El premeditado derrocamiento de Gadafi generó un desmantelamiento del arsenal convencional que se amontonaba en el profundo sur libio. Francia es el factotum de occidente para cualquier cuestión de índole africana incomoda. Sus ya indisimulables intereses en el Sahel contrastan con la decidida intervención militar que mágicamente parece ya un tema olvidado y algo que nunca sucedió. Las barreduras del extremismo islámico se recogen al norte de Mali y París exalta su compromiso para con sus ahijados africanos. La gnosis intervencionista revela que Francia depende de su extensa red nuclear para generar la mayoría de la electricidad que demanda. Areva es una de las multinacionales francas que explotan las minas de uranio situadas al norte de Níger. Los depósitos de Arlit y Akokan son un filón, alguno incluso a cielo abierto, que hacen del atrasado país africano el segundo productor mundial del indispensable mineral radioactivo.
El tristemente habitual ecosistema [africano] clase política corrupta; vacio de legislación medioambiental; anonimato, pues sólo Alá sabe donde está Níger; y multinacionales desaprensivas, han hecho del país uno de los más herméticos ejemplos de la falta de ética y moral industrial. La carretera que lleva a las minas, conocida como la Route de l’uranium, es poco más que una vía semi asfaltada que gradualmente va siendo devorada por la lima del desierto en forma de arena y viento. Los convoyes son escoltados por mercenarios; y es que no son pocas las miras que muchas de las células relacionadas con Al Qaeda, han puesto en el valioso e indispensable condimento radioactivo para cocinar una bomba nuclear “sucia”.
Al ser preguntada por sus actividades, Areva [y sus filiales mineras de Cominak y Somair] tiende a desviar las respuestas sobre sus explotaciones en Níger; mira para otro lado y nos remite a un bonito e irreal discurso de cifras acerca de lo mucho que invierte en escuelas y pozos de agua. Una vez Areva agote las canteras de uranio emigrará a otro páramo africano. La ciudad minera de Arlit se convertirá en un cementerio nuclear repleto de chatarra contaminada; residuos sin tratar; cientos de enfermos de cáncer; un hospital abandonado construido ex profeso para hacer frente a las “misteriosas” enfermedades que azotan a los mineros; y lo que es peor: un ecosistema envenenado, que gracias al viento, dispersa la contaminación a lo largo y ancho del Sahel.
Areva y sus operaciones han creado una precaria sociedad minera que durante años ha llegado a trabajar a mano desnuda y alejada de todos los riesgos laborales, que ni por asomo, osaría incumplir en Francia o Suiza. El nivel freático que sustenta la ganadería de subsistencia se ha visto arruinado y tardará generaciones en renovarse; secando los abrevaderos y siendo causa directa de algunas de las revueltas touaregs; por no hablar, a raíz de la cantera nuclear artesanal que es el norte de Níger, de la avalancha de malformaciones en los embarazos de la región. Un Chernóbil africano en potencia.