Perdonar a los blancos

20/11/2013 | Opinión

Perdonar demasiado es poco saludable. Permite creer a aquellos a los que se les ha perdonado excesivamente que no pueden hacer ningún daño. Claro que, ha habido muchos momentos en los que los Negros no tenían otra opción que perdonar, o fingir que perdonaban, si no querían morir.

Así dice el verso de un poema «errar es humano, perdonar es divino». Constantemente oímos consejos para perdonar, olvidar y dejar el pasado atrás. La mayoría de las religiones enseñan que el perdón es uno de los principios más importantes. La literatura, los proverbios y las creencias religiosas parecen inofensivas, pero actuar como si el perdón fuera un bien genuino puede tener consecuencias peligrosas y, en especial, para la población negra.

La población negra tiene todo el derecho de sentir una indignación justificada. La historia en nuestro país está marcada por una atrocidad después de otra. Doscientos años de esclavitud culminaron con la Guerra Civil, seguida del fracaso de la Reconstrucción, con aproximadamente otros cien años más de segregación y con el racismo de Jim Crow, el Apartheid americano. Este pequeño intento de liberación fue debilitado por un sistema masivo de encarcelamiento que ha seguido funcionando durante los último cuarenta años.

El establecimiento y el mantenimiento de la «ley de linchamiento» ha sido una constante en la vida de la población negra. Los morbosos espectáculos de multitudes sedientas de sangre parecen ser cosa del pasado, pero la ley de linchamiento nunca se abolió. Como informó el movimiento popular de Malcolm X, cada 28 horas, una persona negra es víctima de asesinatos extrajudiciales cometidos por la policía, personal de seguridad o vigilantes.

En la mañana del 14 de septiembre de 2013, Jonathan Ferrell fue asesinado por un policía en Charlotte, Carolina del Norte. Ferrell había sobrevivido a un grave accidente de coche y casualmente llamó a la puerta de una casa para pedir ayuda, sólo para que el dueño acabara avisando a la policía. Podemos imaginar lo que ocurrió después, ya que Ferrell está muerto y no puede explicar qué hizo o por qué la policía le disparó diez veces.

La muerte de Ferrell fue lo suficientemente horrible, pero las declaraciones hechas por su familia han sido una burla al sufrimiento justificado por su muerte. Tanto su madre como su prometida, dijeron que perdonaban a su asesino, el policía Randall Kerrick. La prometida de Ferrell, Cache Heidel expresó: «Le he perdonado, no tengo odio. Lo entiendo. Tenía miedo. Simplemente duele». Georgia Ferrell, la madre de la víctima, llegó a hacer una declaración aún más extraña: «Has causado un gran dolor en mi corazón. Me has quitado una parte de mi corazón que nadie me va a devolver, pero te perdono. Te perdono de verdad y espero que tengas lo mejor en tu vida y que se la entregues a Dios».

Puede parecer de mal gusto criticar a las personas que lloran la pérdida de un ser querido, pero sus palabras tienen un impacto en toda la población negra, quienes corren el riesgo de experimentar la misma suerte. Nadie debería guardar silencio sobre cómo reaccionan las personas ante los linchamientos de hoy en día. Lo mismo que mató a Jonathan Ferrell ha provocado esta actitud aparentemente inexplicable. La supremacía blanca enseña a su población que tiene la razón, mientras que los negros no solo están equivocados sino que se merecen cualquier tratamiento que los blancos decidan adoptar. Como consecuencia, la población negra recibe mensajes abiertos y sutiles en los que se les dice que tienen que perdonar siempre a los blancos y que deben comprender sus acciones.

Lamentablemente, la época en la que los negros pudieron e incluso fomentaron la manifestación de su indignación, queda ya muy atrás. Durante varias décadas, nos han dicho que «dejemos de culpar a los blancos» y que nos levantemos y seamos autosuficientes. Estas absurdas palabras, pronunciadas a veces por los propios negros, han dado a los blancos una excusa para poder hacer lo que quieran y han impedido a los negros poder manifestar su dolor. Nos han enseñado a nunca culpar a la población blanca de nada, incluso cuando es obvio que son culpables. Estas mujeres no se sentían seguras al expresar su ira hacia el asesino, o incluso simplemente al expresar su dolor. En cambio, sentían una fuerte necesidad de perdonar lo imperdonable públicamente.

Hemos vuelto a la época en la que se temía a los blancos y en la que sus delitos se perdonaban porque no existía ningún medio para castigar sus errores. Cualquier queja, aunque fuera justificada, podía significar la muerte. Ahora, en el siglo XXI, hemos vuelto a ese status en el que los negros tienen que sentirse agradecidos, incluso cuando se les arrebata a sus seres queridos.

Georgia Ferrell le deseó lo mejor al asesino de su hijo, como si hubiera cometido un delito menor. «Me ha arrebatado a mi hijo, pero solo puedo decir que creo que Dios me está escuchando ahora mismo y que querría que le perdonara. Si no le perdono, quedará en mi conciencia para siempre».

Lo que Georgia Ferrell debería haber dicho es que temía su ira más que ninguna otra cosa. Tenía miedo de que le consumiera porque es muy probable que Kerrick nunca pague por lo que ha hecho, incluso después de haber sido acusado de homicidio voluntario.

Tanto Heidel como Ferrel conocen la ley no escrita. «No te enfurecerás con la población blanca.» Estarían mucho mejor si odiaran al asesino y dejaran de rezar por él. Todos estaríamos mucho mejor si dijeran que están enfadadas y que utilizaron ese enfado como herramienta para ayudarles a ellas y a otras 300 familias negras que han pasado por lo mismo este año. La familia de Ferrell no será la última en pasar por este dolor, pero debería ser la última en pedir otra cosa que no sea justicia.

Margaret Kimberley

Margaret Kimberly es editora y principal columnista en la Black Agenda Report. Su columna, Freedom Rider, se publica semanalmente.

Pambazuka

(Traducción de Mercedes Negueruela)

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