Hace unos días fue el nonagésimo cumpleaños de mi abuelo y quizás por ello me di cuenta de la fragilidad de la vida y de las consecuencias que el transcurrir del tiempo presenta. El mismo que para Mandela pasa, acercándolo a las frescas y verdes colinas de su poblado xhosa, donde a descansar ansía volver. El abuelo del mundo parece ir apagándose; pero quizás antes debería levantarse y darle un bastonazo al mono de Zuma. Sudáfrica es una de las cicatrices del rostro de la humanidad. Trinchera del dolor cosida con el hilo del perdón y ejemplo fehaciente de que África sí que puede. Zuma, aparte de estar cada día más gordo y haberse convertido en el Berlusconi africano, es un Idi Amín o un Mugabe en potencia. Un megalómano al que solo la entusiasta y joven democracia africana le impide ponerse un gorrito de leopardo y hacerse pasear en un trono a hombros de unos granjeros blancos. La vergüenza personificada de todos los sudafricanos. Este sujeto, envuelto en un escándalo de violación de la hija de un amigo, en la propia casa de este, lo cual es realmente surrealista, reconoció que de inmediato tomó una ducha por miedo a haber contraído el virus del sida. Sin comentarios. Y es que con los serios problemas de salud pública de la población negra a causa del crecimiento desbocado de las cifras de contagiados, lo menos que el inquilino de la presidencia sudafricana debe hacer es ofrecer semejantes espectáculos mediáticos. Zuma, que no es ni la sombra de Mandela, debería haber aprendido algo de su camarada de lucha en el ANC cuando ambos se oponían al régimen segregacionista de Pretoria. Un día de estos, Madiba se irá en silencio; de la misma manera que permaneció encerrado en aquella piedra caliza de Robben Island durante casi veinte años; apiadándose de sus carceleros y a la vez intentando entenderlos; a la espera, de que su liberación no fuese mancillada por el rencor o la venganza; y gracias a eso, cuando de vuelta esté a su choza, Sudáfrica habrá cerrado su círculo. ¿Y Zuma? Zuma es una atracción de feria indigna de haberse sentado en el mismo despacho que Nelson.
original en : Diario de Avisos