Angola celebró esta semana sus 38 años de vida independiente. Una ex colonia portuguesa que se independizó en forma no cordial como el resto de las posesiones portuguesas de África durante la década de 1970, constituyó el caso de descolonización en bloque más tardío que vio dicho continente. Portugal fue la primera metrópoli en adquirir un imperio ultramarino y la última en despojarse del mismo, al perder sus últimas posesiones africanas. Portugal se resistió a esta pérdida y, en el caso puntual angoleño, esto costó al país casi quince años de lucha. Pero eso no es todo, tras la guerra de independencia (1961-1975) sobrevino una más larga y cruenta, la guerra civil que finalizó en 2002, con una nación destruida, superminada y obligada hasta hace no mucho a importar muchos de los bienes más esenciales.
Sin embargo, Angola emergió de las ruinas y hoy figura entre los tres países de África que a mayor tasa anual crecen (8,4% en 2012) acompañando una tendencia general dentro del continente. Además, es el segundo en renta petrolera de toda África, solo aventajado por la gigantesca y superpoblada República de Nigeria (que por su parte, en cualquier momento puede superarla). En efecto, Luanda producía en 2011 entre 1,75 a 1,9 millones de barriles diarios de crudo, siendo el 90% de su saldo exportable y el 80% del ingreso gubernamental, es decir, una economía totalmente dependiente del petróleo, su monoproducto por excelencia, y que a las claras ha dado lugar a un “Petroestado”, que desplazó a Arabia Saudita como principal abastecedor petrolífero del gigante chino. El país lusoafricano se encuentra signado por altos niveles de corrupción gubernamental, al punto que la ex metrópoli, en un intento por lavar su imagen dado un pasado colonial nada feliz, se inmiscuyó para investigarlo. Resulta escandaloso que, según el Banco Mundial, el 5% de la población concentre el 60% de la riqueza, en un país de 20 millones de habitantes, lo cual indica que más del 70% de la población vive por debajo de la línea de pobreza, con u$s 2 por día, pese a que el FMI atribuye un PBI per cápita de u$s 1.483 a cada habitante. En resumen, Angola constituye un paraíso de recursos naturales magníficos como las reservas de petróleo, el oro y los diamantes pero del cual solo aprovecha una reducida élite que ha transformado al país, como en muchos otros casos en África, en un reducto de la cleptocracia (que ocupa el mismo poder desde 1979) en alianza con redes de traficantes internacionales. La fórmula es sencilla: petróleo a cambio de apoyo externo. El presidente Dos Santos es el segundo mandatario más duradero de África, solo superado por Obiang Nguema, el tirano de la pequeña y también rica en petróleo Guinea Ecuatorial.
Las debilidades citadas de Angola empero no quitan que el país sea considerado por varios expertos una potencia regional emergente, si bien varios estudiosos relativizan esta visión y aclaran que en su disputa por el liderazgo regional con Sudáfrica resulta perdedora. Entonces, los enfoques que reducen su impronta preponderante construyen la imagen de un gigante de “pies de barro”… o de petróleo, a partir de sus debilidades económicas extremas que reflejan carencias básicas de todo tipo, pese a existir una suculenta renta petrolera pero que en la mayoría de los casos se desperdicia en los laberintos de la corrupción. En 2009 en el índice de percepción de corrupción elaborado por Transparencia Internacional, Angola ocupaba el puesto 162 de un sondeo de 180 naciones, convirtiéndose en uno de los países más corruptos del planeta. Un filósofo argentino definió el concepto de “kakistocracia” como el gobierno de los peores, y muchos analistas coinciden en aplicar esta realidad al país africano en cuestión. La incompetencia de la burocracia estatal, la arbitrariedad del sistema judicial y bajísimos niveles de gobernabilidad permiten adecuar la situación imperante a la definición apuntada.
Sin embargo, para otros analistas, la ex colonia lusa debe ser pensada como una potencia regional consolidada, sin grandes fracturas, e incluso los más aventurados están convencidos de un liderazgo continental que supera a la misma Sudáfrica, bajo una pauta que permite la convivencia en África de más de una potencia regional (eso sin mencionar que también algunos teóricos fuera de África del Sur incluyen en ese rango a Libia, Kenia, Nigeria y Senegal). Para estos intérpretes no hay el más mínimo indicio de “pies de barro” en Angola. De todos modos, reconocen que se trata de un Petroestado de la abundancia pero cuya renta petrolera no desplegó las acciones públicas serias que se esperaban para sacar de la pobreza a muchos. Buscando excusas para justificar el argumento antedicho, se aferran al hecho que en no mucho tiempo Angola será el gigante petrolero de África, desplazando a la líder Nigeria. Otra razón esbozada es el peso militar en la región (reflejado en su intervencionismo en los conflictos y un presupuesto que destina al gasto militar un porcentaje considerable), aunque en realidad corresponde a la necesidad del Estado angoleño de armarse en virtud de años y años de guerra, y de algunas amenazas latentes que, como en la otra ex colonia lusa importante, Mozambique, no se han apagado (por ejemplo en el riquísimo enclave petrolero de Cabinda, al norte). Por su parte, a los que defienden esta teoría además se les objeta que una élite mediocre está más pendiente del lobby y de las relaciones públicas con superpoderes como Estados Unidos y Europa que en mejorar la condición de un pueblo a quien se tiene a raya frente a la ilusoria imagen de una democracia que una y otra vez reafirma que el partido dominante está por arriba de su entendimiento. Los detractores comparan el grado tecnológico de Sudáfrica con Angola y remarcan que la segunda es claramente la perdedora. En resumidas cuentas, un sistema que por ser corrupto electoralmente favorece a los menos capacitados nunca podrá ser argumento para pensar en la posibilidad de proyectar una potencia regional líder, advierten los críticos de esta tesis. En definitiva, tal vez los apologistas de esta segunda escuela se dejan seducir por los espejismos o, paradójicamente, a pesar de su espesura y color, puede resultar que el petróleo encandile y se coloque el árbol por delante del bosque que se trata de ver. Por último, Níger, un país rico en uranio, en 2012 creció al 11,20% en su PBI, liderando las economías de África, pero eso no deshace un ranking penoso: ser el país más pobre del mundo, según el Índice de Pobreza Multidimensional del PNUD (ONU).
El debate está sobre la mesa. Las interpretaciones discurren. Una nación poderosa frente a un espejismo que dice ser lo que no es. Las apariencias no deben engañar. El crecimiento económico de África que tanto se pregona no implica la panacea de todos los problemas africanos, como las cifras engañosamente tenderían a indicar (por ejemplo, la renta per cápita). Angola es en cierta forma un gigante rico en petróleo pero también un gigantesco espacio de desigualdad social, un poder flaqueado por el marco donde se vislumbran serias falencias. Como sea, potencia consolidada o emergente, o nada de eso, indudablemente los defectos señalados apuntan a reforzar la idea de un andar desprolijo e inseguro, los “pies de barro”, según entiende un académico. A 38 años de su nacimiento, las cuentas pendientes de Angola son claras: fomentar políticas de inclusión social, combatir los elevadísimos niveles de corrupción y poner coto al manejo arbitrario del poder.