Burkina en la clasificación de países del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo: un auténtico jarro de agua fría.

7/05/2013 | Crónicas y reportajes

Pues sí, las clasificaciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (1) se suceden y no dejan de parecerse en lo que a Burkina se refiere. Cada año, los datos de dicho programa afirman lo contrario de lo que los gobernantes transmiten a los burkineses y, sin embargo, esos datos los han facilitado nuestros servicios oficiales. Para justificar esa paradoja, se suele recurrir a las últimas cifras de crecimiento, aunque mejor sería dejar de lado el fetichismo de las cifras y reconocer la desconcertante realidad. Además, resulta contraproducente negar la evidencia y aplaudir a los aduladores de turno, cuando el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo es sumamente fiable.

El informe de Naciones Unidas no puede llegar en mejor momento, tras el discurso tranquilizador del primer ministro Tiao. Ante los diputados, el responsable del gobierno burkinés sostuvo que, a pesar de las dificultades, el país no puede estar mejor. Luc Adolphe Tiao insistió en que las cifras de crecimiento presentaban un panorama más que alentador. Según los gobernantes, el país es rico en oro y eso promete; así que Burkina está progresando. ¿Burkina un país rico en oro? Puede que lo sea, pero eso no tiene ninguna incidencia en la cesta de la compra. Con pasar un rato con los ciudadanos de a pie, uno se da cuenta de que, desde luego, la igualdad de oportunidades sólo es un mito. La mayoría de la gente sufre, un elevado número de burkineses no tienen nada, pocos comen cuanto realmente necesitan, el robo y la mendicidad están más que nunca a la orden del día en nuestros pueblos y ciudades; así que los únicos que salen adelante son los que se consideran a sí mismos por encima de sus conciudadanos. El desarrollo humano sostenible debe tener incidencia en la vida diaria y, en Burkina, ésta no deja de ser penosa: ¡miles de niños en edad escolar van cada día a clase con el estómago vacío y pueden considerarse afortunados por poder ir al colegio! En los cursos superiores, muchos de sus compañeros mayores no se esfuerzan; hacer trampas está a la orden del día, como ocurre también con buen número de adultos a los que el oportunismo, la mediocridad y el afán de medrar han llevado a ocupar puestos que ni por lo más remoto merecen.

El país ha dado un paso espectacular hacia a la regresión moral. En las familias, la cohesión es algo que ya sólo forma parte del pasado, la comunicación entre las distintas generaciones se ha roto, los valores esenciales han dejado de transmitirse; así que se llega incluso a liquidar a un pariente por dinero, para heredar un puesto de relevancia en obras públicas o para conseguir un cargo de libre designación, aunque no se tengan méritos para ello. Ocurre como en el ámbito político, en que se opta por ignorarse mutuamente cuando hay que negociar sobre asuntos esenciales. Por lo demás, la energía que se invierte en la lucha política, no se utilizará nunca contra ese enemigo común que es la pobreza. Es verdad que los tiempos cambian y con ellos Burkina y los burkineses, pero, entonces ¿qué país queremos dejar a nuestros hijos? ¿un país en el que los valores morales ya no tengan sentido?

No nos cansaremos de repetirlo: en Burkina Faso, la irresponsabilidad y la intolerancia están ganando terreno. Basta con echar una mirada al pasado para comprobar que la violencia se va imponiendo al diálogo en la resolución de conflictos, hasta en los más nimios. Se agrede o se mata por nada, sin duda porque quienes deberían dar ejemplo hacen lo contrario de lo que les dicta su conciencia. Incluso los que podrían considerarse marginados sociales claman contra la falta de civismo de la población. ¿Uno puede obligar a pagar impuestos y tasas a los demás cuando, como responsable, se las ingenia siempre para no acatar las normas? ¿Cómo se le puede exigir al ciudadano medio que respete a la autoridad, cuando los responsables de cualquier escalafón, tanto en el ámbito público como en el privado, se resisten a ella o son delincuentes de guante blanco? Entre algunos ciudadanos y la delincuencia, se dan a veces relaciones de complicidad tan evidentes que las fuerzas de seguridad se ven limitadas en sus atribuciones y a veces se hace necesario recurrir a la colaboración desinteresada de las comunidades. Si no fuera por los propios burkineses, ¿quién podría salvar Burkina?

Lo que tienen que hacer los gobernantes es bajarse del pedestal y dejarse de palabrerías. Aún estamos a tiempo de combatir con decisión las raíces del mal que está minando el país. Hace ya tiempo que las demandas sociales exigen soluciones satisfactorias. El despegue hacia el desarrollo no es un desafío imposible. La capital y sus alrededores no pueden ser los únicos beneficiarios de los recursos nacionales. Que todo se concentre en Uagadugú y sus alrededores podría hacer pensar que se desprecia a las demás regiones. La mala planificación de la economía nacional es una auténtica bomba de relojería que, alimentada por un desarrollo inadecuado y por el egoísmo de las élites políticas, podría estallar en cualquier momento si se sigue actuando como si se la ignorase.

Los gobernantes pueden rechazar el informe 2013 de Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, pues efectivamente contradice el discurso oficial, según el cual Burkina Faso está ya en la senda de la recuperación, pero ese informe tiene el valor añadido de poner las cosas en su sitio, porque en África los dirigentes se han acostumbrado a hablar y a hablar, como si sus discursos dieran lugar, de repente, al cambio. A este respecto, están tan lejos de la realidad que, para muchos, el desarrollo consiste en hacer magia y se olvidan de los efectos catastróficos de las políticas neoliberales que han aceptado poner en práctica. No cabe duda de que fue errónea la decisión de liberar al Estado de sus compromisos con sectores de vital importancia, como la sanidad y la educación. Ahí están los resultados a día de hoy: privatizaciones feroces o diseñadas a medida que han acarreado interminables conflictos sociales y sólo benefician a unos pocos a los que no preocupan los intereses de la mayoría.

El informe 2013 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo es en sí mismo un documento de lo más oportuno, pues pone sobre aviso a los gobernantes que aceptan sin problema el juego de la crítica y de la autocrítica. Al optar por ponerse a sí mismos en tela de juicio, esos políticos podrán organizarse mejor para afrontar acciones en el futuro, pues es indudable que, en el imaginario colectivo, dos mundos existen en Burkina Faso: el de los grandes y el de los demás. Sin exagerar ni un ápice, se puede afirmar que ese informe 2013 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo ha caído como un auténtico jarro de agua fría sobre los gobernantes burkineses y no hace sino confirmar que la “emergencia” es un buen reto, pero también que aún queda mucho trabajo por hacer para conseguir superarlo.

(1) Desde los años 90 del siglo XX, el Proyecto de las Naciones Unidas para el Desarrollo elabora un informe, en el que se establece una clasificación de países según un índice de desarrollo cualitativo basado en tres criterios: la esperanza de vida en el momento del nacimiento, la tasa de alfabetización de adultos, y el acceso a la escolarización en las etapas primaria y secundaria, y el producto interior bruto por habitante.

Le Pays, Burkina Faso 25 de abril de 2013

Traducido por Javier de Agustín

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