Las fronteras africanas tienden a comportarse como vasos comunicantes y bajo el principio de que las tragedias, en forma de guerras o de crisis humanitarias sólo van a peor y no tardan en contagiar al país vecino, ratifican la Ley de Murphy. Gracias a la alegre geometría trazada con la avaricia del cartabón y la escuadra colonial, la permeabilidad de sus lindes es precisamente una de las grandes particularidades y a la vez gran problema del continente. De los muchos ejemplos existentes, me decanto por lo que viene ocurriendo en la discreta frontera entre el Congo y Ruanda.
Bendecido por un subsuelo sin parangón alguno en lo referente a las materias primas que esconde, el Congo es un gigante cuyo prometedor futuro poscolonial acabó en una pesadilla que ya va por seis millones de muertos. Un “aceptado”, intermitente y olvidado estado de guerra civil que supera ya la década.
Ruanda es un país diminuto y sin recursos cuyo horrendo pasado en forma de fosas comunes y machetes ha dado paso a una enérgica apuesta por convertirse en un centro económico; aspirando a ser la Suiza africana, donde una empresa puede registrarse y comenzar a operar en 24 horas. ¿Cuál es el problema entonces? El oro gris se llama coltán y más de las 3/4 partes de las reservas mundiales están en el Congo. Un recurso mineral escaso, no renovable e imprescindible para la fabricación de móviles y que gracias a nuestro infantil e insaciable consumo de aparatos electrónicos, cotiza a unos 700€ el kilo. El coltán es extraído por niños mineros en régimen de semiesclavitud y en unas condiciones que harían recordar a los faraones.
El lobby de la industria electrónica no quiere ver manchada [de sangre] su elegante imagen. Razón por la que “delega” en el Ejército Patriótico Ruandés: una más de las muchas bandas paramilitares o ejércitos privados que hacen su fortuna en la “olvidada” África y, cuya misión, es asegurar el flujo del coltán hasta la segura Ruanda. Transito que la ha convertido en un exportador de un mineral que no tiene. Genuino ejemplo del vil proceder con el que las multinacionales de la minería, confabuladas en este caso con los gobiernos de la triple K, Kampala, Kigali y Kinshasa, siembran la semilla de los conflictos del mañana.