Las amenazas obligan a los trabajadores de las agencias de ayuda a abandonar Somalia

22/07/2008 | Crónicas y reportajes

En tiempos de sequía, los precios de los alimentos disparados, una inflación agobiante y la intensificación de los enfrentamientos armados en las calles, muchos de los trabajadores de las agencias de ayuda humanitaria, de los que dependen millones de somalíes para sobrevivir están huyendo de sus puestos, y en muchos casos del país. Están siendo forzados por lo que parece ser una campaña organizada de terror. Panfletos siniestros cubrían recientemente las calles infectadas de balas de Mogadiscio, la ruina de capital que tiene Somalia, llamando a los trabajadores humanitarios “infieles” y advirtiéndoles de que serían metódicamente cazados. Desde enero, al menos 20 trabajadores de las Agencias de ayuda han sido asesinados, más que en cualquier otro año de la memoria reciente. Además, otros han sido secuestrados.

El ataque deliberado a los trabajadores humanitarios, es una escalofriante nueva dimensión de la crisis en Somalia, que tiene lugar desde hace 17 años, pero que ha visto aumentada su violencia desde que intervinieron las fuerzas extranjeras, como por ejemplo los Estados Unidos. La militarización ha convertido una guerra civil en un conflicto mucho más internacional.

Los funcionarios de las Naciones Unidas están especialmente preocupados por los recientes ataques porque dicen que Somalia se dirige hacia otra verdadera hambruna. Sin trabajadores profesionales para distribuir la comida o atender a los enfermos, el país podría sumergirse en una catástrofe parecida a la de principios de los 90, cuando cientos de miles de personas murieron de hambre. “Todo esto no podría estar pasando en un momento peor”, asegura Peter Smerdon, un portavoz del Programa Mundial de Alimentos de la ONU.

Los ataques a trabajadores humanitarios, entre los que se incluyen occidentales, somalíes que trabajan para organizaciones occidentales y somalíes que trabajan para grupos locales, han aumentado este último mes.

Hace dos semanas, un alto funcionario de la ONU fue asesinado a tiros a la salida de una mezquita. El pasado sábado, un agente de transporte por carretera encargado de transportar raciones de comida de emergencia fue asesinado. El jueves, tres ancianos que estaban ayudando a los trabajadores humanitarios locales a distribuir los alimentos a las personas de un campo de desplazados fueron asesinados a tiros.

En respuesta, la ONU está retirando a algunos de sus empleados de las zonas urbanas peligrosas y recortando las operaciones por todo el país. Somalia necesita cientos de millones de ayuda de emergencia, pero los donantes están empezando a sentirse recelosos debido a que los ataques a los trabajadores de las agencias de ayuda amenazan con hacer inviables los proyectos de ayuda.

Un avión con al menos una docena de trabajadores humanitarios somalíes salió de Mogadiscio el pasado viernes, día 18. Varios trabajadores han declarado que han sido los panfletos lo que les ha espantado. “Esta gente va en serio”, dice un profesional somalí que ahora se esconde junto con su familia fuera de Mogadiscio.

Los panfletos fueron pegados en las paredes y esparcidos por las calles de Mogadiscio hace alrededor de 10 días. No podían haber lanzado una amenaza más clara: “Conocemos a todos los llamados trabajadores humanitarios”, se puede leer en ellos. “Prometemos matarles, estén donde estén”.

Los secuestros también están aumentando. Diecisiete trabajadores de agencias de ayuda han sido secuestrados este año, con 13 de ellos aún en cautividad.

Aún no está claro quién está detrás de esta campaña de terror, o si está conectada con previos asesinatos de periodistas e intelectuales. Los panfletos y mensajes de correo electrónico que les acompañan, que se han enviado a varias organizaciones de ayuda, parecen significar un nuevo grado de organización.

Algunas de las advertencias estaban firmadas por un grupo poco conocido, llamado los Mártires de Abu Musab al-Zarqawi, que ha tomado su nombre del famoso terrorista jordano, matado por las fuerzas estadounidenses, en Irak en 2006.

El grupo dice que estos trabajadores están conspirando con los “infieles”, y los diplomáticos occidentales aseguran que estos asesinatos pueden cometerse con la intención de hacer que Somalia parezca tan caótica que los países occidentales la abandonen.

Pero varias facciones del movimiento islamista de Somalia, que está librando una guerrilla intensa contra el Gobierno, han condenado estos ataques.

Sheik Muktar Robow Abu Monsur, un líder del grupo insurgente Shebab, ha declarado que los militantes islamistas lo que están haciendo en la realidad es proteger los convoyes de alimentos. Los funcionarios de Naciones Unidas tienen sentimientos encontrados con respecto a los Shebab, dicen que algunas de sus facciones son violentamente anti occidente, mientras que otras han ayudado recientemente a liberar a dos trabajadores secuestrados.

Algunos analistas de seguridad occidentales tienen la teoría de que violenta turbulencia en la que está sumergido el país, algunos elementos indeseables del Gobierno somalí podrían estar matando a los trabajadores de las agencias internacionales de ayuda para desacreditar a los grupos de oposición islamista y atraer hacia el país una fuerza de mantenimiento de la paz de Naciones Unidas, que podría ser la última esperanza de sobrevivir del Gobierno de transición.

El Gobierno admite que necesita desesperadamente una fuerza de paz de la ONU. Pero niega que esté matando a los trabajadores humanitarios para obtenerlo. “Es obvio quién está haciendo esto”, señala Abdi Awaleh Jama, un embajador extraordinario somalí. “Es la línea más dura de los islamistas la que odia a Occidente. Son fuerzas oscuras, no claras”.

Sea quien sea el culpable, las ramificaciones son enormes. Somalia es una necesitada perenne, con uno de los índices más altos de desnutrición del mundo. El trabajo de la ayuda nunca ha sido fácil, por asuntos de seguridad, y la mayoría de los trabajadores humanitarios occidentales se han mantenido fuera del país durante años, confiándole la ayuda de emergencia y de desarrollo a los trabajadores somalíes miembros de sus organizaciones.

Incluso antes de las amenazas de muerte y los asesinatos, los profesionales somalíes de la ayuda humanitaria debían luchar mucho para alcanzar a los 2.6 millones de personas que necesitaban su asistencia. Pero ese número podía llegar a convertirse muy pronto en 3.5 millones, cerca de la mitad de la población. Las lluvias han sido escasas este año. La cosecha de este otoño se espera que sea desastrosa. Y algunos funcionarios de la ONU predicen que se va a producir una gran hambruna en cuestión de semanas. “Va a haber muertes”, asegura Smerdon, del Programa Mundial de Alimentos, “sólo es cuestión de a qué escala”.

Los enfermos de Somalia sólo son parte de la crisis más grande que asola el cuerno de África, propenso a las sequías y propenso a las guerras. Con los precios globales de los alimentos subiendo más rápido de lo que lo han hecho en décadas, millones de personas que se las iban arreglando como podían, ya no pueden permitirse comprar arroz, trigo o otros bienes básicos.

Entre los más duramente afectados están los que viven en las ciudades dilapidadas de Somalia, como Mogadiscio, donde los precios han aumentado hasta un 500 % y donde la gente depende de comprar comida en vez de cultivarla. Pero Mogadiscio se ha convertido en una pesadilla para los trabajadores humanitarios, y para el resto del mundo. Bombas suicidas, bombas de carretera, ataques con morteros y salvajes batallas en las calles están a la orden del día. Incluso al viajar unos kilómetros por carretera desde el aeropuerto hasta el principal hospital es un juego de vida o muerte debido a que la carreta está plagada de minas.

“Nadie sabe dónde se está seguro”, dice Mark Bowden, el coordinador de las operaciones humanitarias de la ONU para Somalia. Bowden asegura que las Naciones Unidas intentaron hablar con los insurgentes. “Pero la gente con la que puedes hablar”, dice, “no es la gente con la que necesitas hablar”.

Somalia ha sido un campo de asesinatos desde 1991, cuando las milicias de los clanes derrocaron al gobierno central y repartieron el país en feudos. Los señores de la guerra lucharon por cada puerto, cada muelle de pescadores y cada poste de teléfonos que pudiera dar algún beneficio. Era un tipo de caos que ha durado años, pero los somalíes dicen que su sistema precario está desmoronándose al fin.

Las fuerzas externas han entrado en el conflicto, elevando los enfrentamientos a un nuevo nivel de destrucción, y convirtiendo a los trabajadores de las agencias de ayuda parte de la ecuación por primera vez.

En el verano de 2006, un movimiento islamista echó a los señores de la guerra de Mogadiscio y estableció el control sobre la mayor parte del país. Mogadiscio fue una ciudad pacífica por primera vez en muchos años. Pero los Estados Unidos y Etiopía acusaron a los islamistas de tener conexiones con Al Qaeda. En diciembre de 2006, las tropas de Etiopía invadieron, respaldadas por los servicios de inteligencia de Estados Unidos y sus ataques aéreos. Los etíopes expulsaron a los islamistas e instalaron al debilitado Gobierno de transición de Somalia en la capital.

Pero los islamistas se han reagrupado. Han recibido ayuda de los yihadistas extranjeros, según los diplomáticos occidentales, y han adoptado tácticas de ataques relámpago.

El ejército de Estados Unidos ha continuado con su caza de sospechosos terroristas y han llevado a cabo varios ataques aéreos en Somalia, avivando aún más los sentimientos anti occidentales, incluidos los trabajadores humanitarios.

Mientras tanto, Mogadiscio se ha consumido en una guerra que durante los últimos 18 meses ha matado a miles de civiles, desplazado a más de un millón de personas y arrasando edificios enteros en la ciudad. Los funcionarios de Naciones Unidas intentan impulsar un alto el fuego. En junio, una facción islamista estuvo de acuerdo en firmar un alto el fuego.
Pero no parece que haya significado mucho, porque la violencia sigue causando estragos. Al principio, los asesinatos de los trabajadores humanitarios parecían errores, casos de estar en el sitio equivocado en el momento equivocado. En enero, tres miembros de Médicos Sin Fronteras fueron asesinados con una bomba en la carretera, en el sur de Somalia. Algunos analistas occidentales, inicialmente pensaron que la bomba estaba dirigida a otras personas.

Pero al pasar las semanas y haberse matado a más trabajadores de este tipo, incluyendo cuatro conductores que transportaban comida de emergencia del Programa mundial de Alimentos, estaba claro que era una pauta y un mensaje sin precedentes.

No hay cifras exactas del número de trabajadores humanitarios en Somalia. Los empleados de las Naciones Unidas son alrededor de 800 y el Comité Internacional de la Cruz Roja, a otro par de cientos. Contando los grupos de ayuda locales, probablemente haya varios miles de personas que tienen que ver con la ayuda en materias de sanidad, alimentos, educación y otros proyectos de ayuda por toda Somalia.

Para proteger mejor a esta comunidad, los funcionarios de Naciones Unidas luchan por conseguir dinero para más aviones, más radios y más guardias de seguridad. Pero Jurg Montani, que lidera la delegación de la Cruz Roja en Somalia, dice que los donantes cada vez son más reacios a contribuir económicamente. “Se pregunta hasta dónde vamos a poder llegar si los trabajadores humanitarios están siendo secuestrados y matados”, relata.

Montani dice que el país siempre ha sido uno de los lugares más inhóspitos del mundo para trabajar. En Somalia, dice, “no haces lo que tienes que hacer, haces lo que puedes”.

Crónica aparecida en Somali Press, el día 20 de julio de 2008.

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