La explicación de las guerras en el continente africano se ha fundamentado muchas veces en tópicos y clichés. Es habitual encontrarnos con medios de comunicación que reducen la complejidad histórica, económica, sociopolítica y sociocultural de todo un conflicto a una cuestión de “recursos naturales” o de “enfrentamientos tribales”. Las razones para ello parecen obvias: sintetizar la explicación de una guerra en el escaso espacio que proporciona el medio de comunicación en cuestión, para quien la realidad africana ocupa un espacio marginal; necesidad de dar masticada la información para que sea inteligible, hasta el punto que queda desvirtuada y totalmente descontextualizada, o bien porque el periodista, como muchas veces el trabajador humanitario, va saltando de conflicto en conflicto, sin capacidad ni tiempo para adentrarse en los libros y análisis que explican la compleja realidad del país.
Pero este no es un problema circunscrito a los medios de comunicación. En el ámbito académico, se produjo desde la década de los noventa un intenso debate entre dos narrativas monocausales que competían por explicar las causas últimas de los conflictos. Por una parte, la narrativa del “nuevo barbarismo”, como algunos autores críticos la denominaron, trató de demostrar que los conflictos africanos se explicaban por una combinación de factores identitarios (“luchas tribales”), de colapso de los gobiernos locales y de escasez de recursos y presión demográfica. Autores como Thomas Homer-Dixon o el periodista estadounidense Robert Kaplan, abanderaron dicho discurso.
El propio Kaplan, con su obra La anarquía que viene (The Coming Anarchy) en 1994, analizaba conflictos como el de Sierra Leona de la siguiente forma:
“[…] la guerra no es tanto un medio sino un fin en sí misma (…) Sierra Leona es un microcosmos de lo que está ocurriendo (…) en el resto de África Occidental y del mundo subdesarrollado: la caída de los gobiernos centrales, el auge de los dominios tribales y regionales, la incontrolada expansión de las enfermedades y la omnipresencia de la guerra”
Ante este discurso, surgió poco después la narrativa de “la maldición de los recursos”. Uno de sus principales defensores fue el economista Paul Collier, quien consideraba que la presencia de recursos naturales en contextos caracterizados por la pobreza y la falta de oportunidades eran los elementos determinantes para explicar la guerra en África. Collier, muy influyente con sus ideas en el Banco Mundial, puso en el centro del debate la idea de la “codicia” de los actores de la guerra, como principal motor de la violencia, relativizando la importancia de los posibles agravios socioeconómicos o del peso de la historia. Los diamantes en Sierra Leona, la extracción del coltán en la República Democrática del Congo, la madera en Liberia o el petróleo en Nigeria, serían, según esta visión, los principales argumentos para explicar el por qué de la violencia en estos países. Ambos discursos, el del “nuevo barbarismo” y el de la “maldición de los recursos naturales”, a pesar de enfatizar aspectos diferentes, coincidían en una cosa: considerar los conflictos africanos como post-ideológicos.
Tanto en el ámbito periodístico como en el académico se ha avanzando mucho en este sentido. En el primero, parecen existir medios de comunicación y periodistas cada vez más sensibilizados con la necesidad de subrayar la complejidad de la guerra y de huir de tópicos que no ayudan a entender un contexto en cuestión, sino todo lo contrario. Existen nuevos espacios de discusión, como este propio blog, en el que se da pie a exponer la multicausalidad existente en cualquier conflicto. En el ámbito académico, numerosos autores críticos, como es el caso de Mark Duffield o de Christopher Cramer, han tratado de superar el reduccionismo de ambos discursos. Sin duda, los factores identitarios, aquellos relacionados con la trayectoria del estado post-colonial africano o bien con la extracción de recursos son importantes para explicar la génesis y desarrollo de un conflicto, pero éstos, por sí solos, no explican nada. Los conflictos africanos, como el del resto de regiones del planeta, por lo tanto, son multicausales.
Esta es precisamente una de las tesis de fondo de un reciente libro coordinado por la politóloga Itziar Ruíz-Giménez y publicado por Edicions Bellaterra. Con el título “Más allá de la barbarie y la codicia”, esta obra pretende contribuir al debate sobre la complejidad de los conflictos en África Subsahariana.
El libro analiza los debates académicos existentes en las últimas dos décadas (capítulos de Raquel Ferrao y María Serrano) o la visión de los medios de comunicación (José Carlos Sendín), a través del análisis detallado de casos concretos como los de Angola (Karlos Pérez de Armiño), Liberia (Mayra Moro-Coco), Sierra Leona (Oscar Mateos), República Democrática del Congo (Mbuyi Kabunda), Somalia (Itziar Ruíz-Giménez) o Sudán (Aleksi Ylönen). Además de insistir en la complejidad de los conflictos, el libro subraya otro aspecto fundamental: para entender los conflictos africanos no es suficiente una mirada local, sino que es imprescindible entender la dinámicas regionales, internacionales y transnacionales. Por poner sólo un ejemplo, el papel de las empresas multinacionales de extracción de recursos como el coltán o el de las empresas de seguridad privada han sido y son cruciales en conflictos como el de Sierra Leona o el de la República Democrática del Congo.
Y es que la deconstrucción de los discursos monocausales es más importante de lo que parece. El impacto de narrativas como las del “nuevo barbarismo” o la “maldición de los diamantes” ha influenciado enormemente el imaginario social, hasta el punto que ha determinado muchas veces las decisiones políticas. Entender la guerra en África como un problema estrictamente local y despolitizado ha derivado en políticas cada vez más basadas en la seguridad y de defensa de la supuesta amenaza que esto pueda representar para los intereses o la integridad física de un país en cuestión. Esta “securitización” de las soluciones puede observarse en las políticas migratorias o de lucha contra el terrorismo. Precisamente, y por entrar al debate en el que este mismo blog participó hace unos meses, campañas como la de “Kony 2012” refuerzan esa visión simplista (“el problema es Joseph Kony y basta”) y de soluciones militarizadas (“el problema se acaba si le detenemos”) que demuestran que es necesario seguir insistiendo en la complejidad de los conflictos.
En definitiva, para entender lo que sucede en el norte de Uganda, actualmente en el este de la República Democrática del Congo, en el Delta del Níger en Nigeria o en Somalia es imprescindible recurrir a la historia, a la complejidad sociopolítica y sociocultural, pero también, a las dinámicas de poder existentes a nivel global, al papel deficitario de organismos internacionales como Naciones Unidas y a las interacciones entre nuestros hábitos de consumo (móviles, tablets, petróleo, etc.) y las dinámicas de la violencia. Es imprescindible ir “más allá de la barbarie y la codicia”, no sólo por honestidad intelectual, sino también porque las soluciones no tienen tanto que ver con una cuestión de “seguridad” sino esencialmente de justicia social y global.
“Más allá de la barbarie y la codicia” se presentó en Madrid el 26 de noviembre (La Casa Encendida, 19.00) con la participación de Itziar Ruíz-Giménez, Alfonso Armada (periodista) y Jesús Núñez (Co-director del IECAH)].
(*) Oscar Mateos es profesor de la Universitat Ramón Llull, miembro del Grupo de Estudios Africanos (GEA) de la UAM.
Original en : Blogs de El País Äfrica no es un país