El nonno contaba a su nieto como de alguna manera todos somos familia, pues su padre ya se daba un salto a la cercana costa tunecina a ver a sus conocidos. El óleo de Géricault, La balsa de la medusa, que fatídicamente rima con Lampedusa, escenifica como unos desgraciados náufragos, a merced de los elementos, se apiñan en una precaria embarcación donde enloquecen.
La odisea de muchos africanos hasta llegar a La balsa de la medusa puede comenzar en algún lugar del Africa central. Durante semanas y a manos de tratantes íntimamente relacionados con el tráfico de armas, las drogas y el integrismo, son zarandeados a lo largo y ancho de las porosas fronteras del Sahel. Hambre y sed vertebran un sueño en forma de pasaporte.
¿Se pueden poner alambradas y muros a la desesperación? Qué no los engañen ni les cuenten pamplinas. FRONTEX y la política de la UE en materia de inmigración irregular es a la par bochornosa e hipócrita: untar a dirigentes de Marruecos, Mauritania o Senegal, para que sus gendarmes den vara, abandonen a miles de personas en el desierto o en el mejor de los casos, acaben hacinados como animales. Las chapuzas se pagan y en Trípoli ya no hay un tito Gadafi al que adular para que nos vigile la salida de las barcas de la vergogna, vergüenza en italiano, hacia Lampedusa o Malta; pues a Libia, que sumida en una transición difusa y prometedor refugio del islamismo a las mismas puertas de Europa, no hay delegado comunitario que tenga interés alguno en ir; y además, ¿con qué autoridad iba a negociar? Lamentable.
Las cifras de ahogados en Lampedusa van a crecer y ya escenifican una tragedia sin parangón. ¿De la omisión de auxilio de los pescadores?, que de ser cierto y así no lo quiero creer, les deseo la mar los trague; de los gestitos farsantes de Durao Barroso presenciando los ataúdes del anonimato; del… venga a contar los muertos conmigo y de la cara… de la alcaldesa al Primer ministro italiano; o de nuestro fracaso como género humano para con nosotros mismos. Los ahogados de La balsa de la medusa ya tienen su pasaporte [de la vergüenza] comunitario; son ciudadanos europeos aunque no vivan para contarlo. Lo lograron.