Hablaba en mi post anterior de cómo en algunos países africanos hay signos esperanzadores de que la .democracia se abre paso. Hoy, por desgracia, tengo que hablar de la otra cara de la moneda, la de los conflictos en África, que siguen siendo un azote que no cesa para muchas poblaciones. Esta semana están pasando cosas muy graves en dos países que desde hace tres años forman parte de mi vida porque paso allí buena parte del año: la República Centroafricana y la República Democrática del Congo (la provincia de Kivu Norte en el Este del país). Como de costumbre, los medios de comunicación españoles no han mostrado ningún interés en ninguno de estos atormentados lugares.
Empiezo con lo más reciente: la reciente agresión de los rebeldes del M23 y sus padrinos ruandeses contra la población de Goma, en el Este del Congo, que empezó el miércoles 21 de agosto. Después de la ocupación de esta ciudad y la posterior retirada de los insurgentes tutsis en noviembre del año pasado, siguieron varios meses de calma hasta que en mayo y en julio el M23 intentó, sin éxito, hacerse con posiciones estratégicas cerca de esta ciudad que tiene casi un millón de habitantes. Ahora lo intentan por tercera vez, y lo hacen cuando la nueva brigada de la MONUSCO –con un mandato ofensivo- ya está sobre el terreno y ha comenzado sus operaciones, que de momento se han limitado a establecer un perímetro de seguridad de pocos kilómetros alrededor de Goma. Sus habitantes, presa de una impaciencia muy comprensible, han protestado recientemente en varias ocasiones de forma ruidosa exigiendo a la nueva fuerza de la ONU, que está compuesta por soldados de Tanzania, Sudáfrica y Malawi, que se dejaran de tonterías y atacaran directamente las bases del M23 en Rutshuru, 80 kilómetros al norte de la ciudad.
Mientras la nueva fuerza hablaba de que estaban en una “primera fase”, el M23 parece querer provocar directamente a los nuevos soldados de la fuerza multinacional y han vuelto a atacar posiciones del ejército congoleño, que desde mayo pasado ha empezado a demostrar que pueden actuar con competencia.
Ante el retroceso de los rebeldes, sus patrones ruandeses han reaccionado de la forma más sucia que puede imaginarse: lanzando proyectiles de artillería desde su territorio contra Goma. El jueves 22 cayeron al menos once obuses en varios sitios de la ciudad, provocando la muerte de cuatro niños y una mujer. Un amigo que trabaja en el Centro para Discapacitados, de los Hermanos de la Caridad, me contó por teléfono que uno de los proyectiles cayó a pocos metros de este centro hospitalario, muy cerca de la comunidad que las Hermanas de Charles de Foucault tienen en el barrio, provocando el pánico entre los enfermos que no pueden moverse. Parece que poco antes había caído cerca de Gisenyi otro obús lanzado desde territorio congoleño. Otras versiones dicen que fue el M23 quien lanzó los obuses contra la ciudad. Pocas horas después, el Consejo de Seguridad de la ONU en Nueva York intentaba sacar adelante un comunicado de condena del M23 redactado por Francia, mientras Ruanda –que es uno de los diez miembros no permanentes- intentó bloquearlo por todos los medios.
La situación en Goma es de máxima tensión, y habrá que estar muy pendientes de los próximos acontecimientos, sobre todo para ver por lo menos tres cosas importantes: la primera, qué actitud tomarán los aliados occidentales de Ruanda ante esta nueva agresión; la segunda, si el ejército congoleño se detendrá a pocos kilómetros de Goma, como ha hecho en las dos ocasiones anteriores, o si el gobierno de Kabila le ordenará proseguir con su ofensiva hasta el final. Lo tercero, y tal vez más importante, será ver si de verdad la nueva brigada de la ONU se tomará en serio su papel de mandato ofensivo y perseguirá a los rebeldes del M23 hasta sus bases al Norte de Goma, como parece haber comenzado a hacer. Esperemos que esta vez no se limite a arriesgarse lo menos posible como la MONUSCO ha hecho en ocasiones anteriores, provocando la justa ira de la población del Kivu, que desde mediados de los años 90 ya está harta de ver cómo son objeto de agresiones que no terminan y que todo el mundo sabe que están apadrinadas de forma descarada por Ruanda, que ha aprovechado el río revuelto para enriquecerse de forma ilícita con el lucrativo tráfico de minerales del Kivu de forma descarada.
Lo de Bangui ha sido otro episodio vergonzoso de la agresión que la población de la República Centroafricana sufre a diario desde que la coalición rebelde Seleka tomara el poder el pasado 24 de marzo. Mientras su nuevo hombre fuerte, Michel Djotodia, juraba su cargo de presidente de la transición (que deberá durar 18 meses) el pasado domingo 18 de agosto prometiendo paz y concordia, a pocos metros de la Asamblea Nacional, donde juraba su cargo, los milicianos de la Seleka cortaban los accesos al barrio de Boy Rabe, un lugar con una mayoría de población Mbaya, la etnia del derrocado presidente François Bozizé. Por la noche se oyeron disparos y trallazos de diversa consideración. Todos recordaron que a mediados de abril la Seleka entró allí con el pretexto de recuperar armas supuestamente escondidas en algunas casas y causó más de 20 muertos y numerosos heridos.
El lunes 19, ante la tensión que se vivía en el barrio, se reunieron el comandante en jefe de la FOMAC (la fuerza multinacional de intervención de países de África Central), el general Delawaye (jefe del ejército centroafricano, un militar profesional que ha servido con varios gobiernos) y los asesores de seguridad del presidente Djotidia. En esa reunión se decidió que el desarme en Boy Rabe lo harían entre la FOMAC y la gendarmería, y de forma gradual. Pero al día siguiente diez vehículos de la Seleka entraron en el barrio a sangre y fuego, y procedieron a peinar el lugar casa por casa de forma muy violenta, ejecutando a varios jóvenes en plena calle de forma sumaria, aprovechando la operación para llenar sus camiones con todo lo que pudieron robar en las casas, y provocando la huida de miles de civiles hacia los barrios del Sur de Bangui.
La orden de lanzar este ataque, del que el presidente Djotodia no fue ni siquiera informado, parece que vino del ministro de seguridad Nouroudine Adam, el verdadero poder en la sombra, y un elemento mucho más radical y peligroso que Djotodia, con quien no parece llevarse muy bien . Por fin el jueves parece que las cosas empezaron a calmarse un poco y el saldo oficial fue de 13 muertos y al menos 50 heridos graves, que desbordaron los dos hospitales sin medios y sin personal suficientes de Bangui. A pesar de las promesas de enviar una fuerza multinacional de la Unión Africana, que nunca acaba de llegar, la República Centroafricana sigue siendo un caos absoluto y sus cuatro millones y medio de habitantes sufren a diario los abusos sin cuentos de esta banda de criminales que ha tomado el poder. Lo peor de todo es que parece cada vez más claro que están muy divididos entre ellos y tarde o temprano terminarán enfrentándose entre ellos, y pillando a la población civil en el medio. A no ser que alguien lo impida, que de momento parece que no.
Original en : En Clave de África