
Los sufridos habitantes de la capital centroafricana, que desde finales de marzo de este año -cuando los rebeldes de la Seleka tomaron el poder- viven en la inseguridad total, ven con alivio estos preparativos y confían en que la llegada de los franceses cambiará las cosas. Hasta la fecha había en el país cerca de dos mil soldados de la fuerza de intervención de países de África Central (conocida como la FOMAC), pero su papel ha sido muy limitado. Yo todavía no me he encontrado con un centroafricano que esté en contra de la intervención francesa, y si durante este tiempo los habitantes de este país han manifestado su ira contra Francia, ha sido más bien por negarse a intervenir, como ocurrió en diciembre del año pasado, cuando el entonces presidente François Bozizé –por quien nadie daba dos pesetas- pidió a Hollande una ayuda que el mandatario francés negó entonces alegando que el colonialismo ya había pasado. AHora el discurso ha cambiado radicalmente.
De momento, hay un efecto inmediato que la llegada gradual de los franceses está teniendo en Bangui: bastantes grupitos de la Seleka están haciendo el petate y marchándose de la capital, sobre todo de noche. Los incidentes de asesinatos y asaltos a casas, que se sucedían a diario desde mediados de octubre, han disminuido casi por completo desde las dos últimas semanas, y la gente se muestra mucho más esperanzada al ver que, tras décadas de olvido y silencio, su sufrida nación por fin es objeto de la atención de la comunidad internacional.
A ello han contribuido numerosos factores, como el miedo de que Centroáfrica podía convertirse en una segunda Somalia donde la ausencia de un Estado con control sobre su propio ejército en un territorio inmenso y poco poblado podía convertirse en un imán que atrajera a bandas islamistas y grupos terroristas de diverso pelaje, desde los derrotados yihadistas de Malí hasta traficantes de armas y drogas y hasta gropúsculos relacionados con los Boko Haram nigerianos. Pero hay, sobre todo, una palabra cargada de significado emocional que ha acabado por convencer a los más indecisos: genocidio. El primero en utilizarla –hace pocas semanas- fue el sub-secretario de la ONU Jan Eliasson en una sesión del Consejo de Seguridad para referirse a los que, en su opinión, se estaba cociendo en Centroáfrica, donde hay 400.000 desplazados y la mitad de la población necesita ayuda humanitaria urgente.
Pocos días después, también el Departamento de Estado de Estados Unidos utilizó la misma palabra para referirse a lo que supuestamente estaba a punto de ocurrir en Centroáfrica, y también los franceses han hablado de genocidio como el terrorífico fantasma que justificaba su intervención militar para evitar que las cosas llegaran a mayores. En Bangui, que es un hervidero de rumores y tensiones, muchos temían durante el último fin de semana, un estallido de violencia entre cristianos y musulmanes. El actual hombre fuerte del país, Michel Djotodia, tal vez en previsión de posibles incidentes, suspendió a última hora el desfile militar del 1 de diciembre, fiesta de la independencia, y habló en la radio con un discurso conciliador apelando a los ciudadanos a que celebraran la fiesta tranquilamente en sus casas. Yo, por distintas circunstancias, me pasé el sábado y el domingo caminando por las calles de Bangui y me pareció que el ambiente era de bastante normalidad.
Bienvenidas sean las intervenciones francesas, de la Unión Africana y de la ONU si el resultado va a ser que los sufridos centroafricanos podrán, por fin, respirar tranquilos y librarse de las bandas de desalmados que durante más de ocho meses les han atracado, violado, torturado y secuestrado con toda impunidad. No creo, sin embargo, que hablar de una situación de pre-genocidio haga justicia a la realidad y me parece que abusar de esta palabra sólo consigue presentar una imagen falsa de los centroafricanos como gente violenta y vengativa. Es cierto que la Seleka –compuesta en su mayoría por musulmanes- ha provocado fuertes tensiones entre cristianos y musulmanes, cuando durante generaciones han vivido en buena coexistencia en este país, pero para que se pudiera hablar de la preparación de un genocidio tendría que haber líderes que lo estuvieran preparando, y en este caso los líderes religiosos –católicos, protestantes y musulmanes- son precisamente los que no se cansan de exhortar a la población para que perdonen, no lleven a cabo actos de venganza y se reconcilien.
El sábado pasado me pasé la mañana en un acto público por la paz presidido por el arzobispo Dieudonné Nzapalainga, el presidente de las iglesias evangélicas Nicolas Guerekoyame y el Imam Kobine Layama, presidente de la comunidad islámica. Había más de 200 personas que siguieron sus intervenciones con un enorme interés. Y esta semana que empieza tendré la alegría de empezar a participar en la formación de comités de paz en los barrios más conflictos, y cuya composición incluye líderes de base cristianos y musulmanes. Hasta la fecha la gente ha acogido esta iniciativa con las manos abiertas. Restaurar la seguridad es esencial, y al mismo tiempo hay que ir más allá y ayudar a la gente en sus esfuerzos de reconciliación.
Original en : En Clave de África