Contrabando en Lomé, por Ángel Gonzalo

13/12/2012 | Bitácora africana

No fue mi primera vez. Pero sí una de las que recuerdo con más emoción. Ocurrió hace 17 años. Crucé una de mis primeras fronteras. Entonces Rafa no tenía dos hijas y yo no era del padrino de la menor, obviamente. Llegamos a Francia a través de la estación de PortBou, después de un viaje eterno en tren desde Madrid a Barcelona. Rafa, con su 1,90m largo, y yo, con mi 1,80m raspado, pasamos toda la noche enroscados en dos minúsculos asientos en un estrechísimo compartimento con otras seis personas. No teníamos ni puñetera idea de francés -llevábamos un diccionario de esos que regalan en los quioscos- y muy pocas pesetas en el bolsillo. Al menos, escondíamos en el zurrón un buen trozo de jamón serrano que doña Rosa nos había preparado y la ilusión de dos estudiantes de ruta por Europa.

El otro día me acordaba de este viaje mientras Elena y yo nos apretujábamos en un tro-tro. Íbamos a Togo, país francófono desde que Alemania perdió la I Guerra Mundial y otro de los lugares clave en el vergonzante comercio de esclavos. No llevábamos el zurrón lleno, sino vacío. Necesitábamos cruzar a Togo para renovar nuestros papeles. Lo conté al principio de esta aventura. La Embajada de Ghana en Madrid nos extendió un visado para un año, pero tenemos que renovarlo cada dos meses. En la Embajada de España en Acra nos informaron que sin contrato de trabajo no podían darnos la residencia y que salir del país y volver a entrar era la forma más sencilla de regularizar nuestra situación. Así que, ahí estábamos, burlando los trámites administrativos -qué fácil resulta cuando tienes la piel blanca-.

La ciudad de las motos

Me gustó cruzar a pie la frontera. Imagínense un trasiego constante de personas y vehículos, mucho caos, excesivo ruido, calor sofocante y polvo a raudales. La misma carretera por la que vinimos es la que une Lagos en Nigeria con Abiyán en Costa de Marfil, atravesando las principales ciudades de Benín, Togo y Ghana. Es una especie de Panamericana con más baches que cemento.

Nos encontrábamos en mitad de esta marabunta. En mi caso, 17 años después con el mismo mismo diccionario a cuestas y procurando convencer al funcionario de la aduana de que no le iba a caer ningún aguinaldo. Queríamos pagar la tasa oficial del visado y punto. Lo bueno de no entender bien el idioma es que es más fácil hacerse el despistado. Dejamos plantado al oficial y pasamos la frontera.

De repente, los cambistas se abalanzaron sobre nosotros. Me atenazó un complejo de Banco Mundial. En mi riñonera, bailaban euros, dólares, libras esterlinas y cedis ghaneses. Menudo follón de cálculos. Al final, logramos CFA –la moneda que se utiliza en los países de África francófona- y cogimos dos motos para llegar a nuestro hotel. Es sorprendente.

Pasas la frontera de Aflao y un kilómetro y medio después ya estás en el centro de Lomé, la capital de Togo. No hay ninguna población intermedia. De hecho, la carretera que lleva a la frontera es una de las avenidas principales de la ciudad, el Bulevar de la Marina. Y si sigues por la misma avenida, 50 kilómetros más en línea recta, te plantas en Benín.

Un soplo de aire fresco

Lomé viene precedida de una de esas pomposas descripciones de las guías de turismo: Lomé la plus belle (la más bella)… y que algunas personas han modificado por la poubelle (la más sucia).

Pues ni una cosa ni otra. A mí me parece una ciudad encantadora en el contexto de África Occidental. Es manejable, llena de vida y menos agobiante que Acra o Kumasi. Tiene pocas atracciones para el visitante ávido de monumentos o fauna salvaje, pero es una ciudad que merece una visita. No llega al millón de habitantes y la cultura local late en cada esquina. La música forma parte de la vida de la gente, así como los rituales religiosos. Este país, junto a Benín, es la cuna del vudú.

Está dominada por el Océano Atlántico al sur –tiene una inmensa playa aunque el bravo oleaje impide el baño- y un bulevar dibuja una semicircunferencia alrededor del centro.

Al este se encuentra el puerto, donde hay un tráfico horroroso de camiones cargados de petróleo de la vecina Nigeria, y al norte se alza orgullosa la Plaza de la Independencia. Togo logró separarse de Francia en 1960 pero tiene el triste hito de ser el primer país de la zona en sufrir un golpe de estado tras la misma, que posteriormente se materializó en la dictadura más longeva de la región. Recuperó la democracia, en teoría, hace menos de una década, pero el país sigue en las manos del hijo del dictador y en su punto de mira están periodistas, opositores y activistas pro derechos humanos.

El negocio del sexo

En nuestro alojamiento, un viejo galeón, conocimos a Esteban, un argentino de ascendencia irlandesa, cuya familia vive en Estados Unidos, y que reside seis meses al año desde hace 20 en Praga. Un auténtico trotamundos.

El aire fresco que respiramos se fue viciando al caer el sol por culpa del turismo sexual. Abuelos franceses colgados de las caderas de jovencitas togolesas. Ya he hablado de esto antes, pero en Lomé esta forma de explotación era mucho más evidente. Sé que en La Habana los españoles babean detrás de las jineteras, que las inglesas se relamen en los vuelos charter rumbo a las playas de Gambia y que los norteamericanos ahogan sus gemidos en los salones de masaje de Saigón. No es una cuestión de nacionalidad sino de la bajeza de la que participan hosteleros, turistas, autoridades y prostitutas, aunque la gran mayoría de estas últimas son víctimas de la miseria o de las mafias que les obligan a cambiar favores sexuales por promesas de un futuro mejor o un fajo de billetes. Incluso hay un barrio de Lomé donde no es difícil conseguir menores con fines sexuales.

Togoville

A 30 kilómetros al este, se encuentra Togoville, un pequeño pueblo al otro extremo del Lago Togo. El lugar es famoso por dos hechos diferentes: uno histórico, el Chief local se entregó a la protección de los alemanes en 1884 y de ahí toma su nombre esta tierra; y otro místico, una Virgen se apareció en el Lago y el lugar se ha convertido en un centro de peregrinaje cristiano, visitado incluso por Juan Pablo II hace algunos años.

Allí nos desplazamos y a parte de discutir el precio del viaje durante media hora con el barquero que nos cruzó a la otra orilla, no hicimos ni vimos nada interesante. Esteban se despachó a gusto contándonos sus peripecias en los últimos meses por los países de alrededor y su futuro destino como guía turístico en un crucero por el río Mekong, navegando la frontera entre Camboya y Vietnam. Nosotros hicimos este recorrido el pasado verano y entre recuerdos y anécdotas echamos la mañana.

Artesanía

Regresamos a Lomé con la idea de ver el mercado donde se adquieren los productos para las ceremonias de vudú: cabezas de mono, raíces misteriosas, líquidos sospechosos… A última hora, desechamos esta posibilidad dado que la entrada costaba lo mismo que pagábamos por dormir y se nos antojó un lujo innecesario, así como un camelo para turistas.

Para compensar, dimos una vuelta por el Gran mercado, por la calle de los artesanos y por los cafés donde los libaneses que residen en la ciudad miran pasar la vida, quizá añorando Beirut.

Fue entretenido pasear entre máscaras, muñecas, sandalias de cuero y visitar alguno de los talleres de artesanía, pero, y es duro reconocerlo, nos llamó más la atención la cantidad de alimentos que había en el mercado y la cantidad de supermercados que había en el centro. Eran productos tan simples como vino, queso, aceite, mostaza, champiñones, pepinillos, guisantes, espárragos, aguacates… Qué puedo decirles. Dos meses alejado de la huerta española, viviendo en un pueblo rural de Ghana, dan para abrazar y hacerle la ola a la cocina togolofrancesa.

Esa tarde brindamos con vino argentino de cartón -finalmente el Terminator es de este país- y degustamos los mejores cacahuetes de la región, con una agradable brisa atlántica acariciándonos.

«Ghanas» de comer

Coronamos la noche visitando El 54, un espacio cultural local, donde a ritmo africano un grupo compuesto por un rasta que tocaba el bajo –y fumaba algún canuto a escondidas-, un compositor ciego a la guitarra, un artista agitando los tambores y una cantante de voz aflautada nos amenizaron la noche. Después de disertar nuevamente sobre la cocina de lugar, encargamos unas pizzas -buenísimas-. Ya ven qué contradicción.

A la mañana siguiente, nos despedimos de Esteban, que seguía camino hacia Benín. Nosotros nos lanzamos al objetivo oculto de nuestro viaje: llenar la mochila en el supermercado. Cuando las costuras estaban a punto de reventar, cogimos una moto hasta la frontera. Confieso que me costaba mantener el equilibrio para que el peso no me venciera.

Al llegar al puesto de control, erguí la espalda con dignidad para disimular la carga.

Si los funcionarios querían cobrar una propina, encontrarían un buen motivo mirando dentro de mi mochila.

Afortunadamente, los controles son siempre aleatorios y un guardia con una vara nos eximió del registro. Durante el tiempo de espera para conseguir nuestros nuevos sesenta días para Ghana conocimos a Trini, una malagueña que tuvo menos suerte y cuyos trámites se demoraron hasta que soltó la mordida que satisfizo a los funcionarios públicos. Algo más de tres horas de carretera después, llegamos a Ada con una agradable sensación de ¡buen provecho!

Original en : Ghaneantes , Aviso Para

Autor

  • Gonzalo, Ángel

    Ángel Gonzalo es periodista, y como el mísmo cuenta siempre soñó con contar historias, viajar a lugares remotos y ayudar a las personas con dificultades. Por lo tanto no es extraño, que se hiciera periodista, e invertiera todos sus ahorros en descubrir otras culturas o que lleve más de una década trabajando en ONG y
    movimientos sociales.

    Periodista en Radio Ada (Ghana Community Broadcasting Services)

    Vicesecretario General at Sindicato de Periodistas de Madrid (SPM)

    Responsable de Medios de Comunicación at Amnistía Internacional España

    Adjunto a la Dirección de Comunicación at Ayuda en Acción

    Responsable de Comunicación en Solidarios para el Desarrollo
    Redactor en Club Internacional del Libro

    En Bitácora Africana vamos a reproducir el Blog de Ángel Gonzalo "Ghaneantes aviso para" donde cuenta su experiencia en Ada, junto a la desembocadura del río Volta, en Ghana.

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