Guinea Ecuatorial: Obiang habla de la familia, la riqueza y Oyala

14/02/2013 | Opinión

Era un sábado por la mañana cuando paseaba por nuestro jardín, cantando una canción de James Brown con unas cuantas improvisaciones.

I feel Good na na na… I’ll feel better when Oyala is complete… na na na

(Me siento bien… me sentiré mejor cuando Oyala esté terminada…)

Entonces, para gran diversión de mi madre, el hombre que llevaba un traje muy caro, un reloj de oro y unas gafas con montura de oro, se deslizó hacia la izquierda, y luego hacia la derecha, chasqueando los dedos rítmicamente. Cuando hubo terminado, sin aliento, declaró: “Oyala será la ciudad más grande jamás construida”.

“¿Oyala?”, pregunté.

“Sí, sí”, dijo el hombre con gran entusiasmo, “Yo, Teodoro Obiang, presidente de la Gran República de Guinea Ecuatorial, estoy construyendo una nueva ciudad capital, llamada Oyala”.

Mi madre, asombrada por la identidad del visitante, se ofreció a hacerle un té. Iba corriendo hacia el interior de la casa, cuando el presidente la detuvo.

“Tomó una taza de oro de uno de los bolsillos de su chaqueta. “Madre”, dijo, “ponga el té aquí”. Mientras sorbía su bebida, dio más detalles sobre su proyecto. “Ya se ha completado un hotel de 500 habitaciones… ya ha comenzado el trabajo para un campo de golf, un campo de polo, una presa para las carreras de yates, una pista de patinaje sobre hielo, un exclusivo casino…”. Terminó su té, se frotó sus manos con evidente regocijo y remarcó: “Todo esto será un gran beneficio para el pueblo de Guinea Ecuatorial”.

Más tarde, tras otra taza de té y más historias sobre otros proyectos de desarrollo que tenía planeados, acompañé al señor Teodoro Obiang a la casa del viejo Nyati. “Padre”, dijo al sabio del pueblo, después de presentarse a sí mismo y volver a contar la historia de su trabajo de desarrollo, “quiero pasar unos días aquí para pensar y elaborar planes para todavía más proyectos”.

Pero en los siguientes días, quedó claro para todos nosotros que el presidente no era un gran trabajador. Por la mañana, se sentaba en el banco bajo el árbol en el jardín, bebiendo vino de palma que él mismo había enviado, del viejo Nyati. Después, tras una pesada comida, se tumbaba en la hamaca hasta por la tarde, y después entretenía a los vecinos con cuentos sobre sus proezas en cuanto de desarrollo y gobierno.

“Para gobernar bien”, nos decía una noche, “debes implicar al pueblo en el gobierno”.

Miró pensativo el fuego ante él. “La gente como los miembros de tu familia… mi hijo, Teodorín, es un ministro, su hermano también. Mi propio hermano es Jefe de Defensa, mi madre es ministra sin carteras, mi hermana también…” hizo una pausa, se subió las gafas desde la punta de su nariz, y miró a los reunidos a su alrededor con inmensa auto satisfacción.

Renacimiento africano

Otra noche, nos contó cómo había abatido varios intentos de golpe de estado, planificados por extranjeros celosos. “Ellos odian ver a una líder africano de éxito”, dijo, con un toque de amargura en su voz, “Incluso los informes que podéis leer sobre mi país… todo basura…”.

“Señor”, le pregunté, “¿Qué piensa de los informes que aseguran que a pesar de la prodigiosa riqueza generada por el petróleo, el pueblo de su país es muy pobre?”.

“De nuevo, basura”, espetó el presidente. “Si fuéramos tan pobres, ¿cómo diablos se iba a haber comprado Teodorín tantos coches de lujo cuando vivía en Francia, o su casa de Malibu, California, o hacer la puja más alta por el guante blanco de Michael Jackson en una subasta, o poder salir con ricas cantantes y actrices americanas, eh?”.

Me miró fijamente tras sus gafas.

“¿Por qué no buscan la información correcta antes de publicar ese tipo de informes…? Deberían haberme preguntado cuánto valgo, o mi mujer, o mi hermano…”.

Mientras el presidente continuó alabando con entusiasmo las propiedades que él, su familia y sus amigos poseían en el país y en todo el mundo, yo me preguntaba por qué África sigue no sólo consintiendo liderazgos depravados, sino además fomentándolos.

Hace unos años, Obiang fue nombrado presidente de la Unión Africana, entonces se le permitió albergar el torneo de la Copa Africana de Naciones… ¿cómo pudo la Unión Africana reconciliar su propio discurso de Renacimiento africano y lo que en realidad era alentar a gente como Obiang? ¿No debería la organización establecer unos estándares de liderazgo que deban cumplir sus miembros, y aislar a aquellos que no los cumplan –Mugabe, Al Bashir, Biya…? Un renacimiento africano debe significar un renacimiento de nuestras culturas, nuestras sociedades, nuestra literatura, nuestra arquitectura, y lo más importante, nuestra cultura de gobierno.

Me desperté de mis pensamientos para encontrar al presidente hablando orgullosamente de sus hijos.

“¿Cuántos padres africanos tienen hijos que vivan al lado de estrellas del cine?” preguntó. Las llamas del fuego iluminaban sus animados rasgos faciales. Entonces, sin avisar, el presidente se levantó de golpe, dejó escapar un grito a lo James Brown y se lanzó con una improvisación de otro de los clásicos del padrino del Soul:

I am rich and proud

I am rich and proud

[Soy rico y orgulloso]

Por Tee Ngugi*

*Tee Ngugi es un comentarista social y político que vive en Nairobi.

(Africa Review, Kenia, 14-02-13)

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