Si el mundo pudiera tener un padre, el hombre que todos elegiríamos sería Nelson Mandela”. Esto dijo el músico Peter Gabriel hace años y volvió a repetirlo el actor estadounidense Will Smith el pasado 27 de junio durante el concierto celebrado el pasado 27 de junio en Londres por la fundación 46664 de lucha contra el SIDA que Mandela preside.
Todos recordamos que como abogado y activista político en Suráfrica, Mandela luchó durante los años 50 y principios de los 60 contra el régimen racista del “apartheid”. En 1964 fue sentenciado a cadena perpetua después de ser acusado de traición. Tras su puesta en libertad en 1990 recibió el Premio Nobel de la Paz y en 1994 se convirtió en el primer presidente negro de Sudáfrica, cargo que dejó después de un mandato, en 1999.
Pero Mandela nos enseña cómo es un verdadero líder. Precisamente esta semana la prestigiosa revista TIME dedica su portada a Nelson Mandela y en un amplio reportaje en páginas centrales analiza lo que denomina “sus secretos de liderazgo”. Lo analiza un hombre que le conoce bien, el periodista Richard Stengel, que editó su autobiografía “Largo Camino hacia la Libertad”.
Mandela liberó a su país de un sistema opresor e injusto, y unió a todos sus ciudadanos, blancos y negros, en una democracia no-racial y una nueva era marcada por la reconciliación. Salió de la cárcel después de 27 años sin ninguna amargura ni espíritu de venganza. Una vez retirado como presidente, en el año 2000 ejerció también un gran papel como mediador en las negociaciones que pusieron fin a la guerra de Burundi. Mandela es uno de los modelos de liderazgo en nuestro mundo y un punto de referencia de valores morales. Como afirma el autor de este reportaje en Time, “Mandela es lo más cercano que tenemos hoy a un santo secular”.
A los líderes políticos de nuestro mundo se les exige poder de decisión, firmeza, tener una visión clara de las situaciones… Una vez que les votamos, a menudo les criticamos por olvidarse de sus promesas o por no ocuparse de los problemas reales de la gente. Mandela es un referente como líder, pero por otras razones. Estas son algunas de ellas:
Para Mandela, la solución a los problemas es negociar. Hasta hace poco tiempo no se sabía que empezó a dialogar con el gobierno del apartheid en 1985, cuando aún estaba en la cárcel. Para ello tuvo que enfrentarse a sus compañeros del ANC, quienes aún estaban obstinados con la retórica de vencer con la lucha armada. Gracias a sus dotes negociadoras evitó una guerra civil en su país y garantizó una transición pacífica.
«Hay que liderar desde detrás, no desde delante”. Cuando aún era un muchacho, Mandela aprendió del rey de los Thloxa, Jongintaba, quien para resolver problema reunía a su gente en un gran círculo y sólo hablaba cuando todos habían terminado de decir su opinión. Buscaba el consenso, que es un arte en el que c-on excepciones que confirman la regla- siempre se han distinguido las sociedades tradicionales aficanas. Mandela dijo en una ocasión: “El secreto de liderar está en escuchar, persuadir a las personas para que vayan en una dirección y hacerles creer que ha sido idea de ellos”.
Conoce a tu enemigo, y aprende su deporte favorito. En 1960 Mandela empezó a aprender el Afrikáans, la lengua de los blancos boers surafricanos que crearon el apartheid. Sus compañeros del ANC no le entendían, pero él decía que había que entender la mentalidad de los boers o afrikaners para un día negociar con ellos entendiéndoles mejor. Incluso Mandela se tomó un gran interés en aprender a jugar rugby, el deporte que hace furor entre los afrikaners. Más allá de lo anecdótico, Mandela entendió que los afrikaners tenían algo en común con los negros en Sudáfrica: también ellos sufrieron opresión a manos del gobierno británico y sufrían de un complejo de inferioridad cultural, tanto como los negros en Sudáfrica. Este acercamiento a sus enemigos terminó por desarmarlos. Es sabido que Mandela trabó también una gran amistad con el hombre que fue su carcelero durante sus últimos años encarcelado. También desarrolló una gran relación con el último presidente del apartheid, Frederick de Klerck, con quien negoció y compartió el premio Nóbel de la Paz en 1993 y quien al año siguiente se convirtió en su vice-presidente.
Las apariencias importan, y mucho. Mandela siempre se tomó muy en serio su vestimenta y su apariencia física. Practicó siempre regularmente ejercicio físico y ha sido un hombre de costumbres muy disciplinadas. Siempre ha creído en la apariencia pública y el poder de los símbolos. Nunca fue un gran orador, pero su manera de presentarse en público manejaba una bien cuidada iconografía. Siempre evitó todo lo que pudiera sonar remotamente a arrogancia. Sabía conectar con la gente más pobre, saltarse el protocolo para hablar con unos niños harapientos, gastar bromas, dar unos pasos de baile y siempre sonreir. Para los blancos, esto demostraba que no era el líder negro que habían temido que se tomaría venganza. Para los negros, este carácter encantador y jovial transmitía el mensaje del triunfo sobre la opresión. Uno de sus más cercanos colaboradores durante muchos años, el sindicalista Cyril Ramaphosa, lo resumía así: “En Mandela, su sonrisa es su mensaje”.
El liderazgo se demuestra retirándose a tiempo. Ramaphosa cuenta que en 1993 Mandela quiso introducir el derecho al voto en Sudáfrica a los 14 años, pero cuando se dio cuenta que nadie defendía esta idea la abandonó. No aferrarse a una idea propia que no cuenta con suficientes apoyos, por muy convencidos que estemos de suvalidez, es una gran lección de liderazgo. Como también lo es saber retirarse a tiempo. Mandela tenía tal popularidad que si hubiera querido ser presidente vitalicio podría haber contado con apoyos suficientes, pero fue tuvo la suficiente humildad y sensatez como para retirarse a los cinco años de mandato y dejar paso a otros. Mandela, el líder africano más popular y más respetado de todos los tiempos, ha querido sentar un precedente en un continente donde son muy pocos los presidentes que se han retirado voluntariamente.