La reciente cumbre celebrada en Durban donde los denominados estados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) han sido incapaces de llegar a acuerdos sustanciales, viene a reforzar que a excepción de China, sus influencias económicas y geoestratégicas aún distan algo para terminar de ser globales. Demografías que ya representan el 45% de la población mundial y el 20 % de la riqueza. Sudáfrica es la principal economía africana y un país de oportunidades. Un gigante industrial cuya poderosa gravedad comercial convierte en satelitarias a gran parte de las economías de los estados africanos situados el sur del Ecuador. Un mercado que “gracias” a años de aislamiento a causa del regimen segregacionista de Pretoria, desarrollaría, de la mano de su fuerte sector minero, una importante industria manufacturera sin parangón alguno en el continente. Bases, que catalizadas por la apertura política, han hecho del país una de las economías emergentes. La influencia comercial sudafricana implica a un tercio del continente y a más de 150 millones de personas. Una potencia local que no renuncia a una proyección global.
África del Sur personifica el espíritu de los llamados BRICS. Naciones estratégicamente situadas llamadas a representar papeles de peso en el nuevo orden mundial que poco a poco va tomado forma. Sudáfrica es un país complejo por lo delicado de su más reciente herencia. Y es que pasar de dique de occidente frente al avance del marxismo a rebufo del proceso descolonizador luso, a ejemplo de transición política y coronarse como uno de los guías de la Unión de estados africanos en apenas dos décadas, no es tarea sencilla. La bolsa de Johannesburgo ejerce ese pensamiento del desarrollo sur–sur desde el atril de conocerse eje comercial. Proceder, que colisiona frontalmente con las intenciones de Pekín para con África. Acusado de neocolonialismo, el gigante asiático ha desembarcado en el continente bajo el leitmotiv del bueno, bonito y barato: el binomio infraestructuras y tecnología fácil a cambio de materias primas bajo la promesa de no inmiscuirse en los asuntos internos de los africanos, triunfa. Teoría [esta] que contrasta con los últimos episodios con los que Francia se “reinventa” en África; o de manera más discreta y paradójica, por aquello de ser socio fundador de los BRICS, de la propia Sudáfrica a la hora de subordinar en lo económico a sus vecinos haciéndoles depender de sus manufacturas.
El fuerte y sostenido crecimiento económico del emergente africano ha creado un excepcional flujo migratorio norte-sur. Sus oportunidades laborales son el anhelo de miles de inmigrantes de los países colindantes que aspiran a cruzar la frontera e incorporarse a su mercado. Y es que el sueño de pasar a formar parte de esa clase media [negra] aún en proceso de consolidación a menudo naufraga en forma de bolsas de pobreza y marginación social. Episodios que tampoco representan novedad alguna; pues desde el siglo XIX, Sudáfrica ha vivido oleadas de trabajadores relacionados con la minería. Al igual que tampoco constituye acaecimiento ninguno que el color de la base de la pirámide minera siga siendo el negro; donde quizás, la única novedad ahora sea el recelo social de los sudafricanos negros hacia las oleadas de trabajadores que procedentes en su mayoría de Lesoto, Mozambique y Swazilandia, atiborran los Town Ships. Arrabales donde se hacina la mano de obra barata del significativo sector minero, que engrasado por un exceso de oferta sin cualificación, está haciendo renacer las viejas estructuras del apartheid bajo ese mana que es el subsuelo sudafricano. Sudáfrica es puro contraste. Su sector aeroespacial, marítimo y militar, líder indiscutible en el continente y con empresas como Denel con un altísimo prestigio internacional en I + D, contrastan con las cifras de infectados por el VIH o con su enorme potencial turístico aún por desarrollar. Un país africano donde la clase media es una realidad; donde se fabrican coches y hay un consumo interno de relevancia; donde existe un moderno sector bancario respaldado por una seguridad jurídica y una división de poderes real; con tres universidades en el top 500; con una importante industria alimenticia y un mercado internacional al que abastecer; en resumidas cuentas, una larga lista de premisas que [a día de hoy] ningún otro país del continente es capaz de reunir. Condicionantes que sin duda invitan al desarrollo; pero no sin ello y encabezada por una elevadísima tasa de criminalidad, se deben olvidar una larga lista de contras.
A su manera, Francia, China e India, buscan o bien penetrar o recolocarse en los mercados africanos. Es interesante ver como los BRICS, a la vez que reclaman un espacio en las altas esferas, a nivel regional también ejercen las praxis que de manera global denuncian; sirva de ejemplo la siguiente proposición: acudiendo a cualquier firma internacional, comprobamos como muy posiblemente Sudáfrica es el único país africano donde hay una representación oficial. Monopolio que tradicionalmente le ha venido permitiendo generar dependencias al resto de mercados del Africa austral para la distribución de gran cantidad de bienes de consumo. El corredor Maputo – Walvis Bay, es la primera gran vía comercial terrestre africana que garantiza el tránsito de mercancías de manera eficiente y segura desde los puertos del océano Índico hasta el Atlántico. Arteria que busca vitalizar la riqueza meridional de un continente que ya cuenta con un alfil en el damero de una economía cada día más globalizada.