21/09/2012
Le Monde
por Tahar Ben Jellun
¿El islam sería tan vulnerable, tan frágil, amenazado por todas partes en su existencia? ¿Una ficción, una caricatura, una película malísima pueden socavar sus valores y sus fundamentos? En principio no. ¿Pero de qué islam estamos hablando? Nos hacemos la pregunta viendo las tensiones y las manifestaciones de violencia en ciertos países árabes y musulmanes.
Muertos, heridos, incendios, gritos de odio, incomprensión, en breve, una necesidad de venganza que sorprende solamente a los que rechazan reconocer que ciertos estados musulmanes, a falta de entrar en la modernidad y de cultivar la democracia, animan esta pasión que ocupa a la población. Les hace olvidar lo esencial: instaurar un Estado de derecho y de justicia que ayudaría a la emergencia del individuo. Ahora bien, un individuo reconocido, es aquel que rompe con el clan, es el derecho a la libertad, el derecho de conciencia, la puerta abierta a la reflexión crítica. Todo lo que los Estados islámicos no pueden tolerar.
El punto de partida fue el ayatollah Jomeini en 1989 con la fatwa contra Salman Rushdie, que acababa de publicar un libro de ficción, Los versículops satánicos. Nos acordamos de las manifestaciones en Pakistan donde hubo varios muertos. Cuando pensábamos que esta fatwa estaba más o menos dejada de lado por Irán, resulta que la recompensa para asesinar Salman Rushdie acaba de ser aumentada hasta alcanzar los 3,3 millones de dólares.
Existen libros críticos sobre el islam. El ensayo de maxime Rodinson, Mahomet (Seuil. 1961) es un análisis racionalista y sin concesiones de la vida del Profeta. Este libro no levantó ningún escándalo. Y sin embargo, plantea problemas que a muchos creyentes musulmanes no les gusta contemplarlos.
Con Los versículos satánicos, lo que realmente chocó a los dirigentes iraníes, era que un musulmán hubiera evocado unos versículos que había que ignorar a toda costa. Un musulmán pertenece primeramente a la nación (Umma), al clan, a la familia. No tiene derecho de salir de ella ni sobre todo emitir la mínima crítica a propósito del dogma y del libro sagrado. Salman Rushdie es musulmán de nacimiento; por lo tanto se le considera como un traidor que hay que castigar por haber “abierto el camino a la blasfemia”.
Esta noción de pertenencia absoluta a la comunidad hace que se confunda laicidad con ateísmo y apostasía. Quien toque al dogma convierte su sangre en “lícita”. Que sea un caricaturista libre o un loco furioso obseso por su odio al islam, que sea un periódico o un film, aunque sea absurdo y abyecto, el musulmán fundamentalista se siente obligado a reaccionar y a hacer ver con todos los medios su cólera. Si añadimos a esto las oscuras manipulaciones de ciertos estados o servicios, y tendremos el espectáculo sucio de un fanatismo exacerbado y criminal.
Desde que la famosa “primavera árabe” ha resbalado hacia el islamismo, las esperanzas están decepcionadas, las revoluciones han abortado. Otros actores han entrado en escena y nos prometen un largo período de inestabilidad. Por el hecho de que el islamismo tradicional se hace adelantar por la derecha por movimientos más radicales (los salafistas), nos vemos sorprendidos buscando excusas a los Hermanos musulmanes egipcios y a los miembros de En Nahda en Túnez. Otros echan de menos el antiguo régimen y dicen que es mejor un dictador corrupto que un régimen islamista que muestra su incapacidad para gobernar, incapaz por ejemplo de impedir que los salafistas excitados ataquen a las mujeres y a los artistas. En Egipto, es aún más complicado, en la medida que el partido salafista Nour ha obtenido 24,4 % de los sufragios en las legislativas. Los Hermanos musulmanes están obligados de tenerles en cuenta.
El salafismo es una teología literalista que rechaza toda lectura racionalista de los textos sagrados. En 1744, se aliaron con los wahabitas, cuyo nombre viene de un teólogo saudí, Mohammed Abdel Wahhab, que predicaba una radicalidad absoluta de la fe musulmana: rechazo del sufismo y del chiismo; prohibición del culto de los santos y de recogimiento en los cementerios. Estos últimos decenios, numerosos mausoleos que abrigaban santos han sido destruidos en Argelia y Mali, sin que hablemos de los Budhas dinamitados en marzo 2001 en Afganistán. Es esta corriente extremista, sostenida por Arabia Saudí, que intenta establecerse en los países musulmanes. Es la misma corriente que rechaza la democracia y cualquier proyecto de Constitución, porque solo el principio divino es legislador.
Las reacciones muy vivas que hacen temblar a varios países en este momento producen como efecto retardar y complicar el final de Bachar el Asad, campeón de crímenes en masa y y de los bombardeos de las poblaciones civiles. Si se mantiene, no es porque Rusia le apoya. También esto cuenta, pero lo que también cuenta para que se mantenga, es análisis practicado tanto por los americanos como por la mayoría de los Estados europeos. Se avanza la amenaza islamista sobre el porvenir de Siria como un argumento mayor. Se sabe que brigadas como los Ansar Al-Chem que se han aliado con los rebeldes no esconden su pertenencia al movimiento salafista. Incluso si todo el mundo rechaza la barbarie del clan Asad, algunos afirman en voz baja que, si se fuera, la minoría cristiana estaría en peligro. Una vez que el clan Asad sea puesto fuera de constituir un peligro, Siria elegirá su futuro. No sirve para nada ennegrecer el tablero e invocar el terror el horror islamista como si fuera la alternativa necesaria.
Lo que es extremamente vulnerable en el islam, no son ni su espíritu ni sus valores, sino que son las poblaciones que son mantenidas en la ignorancia y manipuladas en su credo. Todos aquellos que han intentado leer el Corán con el corazón de la razón han fracasado, y el resultado es irracionalismo, el absurdo y el fanatismo que van ganando terreno.
Esta confusión le sienta bien a todas las provocaciones: los salafistas franceses que han manifestado en los Campos Elíseos han sido confortados y consolidados en sus prejuicios. No son las páginas que publica Charlie Hebdo que van a calmar estos manifestantes, dispuestos siempre a reaccionar. Es una provocación de más. Esto, queramos o no, participa de la islamofóbia que va ganando terreno. Sé perfectamente que esta revista satírica no ha tratado al papa y a los curas con dulzura. Los católicos sin embargo no han puesto el grito en el cielo. Este periódico está en su papel. Estamos en una democracia donde la libertad de expresión es sagrada. Si estas nuevas caricaturas han herido a los creyentes, hay que dirigirse a la justicia y dar la espalda a esta agitación. Francia es un país laico. Uno rie de todo, incluso de la religión.
El Profeta no está en esas caricaturas; es un espíritu, una transcendencia, que escapa a toda representación física. Recordemos finalmente que el islam es “sumisión a la paz”, a una forma superior de Paciencia y de tolerancia – al menos, eso es lo que me enseñaron.
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