La ira musulmana contra los Estados Unidos y Occidente ha marcado el comienzo de un nuevo aniversario del aquel horrible y trágico 11-S de 2001 en New York. Mientras la memoria, el llanto y el silencio por los muertos finalizaban solemnemente en el Ground Zero, en Egipto y Libia se habían preparado ya las revueltas callejeras contra América. La violencia inaudita de los manifestantes no fue nada casual. Todo hace pensar que las violentas rebeliones contra los Estados Unidos se habían preparado con antelación y programado con un guión preciso. El 11-S es inseparable del programa y proyecto de al-Qaeda: golpear a los Estados Unidos en su propio territorio. La muerte de Osama Bin Laden el 2 de mayo 2011 en las afueras de Abottabad (Pakistán) había que vindicarla de cualquier forma y la fecha más propicia era hacerlo el 11-S. Además no han cesado las reivindicaciones de los sucesores de Bin Laden, que reclaman la salida de las tropas americanas de Arabia Saudí y de los Países del Golfo. Por lo tanto la guerra santa antiamericana no ha cesado y es suficiente cualquier motivo, por leve o grave que sea, para que se desaten la furia y la violencia contra los intereses americanos.
Las docenas de células de al-Qaeda dispersas por el mundo son objeto de las acciones militares coordinadas por los EE. UU, como es el caso del Yemen. Precisamente en el sur de esta nación se llevó a cabo la víspera del 11-S una acción militar contra miembros de al-Qaeda, dirigida por el ministerio de Defensa. El jefe de al-Qaeda en la Península Arábiga (AQAP), Said al-Shihri y otros cinco milicianos sucumbieron al ataque aéreo de las fuerzas yemeníes. Era de nacionalidad saudí y había sido liberado de la prisión americana de Guantanamo en 2007. Fue devuelto a su país para su “reinserción islámica”, pero acabó proclamándose líder de al-Qaeda en los países del Golfo.
Los simpatizantes, combatientes y miembros de al-Qaeda se han asentado tanto en Yemen como en el Cuerno de África por tres motivos principales:
El primero tiene que ver con la posición estratégica de Somalia y la referencia islamista de los Shabbab o juventudes islamistas. El nuevo presidente de Somalia, Hassan Sheikh Mohamud, apenas elegido, ha escuchado los golpes de metralleta mientras hacía su primera intervención pública el pasado miércoles día 12 de septiembre. Los jóvenes revolucionarios, la mayoría de los cuales ha conocido sólo la guerra, no quieren que las cosas cambien ya que en la inseguridad, el caos y la violencia el que realmente manda es el kalashnikov. Por eso continúan sembrando el terror, defienden la ley islámica como única norma en el país y mantienen óptimas relaciones con sus correligionarios del Yemen y de los Países del Golfo. Los Shabbab no están a falta de fondos y sus cajas están bien repletas. El qat, el contrabando, la extorsión, la corrupción, las drogas, los secuestros son fuentes adecuadas para mantener bien protegidas las espaldas.
En segundo lugar, a través del Estrecho de Ormuz y del Golfo de Adén circula alrededor del 35% del gas y petróleo del mundo. Es una zona geográfica muy vulnerable, pero al mismo tiempo de gran importancia en la geopolítica y el comercio energético. Los ataques de al-Qaeda contra los Estados Unidos tienen una finalidad: doblegar al enemigo americano y renovar en cada aniversario de la muerte de Bin Laden la declaración de guerra contra los americanos, los judíos y los cristianos. Esos frentes están abiertos y el adviento de las “primaveras árabes” no han conseguido todavía cambiar la ideología islamista y el cartel publicitario de al-Qaeda. Los dirigentes de al-Qaeda revuelven las cenizas y atizan el fuego golpeando las sedes diplomáticas, que en su forma mentis no tiene ningún valor simbólico y no ven la razón para respetarlas cuando se trata de defender el Islam.
En tercer lugar, la plataforma de al-Qaeda en el Cuerno de África sirve para la extensión de la ideología islamista a otros países africanos. Los países del Magreb y de África occidental están conociendo la inseguridad de sus fronteras, el avance del islamismo radical con grupos como Boko Haram (Nigeria) y Ansar Dine (Mali) que hacen de respaldo incendiario a los islamistas que reivindican la independencia de Azawad. Es una realidad que al-Qaeda se va infiltrando cada vez en muchos de los países africanos, sobre todo en su lucha encarnizada contra toda manifestación sufi propagada por las cofradías musulmanas. En Somalia los Shabbab se han encargado de pisotear tumbas y destruir lugares de peregrinación. Lo mismo ha ocurrido en la ciudad de Tombuctú, la ciudad que ha visto el derribo de mausoleos y mezquitas dedicadas a personajes venerables, conocidos por su piedad musulmana y su fervor islámico. El argumento principal, dicen, es purificar el Islam de toda huella mística, costumbre, tradición y usanza, considerados como nocivos para el Islam y por lo tanto objeto de condena. El sufismo, según la corriente conservadora de los salafistas y refractaria a todo cambio impide conocer el Islam con absoluta claridad.
Esos tres objetivos van apareciendo en manifestaciones violentas delante de las sedes diplomáticas americanas y occidentales. La protesta furiosa contra el repelente y repugnante largometraje, La inocencia de los musulmanes, ha sido el detonador del rabioso incendio contra los yanquis en la ciudad de Bengasi. Un video de 17 minutos. Era una ciudad que los americanos ayudaron a liberar de las zarpas de ex dictador Muammar. La violencia desalmada y el odio visceral de los manifestantes libios se han cobrado la vida del embajador estadounidense en Libia, Christopher Stevens y de otros tres diplomáticos en la fecha del aniversario del 11-S. Fue él quien desempeñó un papel clave para la liberación de Bengasi, la ciudad en la que ha sido vilmente asesinado. Todo hace pensar en una acción premeditada y bien preparada por el modo como se llevó a cabo, las armas utilizadas y el incendio provocado, que acorraló al representante diplomático e impidió su huida de las llamas. Sucumbió al brutal e impetuoso ataque de quienes pensaron que la protesta contra el video tenía que conducir a la quema de la sede diplomática americana y al cruel asesinato de cuatro diplomáticos. El Gobierno libio ha dado el pésame a las autoridades americanas y ha prometido ayudar en las investigaciones. El grande reto del Gobierno libio son los innumerables grupos que se autodefinen defensores del Islam. Entre ellos sobresale uno con el nombre de Ansar al-Shari‘a (Los vencedores de la ley islámica). El término ansar pertenece a la historia del Islam clásico. Fueron los habitantes árabes de Medina que ayudaron a Mahoma en su regreso a su ciudad natal de la Meca. El término ansar se podría traducir por “guerreros”, “combatientes”, “milicianos”, según los contextos geográficos. Tienen, sin embargo, un denominador común: combatir para que la shari‘a sea la única fuente de la legislación.
En Egipto nos tenían acostumbrados a las revueltas, sentadas y rebeliones de la Plaza Tahrîr contra los dictadores y tiranos del país. Pero esta vez la diana era la Embajada de Estados Unidos, que durante días ha sufrido ataques y asaltos. La policía ha tenido que usar la fuerza y los gases para dispersar a las turbas que estaban preparadas para dar el asalto y entrar en la Embajada. Como lo han hecho en la sede diplomática de EE UU en Sana (Yemen). Si bien las fuerzas antidisturbios se han enfrentado a los manifestantes en El Cairo, no han podido impedir que hubiera docenas de heridos a causa de los enfrentamientos. El Presidente Mohamed Mursi tiene un gran dilema. Por una parte condenar sin medias tintas la violencia de los manifestantes, aunque el video injuriante haya sido considerado como un acto deplorable y ofensivo a Mahoma y al Islam. O por el contrario, considerar como la cosa más normal la furia destructora e incendiaria de las turbas a causa de la proyección de un video. Desde Roma, donde se encontraba en visita oficial, ha calificado de “pueriles e irresponsables” los ataques a las embajadas. Pero ha subrayado también que el video “es un intento de provocación”.
No se puede tambalear una religión como el Islam y menos sucumbir la fe musulmana de una comunidad a causa de un video repulsivo e irritante, realizado con las peores intenciones. La non-violencia, de la que han dado amplia muestra millones de musulmanes en estos días, lejos de demostrar la fragilidad de la fe y ser un síntoma de la indiferencia de una comunidad ante una gran injuria, es un símbolo elocuente de entereza, fortaleza y coraje. La gran lección de estos días es muy sencilla: el juego sórdido con la religión nos puede reservar peligrosas, inesperadas y desagradables sorpresas. Inicio doloroso de un nuevo aniversario del 11-S, sembrado de incertidumbre y violencia, furor y muerte. El mal uso de la libertad de expresión acaba muchas veces en tragedia y no florece necesariamente aunque nos digan que es primavera.