Halima, tradición y desarrollo rural en Etiopía

24/10/2013 | Crónicas y reportajes

halima_y_su_hija_las_puertas_de_su_casa.jpg Mujer, viuda y cabeza de familia, Halima reunía en una sola persona todos los requisitos para formar parte de las negras estadísticas del hambre y la pobreza, en un país que, a pesar de haber experimentado un más que notable crecimiento económico en los últimos años, se mantiene todavía entre las naciones a la cola del desarrollo. Pero Halima no quiso conformarse con esa suerte. Hace tiempo que los hijos mayores abandonaron el hogar familiar para buscar el sustento en otros lugares, a su cargo quedan solo la menor, de doce años, y un hijo. Por ellos no dudó en hacer frente a las críticas y la incomprensión de sus vecinos y por ellos, saca fuerzas cada día para sobrevivir.

Hace ya unas horas que el calor pega con fuerza en Mawo. Bajo un sol de justicia, Halima se afana por sacar rendimiento a su pequeño terreno. Hay que mover la tierra para dejarla preparada para la próxima siembra. El arado, guiado con mano firme, marca surcos en el suelo seco, levantado terrones pedregosos. Cada movimiento saca un grito de la garganta de Halima, como una voz de mando que indica quién es la que tiene la fuerza; un grito que bien puede ser de aliento, de apoyo o de triunfo. Manejar el arado no es fácil y Halima suda bajo su velo de colores. Hace ya años, de niña, se lo hicieron creer: el arado era solo cosa de hombres. Y hasta que el Programa llegó a su comunidad, así lo sostuvo siempre. Lo vio con su madre y, durante mucho tiempo, lo vivió en persona. De poco valía ser propietaria de esa pequeño terreno si más de la mitad de la cosecha debía que entregársela al hombre que araba por ella. De poco servía su esfuerzo por intentar sacar adelante a sus hijos si el fruto de la tierra solo daba para sobrevivir…

Al fondo del terreno, entre el maíz, dos mujeres observan a Halima: son su madre y su hija. Tres generaciones reunidas, tres ejemplos de cómo con formación y un nivel de educación adecuados, es posible cambiar las mentalidades, por muy cerradas que estas sean.

“Antes cuando yo era hija, nos dice Halima en un momento de descanso, mi madre no sabía los beneficios de poder arar por su cuenta. Ahora, mi hija sí los conoce. Sabe que estamos consiguiendo toda la producción para nosotras y también la paja para alimentar a los animales… Pero ella prefiere estudiar y no tener que trabajar en el campo”.

La pequeña de doce años, observa con atención cada movimiento de su madre. El colegio todavía no ha empezado y aún cuenta con tiempo para poder encargarse de alguna de las tareas de la casa. Halima muestra todo su orgullo cuando afirma que su hija ya ha aprendiendo que las mujeres pueden trabajar su propia tierra. Y espera que su hijo también participe en actividades del hogar, “sin que esto le haga sentir mal”. Nuestra protagonista tiene clara su misión: “educar a mis hijos así, para que tengan una vida mejor que la mía”. Halima ha comprendido que tener bueyes y un arado en propiedad y hacer uso de ellos,no es transgredir las normas, sino hacer valer sus derechos.

Su ejemplo ha empujado a otras a seguir sus pasos, y poco a poco las mujeres de Mawo van sumándose al Programa. En esta pequeña comunidad, con ella ya son doce las que se han atrevido a desafiar a la tradición. Y lo mejor es que están terminando también con la reticencia de muchos hombres. Con ellos comparte el agua de la pequeña presa construida también por el programa para dar de beber al ganado, aunque no se relacionan. Ella sola se apaña con los bueyes, que recibió del programa, y con sus cabras. La cercanía de la presa le ahorra mucho tiempo, que puede dedicar a otras tareas.

Falta poco para la caída del sol y la dura jornada de Halima aún no ha terminado. Aún así, la dejamos sentada a las puertas de la casa, haciendo un alto en el trabajo. Junto a su hija y otras jóvenes, y sabedoras de cuál es el lugar que todavía que ocupan en la comunidad, observa apartada cómo los hombres, reunidos en grupo, pasan la tarde entre cánticos y bailes.

La decisión de Halima y su empeño por desafiar una tradición machista, ha sido un valiente paso hacia delante, pero el camino por andar aún es largo.

Marta Carreño

Manos Unidas

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