Samuel Kivuitu era el responsable de la Comisión Electoral Keniata en 2007. Pocos días antes de las elecciones presidenciales que se encargaba de coordinar afirmó que éstas se celebrarían en un ambiente de calma y que la transición política se realizaría de manera suave y ordenada. Sin embargo la realidad le tenía reservada una sorpresa tanto a él como a toda la comunidad internacional, a quienes la violencia política desatada tras el conflicto electoral entre Odinga y Kibaki les pilló a contrapié.
Desde diciembre de 2007 hasta febrero de 2008 murieron 1.200 personas y cientos de miles expulsadas de sus hogares en el conflicto resultante de las elecciones presidenciales. Kibaki se autoproclamó ganador por un margen muy estrecho. Odinga respondió acusándole de fraude electoral, y las milicias en las calles obtuvieron la orden de estrechar el cerco sobre su rival.
Fueron varias semanas de conflicto abierto por todo el país que se saldó con una solución de coalición: Kibaki fue nombrado Presidente y se creó la figura de Primer Ministro para Odinga. Paralelamente se inició un proceso de reforma constitucional que pretendía situar a Kenia como un país referente en la política moderna de África Subsahariana.
La Constitución aprobada en 2010 establece una división territorial del país en 47 regiones, con su gobernador particular y su propio parlamento. Además, introduce la novedad de los debates presidenciales obligatorios en periodo electoral, y otras medidas dinamizadoras de la democracia, como las consultas populares o la transparencia en la información.
De esta manera llegamos al periodo electoral en el que Kenia se encuentra inmersa. Por primera vez en la historia ha habido un debate presidencial televisado con hasta ocho candidatos (siete hombres y una mujer) a presidir el país.
Las elecciones, cuya primera ronda presidencial será el 4 de marzo, se celebran en el 50º aniversario de la independencia. La formalidad de la campaña, su occidentalización, ha hecho que multitud de medios de comunicación internacionales se vanaglorien del éxito de reconversión de la democracia keniata. Voces que han sido potenciadas con la participación de Barack Obama en la campaña del que fue país de nacimiento de su padre.
El ensimismamiento de estos medios contrasta con las voces que desde el terreno están realizando diversas organizaciones de la sociedad civil. La política formal, edulcorada por la Constitución de 2010, hace vivir la ficción de que se trata de unas elecciones estandarizadas, donde el debate de las ideas prevalece sobre cualquier otro. Sin embargo, un pequeño seguimiento de la campaña permite demostrarnos que nada ha cambiado en Nairobi.
En 2007, como ahora, la política keniata estaba dominada por el debate identitario de carácter étnico. La etnia ha sido la herramienta social utilizada para facilitar o limitar el acceso a la tierra o a las oportunidades políticas y está en la base de la desigualdad social keniata. Los dos candidatos más fuertes, el Primer Ministro Odinga y el recién llegado a la política, Keniata, vienen de familias políticas fuertes, protagonistas del proceso de independencia. Ambos tienen una fuerte identidad étnica (Luo y Kikuyu respectivamente) que explotan políticamente y que movilizan frente a un ataque político. Keniata, además, está acusado por la Corte Penal Internacional de crímenes durante el conflicto de 2007.
En Kenia, a pesar de la estandarización de la política formal, continua existiendo un debate fuera de los focos que tiene a la identidad como eje fundamental. Los motivos que provocaron el conflicto en 2007 siguen abiertos. En 2012 se relataron hasta 400 muertes por violencia política. El paro juvenil es muy elevado, y los indicadores de pobreza no mejoran. Todo esto, unido al alto nivel de corrupción de las estructuras del Estado, hace que se augure un posible escenario de violencia si la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, programada para abril, se resuelve por un margen muy corto de votos o si se percibe poca transparencia en el proceso electoral. Y sin olvidar que las elecciones en cualquiera de las 47 regiones también puede servir de mecha.
Los jóvenes profesionales keniatas, aquellos que podrían estar trabajando fuera del país en cualquier ciudad global, están furiosos con esos partidos políticos etnificados que continúan un debate que no aporta soluciones a las desigualdades sociales del país. Ven como imprescindible un cambio en las élites políticas del país. Pero el líder anticorrupción John Githongo ya lo advirtió: “El nuevo mundo está naciendo, pero el viejo aún no ha muerto”.
Original en : El Europeo y en : El Señor Kurtz