Suráfrica, negro Rico, negro pobre

12/11/2012 | Opinión

Aquí en Suráfrica, especialmente en la comunidad negra, hemos aparentado, durante mucho tiempo, vivir y morir en una sociedad sin clases. Como resultado nunca hemos examinado críticamente el papel e impacto de la diferencia de clases en la fragmentación de nuestra difícil unidad. Nunca hemos sido un grupo homogéneo y por ello siempre hemos diferido en la manera que vemos las cosas.

Los negros ricos y pobres, por ejemplo, siempre han estado entre nosotros. De hecho, teniendo en cuenta que Sudáfrica es la sociedad más desigual de la tierra, la brecha más amplia está en la comunidad africana entre negros y negros. Para nosotros es más fácil hablar de desigualdad entre negros y blancos que admitir que hay una gran diferencia de clases entre nosotros.

Por mucho que queramos, no podemos seguir ignorando las clases después de la tragedia de Marikana. Cuando, por ejemplo, miramos a los primeros años del Congreso Nacional Africano (ANC) especialmente antes de 1940, es fácil ver que la planificación y las perspectivas del movimiento de liberación más antiguo, fueron llevadas a cabo por la burguesía negra: élites patriarcales negras, educadas en universidades occidentales. Pero esto no significa que fueran indiferentes a las dificultades de la clase trabajadora pobre y los desempleados en el ámbito rural.

Durante los últimos 20 años desde su legalización, los valores que influyeron a nuestros antiguos héroes liberadores eran burgueses, es decir, la integración en la estructura capitalista supremacista existente sin ninguna transformación fundamental de la economía. A pesar de que el tema central de nuestra Constitución, célebre en todo el mundo, era la igualdad económica, social y jurídica, el expresidente Thabo Mbeki puso más énfasis en dar acceso a recursos para crear la clase media negra o burguesía. Es su deseo llegar a formar parte de la élite o burguesía que ha visto cómo no sólo el antiguo movimiento de liberación sino también sus líderes y los funcionarios gubernamentales de más alto rango desconectan con las comunidades base de las que proceden.

El deseo de movilidad ascendente (que incluye el traslado desde los distritos segregados, mandar a los niños a colegios multirraciales, hablar inglés y sólo visitar las comunidades desfavorecidas para mostrar cómo algunos individuos “lo “han conseguido”) ha recreado y recalcado la diferencia de clases que siempre ha existido entre negros.

El periodo que siguió en Marikana, ha regenerado debates acalorados sobre cómo líderes que se benefician de los intereses capitalistas han olvidado su responsabilidad hacia la clase trabajadora pobre, desempleada y marginalizada. Incluso antiguos luchadores por la libertad que son soldados de bajo rango en el ejército, se quejan de haber sido abandonados por sus presuntos líderes potentados en las escalas superiores.

A los mineros se les considera analfabetos, con dificultades para expresarse, pobres, enfadados y violentos. Son una amenaza para los intereses de la burguesía. Por otro lado los ejecutivos de Lonmin y otros accionistas bien vestidos y angloparlantes son más aceptables ya que no sólo hablan el idioma de un “acuerdo de paz” sino que también son inteligibles y complacientes.

Pero no hace falta ser muy listo para reconocer el coraje de auto sacrificio de los mineros como parte de siglos de lucha por justicia económica e igualdad social. Estos trabajadores no son los primeros o los catalizadores, sino que son un símbolo viviente del crecimiento continuo para hacer que Suráfrica sea un país que pertenezca a todos los que viven en él. Es un secreto a voces que sin justicia económica no puede haber paz en este país. Tan sólo porque esta planificación ahora es realizada por gente proveniente de la clase errónea está siendo condenada. Sólo cuando esta lucha está bajo el control de abogados, pastores, funcionarios gubernamentales con formación universitaria, ejecutivos y otros individuos con facilidad para expresarse es aceptable.

Esto es solo un ejemplo de como la posición de clase y la perspectiva se han convertido en grandes determinantes de aquel que posee y establece la planificación de la lucha.

Por ejemplo, temporalmente, al menos, a la lucha de los trabajadores se le permitió tomar el centro del escenario a principios de la década de 1980. Un aspecto poderoso pero olvidado de esta lucha fue que estaba liderado por un joven abogado negro llamado Cyril Ramaphosa. Era percibido no solo como inteligente sino como inteligible ya que también era un hombre razonable y complaciente.

Casi 30 años después, la burguesía negra ha olvidado convenientemente que una dimensión importante de esta lucha ha sido una crítica profunda al sistema capitalista. En la década de 1980 se entendía perfectamente (llevando a la formación del Frente Democrático Unido) que el orden económico y social imperante no promueve justicia e igualdad y por tanto es insostenible. Pero ahora que muchos de los antiguos líderes de la lucha se han convertido en burgueses y forman parte del sistema contra el que luchaban (por ejemplo, Ramaphosa es accionista en Lonmin), la critica del egoísmo, la codicia y el individualismo del capitalismo está virtualmente ausente en el discurso sobre Marikana. Incluso aquellos líderes políticos que reconocen la amenaza que suponen la desigualdad e injusticia económica para la cohesión social, no condenan públicamente la codicia y el auto enriquecimiento capitalista. Pero necesitamos hablar sobre las dificultades de los trabajadores pobres, desempleados y marginalizados en Marikana y su derecho a organizar sus propias luchas del modo que consideren adecuado. Tan sólo los pobres se podrán liberar a sí mismos.

Necesitamos líderes que ofrezcan una visión concreta para un cambio social y económico, es decir mejorar las condiciones deplorables bajo las que la clase trabajadora pobre en Marikana y otros puntos calientes del país. No podemos permitir que las condiciones inhumanas, que son un caldo de cultivo para una revolución, se perpetúen.

No hay duda de que la clase trabajadora no sólo está destacando la división de clases sino que nos invita a criticar las consecuencias de la desigualdad económica. En la reciente Cumbre de Cohesión Social, en Kliptown, los delegados dejaron muy claro que la monopolización de la riqueza del país lleva a la pobreza, al desempleo y a la marginalización. Hicieron un llamamiento al gobierno, a la iglesia y a otras partes interesadas relevantes para que trabajen hacia el cierre de la brecha entre ricos y pobres de la comunidad negra. Sobre todo se hicieron eco de la Carta de la Libertad cuando declararon que Sudáfrica y su riqueza pertenecen a todos los que viven en ella.

Trágicamente este ideal de una sociedad orgullosa y preocupada pegada por la justicia económica y la igualdad social ha perdido importancia simplemente porque un escaso número de negros se han incorporado a las filas de los privilegiados económicamente. Esto por si mismo no es malo. Pero ya es hora de que no sólo se permita a los pobres que hablen por si mismos sino que también se escuche los que tienen que decir sobre las disparidades salariales.

Publicado por Sandile Memela

Publicado en Thought Leader, [Mail & Guardian] el 8 de octubre de 2012

Traducido para Fundación Sur por Pilar Valentín Gamazo.

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