Mali, Francia y los extremistas
Hoy no se ve nada más que esa euforia, esa celebración o ese silencio ante la acción libertadora de Francia y de la comunidad internacional que la apoya unánimemente.
El mundo observa y la clase política francesa parece apoyar de forma unánime una intervención militar en el norte de Mali contra los islamistas, los yihadistas,los extremistas. Algunos, es cierto, reprochan al gobierno haber actuado en solitario, pero estiman «correcta» la decisión de llevar a cabo una acción militar. El presidente francés, François Hollande, que parecía perdido en el seno de un gobierno confuso, restaura su figura y se crea una imagen de estadista, de jefe militar, que quiere «destruir al enemigo», «impedirle hacer daño». El norte de Mali es, por tanto, donde Francia ve reflejarse, por fin, la imagen de un presidente fuerte, decidido, bien instalado en París.
Hay que empezar por el principio y adoptar una posición clara. La ideología y las prácticas de las redes y grupúsculos salafistas-yihadistas y extremistas deben condenarse del modo más firme. Su comprensión del islam, su manera de instrumentalizar la religión y aplicarla imponiendo penas físicas y castigos corporales de manera odiosa es inaceptable. Una vez más, la conciencia musulmana contemporánea e internacional debe expresarse alto y claro, decirlo y repetirlo: esta comprensión y esta aplicación del islam es una traición, un horror, una vergüenza, y los primeros que deberían oponerse a ella son los propios musulmanes y los Estados y sociedades mayoritariamente musulmanas; política e intelectualmente, y con toda la fuerza de su conciencia y su corazón. Esta posición no debe ser alterada en modo alguno.
A esta firme postura de principios hay que añadir el análisis geoestratégico y evitar confundir la claridad de la posición moral con la ingenuidad de una posición política binaria simplista. ¿Estar contra los extremistas yihadistas implica necesariamente estar de acuerdo con la política francesa en la región? La expresión «estar con nosotros o contra nosotros» de George W. Bush es fundamentalmente falsa y peligrosa tanto en su esencia como en sus consecuencias. Detrás del noble compromiso de Francia con los pueblos africanos en peligro existen ciertas preguntas que hay que plantear de forma explícita. Occidente en general —y Francia en particular— ha olvidado durante décadas a los pueblos sometidos a las dictaduras tunecina, egipcia y libia antes de cantar alabanzas a las revoluciones, a la primavera árabe y a las libertades. En Libia, la intervención humanitaria tenía aspectos turbios, olor a intereses petroleros y económicos poco disimulados, asumidos incluso.
Algunos meses más tarde, Francia interviene en el norte de Mali supuestamente por el bien del pueblo, con la única intención de proteger a ese país «amigo» del peligro de los extremistas aliados ahora de los rebeldes tuareg. La ausencia de datos económicos y geoestratégicos en la presentación política y mediática de los hechos es perturbadora. Tampoco se dice nada de la larga o la más reciente historia de alianzas de Francia con los sucesivos gobiernos malienses. Todo ocurre como si Francia expresase de repente su solidaridad política de manera gratuita, generosa y sin cálculos. Sin embargo, entre los bastidores de las conmociones políticas recientes, Francia no ha dejado de interferir, de presionar, de apartar a los actores malienses molestos (políticos o militares) y de crear alianzas útiles, tanto en las cúpulas del Estado como en los terrenos tribal, civil y militar. Amadou Toumani Touré, depuesto por un golpe de Estado el 22 de marzo de 2012, fue ampliamente fragilizado y aislado tras la caída del coronel Gaddafi. Parece haber pagado el precio de su política hacia el Norte y de sus puntos de vista respecto a la concesión de los futuros mercados de explotación petrolera. Las relaciones (a veces difíciles) de Francia con la organización secesionista Movimiento Nacional de Liberación de Azawad (MNLA) no son un secreto para nadie y permitían establecer una zona de fractura entre el sur y el norte de Mali muy útil con miras a los propósitos de explotar riquezas mineras muy prometedoras. La presencia de Al-Qaeda en el Mágreb Islámico (AQMI) y su alianza con las tribus tuareg del norte ha sido desde hace tres años (más aún en la práctica) otro factor para justificar la presencia militar francesa en la región, que se ha oficializado limpiamente desde el lanzamiento de «la guerra» hace unos días.
El gobierno francés y los responsables de las multinacionales del gas y del petróleo siempre han relativizado o minimizado, oficialmente, los descubrimientos relativos a recursos mineros en la región del Sahel, entre Mauritania, Mali, Níger y Argelia (se ha llegado a hablar incluso de «espejismo maliense»). Sin embargo, los datos son bastante más conocidos y están más contrastados de lo que se hace ver y Jean François Arrighi de Casanova, director de Total para el Norte de África, no ha dudado en hablar de «un nuevo El Dorado» con inmensos descubrimientos de gas y petróleo. La región tiene al menos cinco cuencas de lo más prometedoras. A la de Taoudenni, en la frontera mauritana, que ya ha mostrado la importancia de sus recursos, hay que añadir las cuencas de Tamesna y Iullemeden (en la frontera con Níger), la de Nara (cercana a Mopti) y la fosa de Gao. La Autoridad para la Investigación Petrolera (AUREP) confirma el potencial del subsuelo del norte de Mali en lo que a recursos mineros se refiere (gas y petróleo fundamentalmente). Mali, Mauritania, Argelia y Níger son los primeros implicados y, con la caída del coronel Gaddafi, están abiertas las perspectivas de explotación para las compañías francesas (con Total a la cabeza), italianas (ENI) y argelina (Sipex, filial de Sonatrach), que se estima que han invertido ya más de cien millones de dólares en estudios y perforaciones a pesar de las dificultades debidas a la aridez y la inseguridad. El pueblo maliense amigo bien merece que se defienda su sangre, su libertad y su dignidad si además se sabe cuánto gas y petróleo puede esconder su desierto. El espejismo no son los recursos mineros del norte de Mali, sino la realidad de la descolonización.
¿No es legítimo, en definitiva, plantear ciertas preguntas? Nadie puede negar la existencia de grupos violentos extremistas y radicalizados que tienen una comprensión censurable e inaceptable del islam. Ya lo hemos dicho, hay que condenarlos. Pero debemos constatar que dichos grupos tienen estrategias políticas contradictorias y una enojosa tendencia a instalarse en los lugares precisos en los que los recursos mineros son una cuestión capital. Ya se sabía en el caso de Afganistán (una región inmensamente rica en petróleo, gas, oro, litio, etc.), y he aquí que —no se entiende bien por qué— los locos extremistas se instalan en el Sahel maliense para aplicar allí susharia inhumana y tan poco islámica. ¡En el Sahel desértico! Entendámonos: no cabe duda de la existencia de esos grupúsculos extremistas, pero existen preguntas legítimas sobre su posible infiltración (los servicios secretos tanto estadounidenses como europeos han admitido haber utilizado la infiltración apoyándose en agentes instigadores); Los lugares en los que se instalan y los métodos que utilizan bien podrían estar siendo inducidos y orientados; lo sabíamos con George W. Bush y lo vemos en Mali: puede hacerse un empleo útil de los terroristas. Un mando militar maliense nos hablaba de su confusión en nuestra última visita: «Tenemos orden de exterminarlos, de destruirlos (sic) aunque estén desarmados. Nada de prisioneros. Hacemos todo lo posible para enloquecerlos y radicalizarlos». Sorprendente estrategia de guerra, en efecto. Más aún, según Le Canard Enchaîné, Qatar, aliado de Francia, ha firmado un acuerdo con Total concerniente a las explotaciones del Sahel y, paradójicamente, da apoyo económico y logístico a grupos radicalizados como «los insurgentes tuareg del MNLA (independentistas y laicos), los movimientos Ansar al-Din, AQMI (Al-Qaeda en el Mágreb Islámico) y MUJAO (Movimiento de la Unicidad y el Yihad en África del Oeste)». Si los hechos se verifican, ¿se trataría de una contradicción, o más bien de un modo de acicatear y empujar a los pirómanos (extremistas) con el fin de hacer útil, necesaria e imperativa la acción de los bomberos (franceses)? Un reparto de roles convenido, particularmente eficaz y tremendamente cínico.
El mundo observa y la reciente toma de rehenes en Argelia va a movilizar aún más los sentimientos nacionales en apoyo a la operación militar. Rehenes estadounidenses, ingleses, noruegos, etc., y en suelo argelino: los desafíos van ya más allá de Francia. El pueblo maliense en su mayor parte se alegra, pero muchos no son ingenuos y saben que la Francia amiga es sobre todo amiga de sus propios intereses, y su forma de intervenir selectivamente (en Libia o en Mali, y no en Siria o en Palestina) no es nueva. La política torcida de la Françafrique, nos decían, se ha terminado; las colonizaciones política y/o económica han fracasado, ha llegado la hora de la libertad de los pueblos, de la dignidad y de la democracia. Deberíamos pues adherirnos simplemente a esta hipocresía generalizada. Hay que denunciar a los extremistas, hay que condenar sus acciones y la instrumentalización de la religión y de las culturas, pero llega un momento en el que también hay que mirar las responsabilidades de frente. A los Estados africanos y árabes que olvidan los principios elementales de la autonomía y la responsabilidad políticas (y los del respeto a la dignidad de sus pueblos), a las élites africanas y árabes, y a todos nosotros, que somos tan poco capaces de proponer una visión clara de la independencia política, económica y cultural, a los pueblos que se dejan llevar por las emociones populares y los espejismos de potencias amigas, a todos nosotros, políticos, intelectuales y ciudadanos preocupados por la dignidad y la justicia en los países del Sur, debemos devolver el reflejo de nuestra responsabilidad última en lo que ocurre ante nuestros ojos. La «destrucción» de los extremistas yihadistas del norte de Mali no es una promesa de libertad del pueblo maliense sino, a la larga, una forma sofisticada de alienación nueva. Sin embargo, nunca antes las fuerzas de resistencia del Global South (con los movimientos políticos e intelectuales comprometidos del Norte) han tenido tantas oportunidades de abrir nuevos horizontes y un camino nuevo hacia su libertad como ahora.
Hoy no se ve nada más que esa euforia, esa celebración o ese silencio ante la acción libertadora de Francia y de la comunidad internacional que la apoya unánimemente. Como si Oriente Medio y África hubieran elegido ser sometidos una vez más por los últimos cartuchos de ese Occidente herido, moribundo a causa de sus incertidumbres y de las crisis económicas, políticas e identitarias que lo atraviesan. El mejor favor que puede hacerse África a sí misma y a Occidente es no plegarse ante la nostalgia y los delirios de poder de este último, sino oponerle resistencia con dignidad y coherencia en nombre de los mismos valores que Occidente y Francia defienden y, sin embargo, traicionan todos los días a merced de sus políticas falsas e hipócritas en América del Sur, África o Asia. Lo que revela el norte de Mali pone la carne de gallina: he ahí a un pueblo celebrando una liberación política que está asociada a su nueva sumisión y ahogo económicos; he ahí a políticos e intelectuales africanos o árabes que sonríen y aplauden (conscientes o inconscientes, ingenuos, arribistas o comprometidos). La hipocresía y la cobardía de estos últimos no es en suma más que el espejo de la hipocresía y la manipulación de las grandes potencias occidentales. Nada nuevo bajo el sol de las colonias.
[Traducción, Daniel Gil]
Mikel Larburu, editor de AfroIslam
[Fundación Sur]
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