¿Hora abandonar El Dorado?, por Simon Pierre Talula

29/04/2013 | Bitácora africana

Hace un par de semanas hablaba con mi casera sobre mi infoxicación, esto es, la adicción que me impulsa a abrir la web de varios periódicos al día, una rutina que me despierta por la mañana y me acuesta por la noche. Ya sé que resulta peligroso cambiar el cuento de antes de dormir por cuentos sobre el paro en España, la situación en la Franja de Gaza o en el África central: pero la culpa la tienen mis profesores de Periodismo. Deformación profesional. Esta mujer, risueña y campechana como ella sola, me dijo que hacía tiempo decidió dejar de ver las noticias porque le ponían enferma. Era más feliz en su ignorancia. Y me lo dijo con una serenidad y una sonrisa implacables. Pero no le hice caso, seguí infoxicándome.

Volví a caer una y otra vez. También durante esta semana y también hoy. Lo primero que me ha hecho levantar mi ceja derecha de pura perplejidad han sido las noticias sobre el último censo de población. El diario El País, que por fin se ha dignado a dedicar una sección a África, además del “blog coral” África no es país, titulaba que España ya no era El Dorado, acompañado con una foto de una familia de inmigrantes ecuatorianos que se despedían desde el aeropuerto. Hombre, me causa perplejidad que esto sea noticia. Dicen que hemos perdido cerca de 200 mil habitantes, pero tengo la sensación de que esos datos se quedan muy cortos. En los últimos 2-3 años, muchos conocidos y familiares que vivían en España se han marchado.
No es de extrañar que muchos africanos se hayan ido a Bélgica, Suiza, pero especialmente, a Francia. El país de Napoleón se ha asentado durante mucho tiempo en el imaginario de muchos de paisanos francófonos como un auténtico Eldorado, una especie de Madre Patria lejana pero cercana, a un tiempo odiada por su arrogancia y su política paternalista e intervencionista -cuando menos- y deseada por su eco de grandeza y por las noticias de prosperidad que llegan/llegaban de la diáspora. Sería lógico decir lo mismo de Gran Bretaña, pero no se adhirió al Espacio de libre circulación Schengen. Esto significa que los inmigrantes anglófonos que deciden abandonar España para buscar un nuevo Eldorado no pueden entrar el archipiélago británico con la misma facilidad. Las barreras se imponen.
Y esta sangría se hace más que tangible a mi alrededor. También tengo a unos cuantos amigos españoles que se han ido: compañeros de estudios que se van a Latinoamérica, al norte de Europa, Emiratos Árabes… Sospecho que uno de mis alumnos también hizo las maletas hace nada rumbo a EE.UU. Sí, parece que el paraíso español se desmorona ante nuestros ojos. La tasa de migración del revés y parece que lo 6 millones de parados que hemos alcanzado esta semana me causarán más pesadillas por las noches. Pesadillas ante lo que parece una tendencia irreversible. Emigrar no es moco de pavo. Aunque viví la experiencia a muy temprana edad, siempre rodeado del manto protector de mis padres y de la inocencia, pude captar los signos de angustia en mi entorno.

Y parece que llegó el momento de replantearme de nuevo el concepto de casa. Desde que tuve edad para viajar solo, siempre que iba al extranjero decía querer volver a mi casa. Y esa casa no era otra sino el hogar y mi gente que asocio con Santander. Y resulta que ahora me voy a licenciar de nuevo, no hay visos de que la situación laboral mejore a corto plazo, y me tengo que plantear una nueva definición y ampliar el mapamundi. Una nueva emigración, que esta vez sí, tendría que afrontar yo solo, sin familia ni inocencia.

Y sin embargo me opongo, porque creo que me queda mucho trabajo. Sí. Mucho que hacer. Sí, tengo ganas de quedarme para hacer otra clase de periodismo, dar voz a esa minoría sólo visible mediante los top-manteros, las pateras y otros sucesos periodísticos similares. Escribir los libros que alimentarán a nuestros jóvenes afroespañoles, darles héroes con los que soñar. Contar las cosas desde el punto de vista de ese 11% de la población que a veces parece no aportar nada bueno al país. Si a las noticias oficiales nos remitimos, claro. Sí, quiero quedarme, para traducir aquellos libros que no fueron traducidos, hacer llegar las películas que hablan de otras historias y miran el mundo desde otros parámetros visuales. Sí, quiero quedarme para impulsar una verdadera red afroespañola, conseguir que la Casa África sea nombre común en boca de los afrodescendientes; sí, que por fin haya intercambios de alumnos con universidades del continente, porque estoy convencido de que también tienen mucho que enseñarnos, y que además, nos conviene a ambos lados del infame Estrecho de Gibraltar. Que una juventud de latitudes tan diferentes del globo se relacione me parece crucial. Significa ponerse en la piel del otro, relacionarse con el otro, ponerle cara y nombre, y sobre todo, aprender a divertirse y a trabajar juntos. Quizá entonces, El País se vea obligado a dejar un poco su polémica militancia en Latinoamérica y se decida a mandar un par de corresponsales fijos más allá de Marruecos.

Como decía la ciberactivista camerunesa Julie Owono, África es joven, crece económicamente -otra cosa que es llegue a la calle- y sobre todo, está cada vez más involucrada en el mundo, en las redes sociales y en su propia historia. Y desde España creo que gente con raíces en ambos sitios podemos hacer mucho para conocernos mejor.
Y quiero estar aquí cuando llegue ese momento. Ser parte de la sangría significaría abandonar también ese sueño necesario, factible y maravilloso. No quiero que llegue. Si hay gente que lo puede hacer, esos son los afroespañoles, y un exilio siempre conlleva el riesgo de quitarle algo valioso al sitio que abandonamos.

Y por cierto, pedir desde aquí perdón a los ugandeses y a los etíopes por las meteduras de pata de algunas personas públicas españoles. La costumbre del y tú más parece no tener límites. Acostumbramos a frivolizar con todo, con la gente, su pobreza su dignidad, sus derechos, y ahora también con el hambre. Y lo que seguramente nos queda…

Autor

  • Talula, Simon Pierre

    Hijo de madre camerunesa y padre congoleño, he pasado la mayor parte de mi vida en España, especialmente en Santander, donde transcurrió
    parte de mi infancia, razón por la cual me suelo definir sin más como 'afrocántabro'. Soy Licenciado en Traducción e Interpretación y en
    Comunicación Audiovisual por la UPV/EHU.

    Interesado en las Relaciones Internacionales y en el lugar de África dentro de ellas a partir de la
    Guerra Fría y especialmente después de ella; amante de la lengua y del periodismo con repercusiones sociales, soy también un apasionado lector y curioso por la historia y la cultura africana y de su diáspora en lugares remotos y menos remotos del mundo.

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