Burundi: la problemática de los desplazados, visiblemente instrumentalizada

3/12/2012 | Opinión

Desplazados de Burundi: las graves secuelas de una reconciliación inacabada.

Ruhororo, en la provincia de Ngozi, ha sido el escenario de violentos enfrentamientos entre desplazados tutsi y la población hutu local. Si los primeros prefirieron permanecer en los emplazamientos de desplazados durante y después de la larga crisis sociopolítica, los hutu, que huyeron a las marismas, regresaron a sus tierras al final de ésta. Los enfrentamientos de Ruhororo acontecieron en la madrugada del 4 al 5 de noviembre de 2012. Los daños materiales fueron bastante importantes, según parece. Cada uno de los medios de comunicación con interés en el asunto hizo su propio balance. Cada uno de ellos le puso sus propios ingredientes y los lectores no entendieron nada. Hasta tal punto que pocos saben lo que realmente ocurrió.

Ningún muerto, afortunadamente. Pero los daños materiales están ahí: casas y campos destruidos, gente herida. En cualquier caso, los actos violentos han demostrado que el foso entre las dos comunidades (por no hablar de etnias, término etimológicamente incorrecto en el contexto de Burundi) es amplio. Los posicionamientos tienen puntos radicalmente opuestos, la forma en la que los medios de comunicación y los políticos han acaparado la situación muestra a las claras la gravedad de la situación.

Se ha lanzado un auténtico desafío a la administración pública. No es suficiente con recoger los frutos del presente y del futuro, también hay que gestionar los fracasos de nuestra historia. En todos los casos se debe realizar lo necesario para que se haga justicia, con la plena implicación de las personas concernidas, a saber, los hutu que viven en sus colinas y los tutsi que habitan en emplazamientos de desplazados. Si la élite política pudo reconciliarse, con el Acuerdo Arusha, las poblaciones de nuestras mil y una colinas han sido “dejadas a cuenta” y de ahí estos sobresaltos, desgraciadamente instigados y mantenidos por los firmantes del mismo acuerdo.

Un breve recuerdo histórico

La tierra se ha convertido en un bien escaso aquí. La explosión demográfica, que cuesta mucho frenar, hace subir día a día las pujas y las sobrepujas. Tan sólo un pequeño recuerdo del pasado reciente: Junio de 1993, los burundeses acuden a unas elecciones históricas que dan una victoria igualmente histórica a una comunidad largo tiempo apartada del poder: los hutu. Las elecciones ponen fin a un apartheid que nunca ocultó su nombre. El presidente Ndadaye, candidato del pueblo raso fue elegido por ese mismo pueblo largamente humillado por poderes dictatoriales tutsi. Fue asesinado menos de cuatro meses después por el ejército dominado por los tutsi.

Sobre la marcha, campesinos hutu y tutsi arremetieron los unos contra los otros. Aún sin ninguna propaganda o preparación de un genocidio cualquiera, por el que nadie hubiese apostado, eran previsibles acontecimientos de tal envergadura. Los asesinos de Ndadaye lo sabían pero optaron deliberadamente por sacrificar esos pobres campesinos hutu y tutsi. Llegados al rescate de aquellos que pretendían ser de los suyos, los militares tutsi instalan en los márgenes de las principales carreteras a los campesinos tutsi para así mejor protegerles. Posteriormente los utilizan para realizar razias en las colinas, matando, saqueando y quemándolo todo. Los campesinos hutu se escondieron entonces en las marismas durante toda la crisis, mientras que los tutsi se instalaron en esos emplazamientos, transformándose de golpe en desplazados.

Tras la crisis los campesinos hutu regresan a sus tierras. Los tutsi se niegan a regresar a sus casas alegando que serían asesinados por los hutu. El problema es que se instalaron en las tierras de otros, sobre tierras de gente como ellos, enamorados de la tierra como ellos. Actualmente, el acceso de los tutsi a sus antiguas tierras no les está prohibido. Al contrario, las estarían trabajando abiertamente durante el día, y raros son los casos en los que han sido agredidos.

Hoy, es la reclamación y la problemática de restitución de estas tierras las que están causando problemas. Y en vez de resolver este asunto, los diferentes protagonistas se están posicionando en función de su etnia y de sus intereses y no de los intereses de los desplazados y de sus vecinos, sino de sus cálculos. Y es que hay que tomar conciencia de una cosa: hay personas o grupos de personas que siempre han engordado y se han enriquecido en los momentos de crisis. Tienen por tanto interés en que la crisis sea permanente. Son esas mismas personas o grupos los que actúan, sobre todo en la actualidad, cuando existe la posibilidad de que Burundi sea tragado por los vacíos que subsisten en los dos Kivu.

Dos apuestas muchísimo más importantes, tras los golpes de carácter étnico

Los desplazados tienen derecho a tener miedo. A expresarlo y a pedir que los poderes públicos les devuelvan la confianza, les tranquilicen. Pero no tienen derecho a permanecer en las tierras de otros. Es necesario un diálogo con los poderes públicos, aunque sólo fuese para una mejor comprensión de la verdadera naturaleza de esos miedos, para que el asunto se resuelva. O los poderes públicos les instalan sobre sus tierras patrimoniales, o les animan para que regresen a su tierra. Entonces, la seguridad sería la garantía que les darían, garantía bien necesaria por otra parte tanto en los emplazamientos de desplazados, en las tierras patrimoniales así como en las suyas propias.

Pero en todo esto, lo primero que no se dice es que los reagrupamientos y las carreteras principales se han convertido en un importante envite económico. Unos humildes campesinos que durante mucho tiempo han vivido aislados cada uno en su propio cercado de la agricultura y de la ganadería, han descubierto otro estilo de vida. La vida en un pueblo, con intercambios económicos y sociales muy importantes. De hecho, los emplazamientos los han socializado mejor. Además, las carreteras principales generalmente crean oportunidades para el pequeño comercio. Los terrenos que bordean los ejes viarios se han convertido por tanto en un importante envite económico. Sobre todo en esta época de mutaciones, de circulación de mercancías y de bienes, los campesinos antaño encerrados en sus colinas descubren cada vez más los centros y las actividades que allí se desarrollan. Al azar de las circunstancias, cualquier pariente motorizado de Buyumbura puede fácilmente pasar por ahí para saludar y/o del mismo modo lanzar un saco de judías. Uno de los envites que se esconde tras esta dicotomía tutsi-hutu de las colinas es, por lo tanto, económico. El miedo también puede explicar la reticencia de los desplazados a regresar a su hogar, pero también es de temer que sólo sea un pretexto.

Además, los desplazados no han sido tan sólo víctimas. Algunos fueron particularmente emprendedores en las masacres de hutus cuando tuvo lugar la caza al hombre en los años 1994, 95 y 96. Prefirieron quedarse en los campos de desplazados animados por aquellos mismos que los proveían de refuerzos, armas y municiones para que persiguiesen a las poblaciones hutu allá en sus colinas. ¿Quién ha olvidado esta verdad en un espacio de tiempo tan corto? El cruce de miradas entre las gentes que se mataron unos a otras es terriblemente difícil. En una situación de tal incomodidad, parece que cierta clase política se esmera en transformar ciertos (y digo bien ciertos a conciencia) antiguos verdugos en víctimas.

Recuerden, a la vista de la anunciada defenestración del presidente Ndadaye, hubo fuegos de maleza para dar de Burundi la imagen de un país en llamas (“igihu gisha” de los golpistas en vez de “igihu gishasha” de Ndadaye), acusaciones de brujería en Muyinga para dar la imagen de un país gobernado por salvajes, profanaciones de tumbas en Nyabaranda para golpear el ánimo de aquellos que dudaban de la incapacidad del equipo de Ndadaye para dirigir el país. Todo se dispuso para legitimar un golpe de Estado. La incapacidad para gobernar sirvió de justificante para preparar los ánimos para un cuartelazo, el genocidio fue instrumentalizado para dar continuidad al golpe de Estado o al menos para que el gobierno de Ntaryamira y Ntibantunganya diese su brazo a torcer y acudiese a las negociaciones de Kigobe y Kajaga. Los derechos de las minorías fueron para los tutsi el leitmotiv de los acuerdos de Arusha.

Hoy, no cabe la menor duda que los derechos de los desplazados, así como el asunto territorial, nacidos con el regreso de los refugiados y donde los expoliadores se niegan, con argumentación de apoyo, a devolver los bienes robados, son el punto de partida de una brisa que sopló en Ruhororo causando estragos materiales y humanos. Pueden ser las premisas de un huracán que provenga de los dos Kivu hacia el territorio burundés, un huracán que promete ser peligroso. Entonces, todos los protagonistas se posicionarían en consecuencia.

La administración pública, gravemente interpelada

Esta problemática de desplazados está visiblemente instrumentalizada. Los medios de comunicación la ponen en primera página y nos la imponen, en detrimento de otros asuntos mucho más importantes. Lo preocupante es que la gente es instrumentalizada por grupos con posicionamientos extremos. De este modo, se han convertido en rehenes. El gobierno tiene el deber de liberarlos de estos extremistas. Esos desplazados son tutsis. Están siendo instrumentalizados por tutsis. ¿Con qué finalidad? Es difícil verlo claramente. Los hutu también estarían en las mismas. ¿Pero con qué objetivo? ¿Para devolver las tierras a sus propietarios? Si tal es el objetivo, sólo cabe felicitarles. Sólo queda hallar un modo más elegante de realizarlo.

Tanto los tutsi como los hutu, todos los extremos políticos incluidos, los que están en el gobierno así como los que no lo están, deberían trabajar mano con mano para hallar una solución justa, tranquilizadora y definitiva para ambas comunidades. Y esta solución pasa por enérgicas campañas de pacificación y reconciliación de los hutu y tutsi de las colinas. Los políticos hutu y tutsi han negociado, se han repartido el maná, pero nunca han pensado en pacificar los campos. Es el momento de hacerlo.

Los que los mantienen en un estado de permanente psicosis del miedo no les están haciendo ningún favor. Los impenitentes matones tutsi “sin fallos” han sido reintegrados sin problemas en la sociedad. Algunos incluso se han convertido en “bakizwa” aunque no haya ninguna certeza de que hayan sido efectivamente “salvados”. En buena justicia, acordémosles el beneficio de la duda. Bwiza, Nyakabiga, Kamenge, Cibitoke, Musaga, Kanyosha, ayer balcanizadas, se han convertido hoy en recomendables y habitables por las dos comunidades, hutu y tutsi.

A las víctimas de 1972 que primero lograron sobrevivir en inhóspitas tierras de Tanzania y después regresar, se les pidió no solamente volver a sus hogares, sino también convivir con sus verdugos o sus derechohabientes y, suplicio supremo, compartir su propio terreno con aquellos que los expoliaron. A los desplazados, sólo se les propone regresar a sus tierras, que han permanecido intactas.

Sin embargo, es interesante saber por qué, después de tantos años, este asunto es hoy objeto de debate y por qué se plantea con tanta intensidad. Hay que barajar varias hipótesis. Me conformaré con sólo una: la región, absorbida por los vacíos de los dos Kivu, nos invita al torbellino. Se trata, por tanto, de movilizar las tropas. Al igual que durante la crisis de Burundi, los investigadores del golpe de Estado movilizaron todos sus recursos potenciales: los “sin fallos” hábilmente preparados desde comienzo de los años 90, desplazados víctimas de masacres consecuencia del estúpido golpe de un ejército que se volvió loco y débil, el mismo fenómeno que observamos en la actualidad. Salvo que ya no son exactamente los mismos protagonistas. Es lo que explicaría esta movilización y las tensiones observadas en Ruhororo estos últimos días y que, en el transcurso de una semana, ya han alcanzado Mutaho como una estela de humo. Las recientes devoluciones de refugiados burundeses de Ruanda y Tanzania, mientras que Buyumbura acoge tan generosamente banyamulenges y barundis congoleños en ausencia de una guerra cualquiera en Kivu Sur, da que pensar.

Una de las vías para detener esta empresa de desestabilización es endurecer el ánimo de los burundeses, comprometerlos en un proceso de reconciliación en las colinas, el cual sería complementario al de Arusha, en el cual tan sólo hubo reconciliación durante el breve reparto en vez de un reparto para una verdadera reconciliación. El proceso de reconciliación de la cúspide, aunque de cara a la galería, no alcanzó la base. Se detuvo a las puertas de aquellos que codician un buen puesto. Habría por tanto que hacer cualquier cosa para arrancar las víctimas de las garras de los radicales que, finalmente, violan sus conciencias empujándoles a la violencia. Dicho esto, el silencio de las organizaciones de la sociedad civil, habitualmente tan prestas a la acción y a la reacción en asuntos tan civiles, nos hace poner mala cara. Hace pensar en una forma de incivilidad por su parte. ¡Sí! ¡Se peca por acción, pero también por omisión! Disculpen si no presté atención por mi parte. En cualquier caso, es escandaloso el hecho de que malhechores destruyan casas y campos sin que se lleve a cabo ninguna persecución. ¡Impunidad, cómo nos tienes!

Salvator Sunzu

(Arib News, Burundi, 20 de noviembre de 2012)

Traducido para Fundación Sur por Juan Carlos Figueira Iglesias.

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