Filantrocapitalismo: entre corazones sangrantes y agentes sangrientos

10/09/2012 | Opinión

Cuando tenía seis años, mi hermana, tres amigos y yo co-fundadamos un proyecto filantrópico llamado la Estrella Garglet. A pesar de un nombre que apuntaba maneras como nombre de galardón, nuestra visión fue mucho mayor: el fin de la pobreza infantil en Suazilandia y quizás, con el tiempo, en toda África. El plan era seguro, aunque algo complicado. Cultivar un huerto. Vender los productos, y con los ingresos, organizar una fiesta. Los niños que no eran pobres traerían donaciones y los niños pobres se traerían a sí mismos, y en poco tiempo, todos juntos podríamos salvar el mundo, de una vez por todas. Simple, ¿no?

Bueno. Desde el principio, nuestra incipiente organización estuvo plagada de desafíos estructurales. No contentos con trabajar al pie del cañón, todo el mundo quería un asiento en el comité de gestión. Así surgió una variedad de carteras para satisfacer nuestros apetitos burocráticos: Presidente, Vicepresidente, Secretario, Vicesecretario y Tesorero.

Pero de alguna manera no tuvimos en cuenta la cartera más importante – la de Asesor Agrario. En nuestra defensa, no sabíamos nada sobre horticultura. Después de semanas de cultivar diligentemente, el huerto «Los niños de África» no produjo más que una variedad de malas hierbas; hasta que por fin, buscamos ayuda técnica. Y mamá nos explicó que los frutos y verduras pre-cocidos que tan seriamente habíamos sacado de contrabando de la cocina para plantarlos en el suelo fértil, era imposible que germinaran. Habíamos cosechado lo que habíamos sembrado – puñados de semillas muertas.

Diccionario Urbano, la autoridad suprema de los fenómenos contemporáneos, define un corazón sangrante como «una persona con una compasión excesiva hacia cualquier grupo o individuo que percibe como menos favorecidos» – en otras palabras, la base de muchos esfuerzos filantrópicos. Por el contrario, un agente sangriento, ya que el término ha llegado a ser popular en el contexto polémico de su origen, es un agente de un sistema contra-revolucionario.

La filantropía es uno de los impulsos humanos más universal, tan omnipresente como Coca-Cola. De hecho, si hay un objetivo explícito que todas las instituciones tienen en común – ya sean religiosas, políticas, académicas, sociales, empresariales – es el compromiso de mejorar la situación de los menos afortunados. Por otro lado, si hay un objetivo no-siempre-explícito que estas mismas instituciones tienen en común, es el compromiso de hacer dinero. Durante mucho tiempo, el mundo se ha acercado a África como un campo para ambos objetivos.

En su poema titulado The Development Set, Ross Coggins se burla de las contradicciones del trabajo filantrópico: «El equipo de desarrollo es brillante y noble / Nuestros pensamientos son sabios y nuestra visión mundial / Aunque nos movemos entre las clases altas / Nuestros pensamientos están siempre con las masas… En hoteles Sheraton de naciones dispersas / Maldecimos las corporaciones multinacionales… Hablamos de la desnutrición con bistecs / Y charlamos sobre planes contra el hambre durante los descansos para el café…».

Escrito en 1976, la filosofía del poema se articuló al fin una década más tarde en el libro de Herbert Hancock Señores de la pobreza: el poder, el prestigio y la corrupción del negocio de la ayuda internacional, en el que se recopilan evidencias demostrando que el desarrollo, en contraste con el área altruista que dice ser, es en realidad una industria lucrativa cuyo objetivo primordial es crear beneficios para los contratistas occidentales.

Algunos pueden decir que las cosas han cambiado. Después de todo, el resplandor del complejo mesiánico occidental tradicional ha disminuido un poco, y frases como «inclusión» y «creación de capacidad» están disfrutando de su momento bajo el sol. «Voces» seleccionadas de las comunidades en-desarrollo/comunitarias/de-recursos-restringidos/al-pie-del-cañón son premiadas en los foros internacionales para asegurar que la narrativa del desarrollo mantiene un aire de autenticidad.

El aire de autenticidad, por supuesto, queda reducido por la opulenta configuración en la que a menudo se desarrolla esta narrativa. Si la cantidad de dinero que se gasta en hablar de los problemas llegara realmente a ser redirigido a hacer frente a estas cuestiones, nos llevaría mucho más lejos en el camino filantrópico – pero entonces, ¿qué le pasaría a la próspera economía del altruismo?

En respuesta a las preocupaciones de los activistas sobre el patrocinio de Chevron en la reciente Conferencia Internacional sobre el SIDA en Washington DC, el director adjunto de la Sociedad Internacional del Sida respondió en un correo electrónico que la contribución de Chevron, de 250.000 dólares americanos, era solo del 1% del presupuesto general de la conferencia. Téngase en cuenta además que un reciente estudio de la Fundación Clinton llevado a cabo en cinco países africanos, estima que el coste medio anual por persona para la gestión del VIH en el sector público es de 200 dólares americanos. En otras palabras, el presupuesto para los cinco días de la conferencia podría haber proporcionado un año de tratamiento y atención a 125.000 personas que viven con el VIH. En su lugar, Washington DC fue la que ganó, con unos ingresos por turismo de 33 millones de dólares americanos en beneficios relacionados con la organización de conferencias.

No es solo el negocio de las conferencias el que se beneficia de la actividad del desarrollo. En 2011, Jiem Cook, el Director Ejecutivo mejor pagado de una organización benéfica, Children International, se llevó a casa casi medio millón de dólares al año. No es de extrañar que Dan Pallota argumentara en la Harvard Business Review que «usted debería ser capaz de hacerse rico en una organización benéfica» – y probablemente muchos estarían de acuerdo. ¿Importa si la gente hace dinero utilizando la pobreza de los demás, siempre y cuando los pobres obtengan algún beneficio? Incluso podría decirse que ofrecer una rentabilidad financiera es la mejor manera de asegurar que la gente no solo mantiene la motivación para hacer el bien, sino para hacerlo de manera eficiente -, ya que, como se sabe, la gente tiende a tomar el dinero mucho más en serio que a los seres humanos.

Este es el panorama que se halla en el corazón de lo que se ha descrito como la revolución del mercado en la filantropía mundial – el aumento de la filantropía de riesgo, o filantrocapitalismo. Según Martin Maximillian de la Fundación Strategy Group, estamos entrando en la era de la «Economía del lmpacto», por primera vez en la historia. Es una era en la que los problemas sociales derivados de las desigualdades drásticas en nuestro sistema mundial ya no se consideran como problemas, sino como oportunidades – oportunidades de negocio. Maximillian predice que «la Economía del Impacto transformará radicalmente los negocios, la sociedad civil y el sector público, creando un mercado integrado de capital social multimillonario».

Bueno, ¿qué más se puede esperar en un mundo capitalista? Realpolitik – política basada en el pragmatismo, en lugar de en el idealismo – sigue siendo, por necesidad, la fuerza que guía todos los esfuerzos humanitarios. Cuando todo a nuestro alrededor hay necesidades inmediatas de supervivencia que los esfuerzos filantrópicos tienen el potencial de cubrir, la consideración de las consecuencias negativas que tales esfuerzos puedan presentar en el futuro parece auto-indulgente hasta el punto de ser vulgar. La lógica de la emergencia es la lógica de ahora, no la lógica del qué pasaría-si.

Pero, como escribe José Saramago en su libro Las intermitencias de la Muerte: «Cuando uno avanza a ciegas en el terreno pantanoso de la realpolitik, cuando el pragmatismo toma la batuta y dirige la orquesta, haciendo caso omiso de lo que está escrito en la partitura, se puede estar bastante seguro de que, como la lógica imperativa de la deshonra mostrará, todavía hay, después de todo, unos pasos más para descender». Y a medida que aumente la participación en la filantropía, con el interés público cada vez más entregado a los intereses financieros de las entidades privadas, es probable que estos pasos se vuelvan cada vez más empinados, en infinitos matices de complejidad gris.

En un artículo sobre Filantropía Mundial de la Salud y Relaciones Institucionales, académicos británicos y estadounidenses analizan los conflictos de interés en el trabajo de la Fundación de Bill y Melinda Gates – el principal donante privado de la salud mundial, y como tal, la institución más influyente en este campo. Gregg Gonsalves, un activista desde hace mucho tiempo en temas de salud y derechos humanos, ha comentado recientemente que «Dependiendo del lado de la cama por el que se levante Gates por mañana, la salud mundial puede cambiar».

La salud mundial no es el único campo en el que Gates es un peso pesado. La fundación, señalan los autores del estudio, «tiene una inversión muy elevada en Coca-Cola y trabaja para orientar a los agricultores de los países en desarrollo hacia la producción de Coca-Cola en lugar de hacia estrategias alternativas de desarrollo…», a pesar de que «algunos analistas han señalado que las bebidas azucaradas como las producidas por Coca-Cola están relacionadas con el rápido aumento de la obesidad y la diabetes en los países en desarrollo». También participa en el capital de otras empresas como McDonalds y Unilever, con la producción masiva de productos de alimentos poco saludables que están vinculados al aumento alarmante de enfermedades de «estilo de vida» – que Margaret Chan, directora general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), describió en 2011 como «las enfermedades que romperán el saco…no se controlan, y tienen el poder de devorar los beneficios de las ganancias económicas».

Estas enfermedades son actualmente la principal causa de muerte en el mundo, y están aumentando a niveles más rápidos en África, a medida que más personas adoptan dietas y estilos de vida occidentales. La evolución de esta crisis en las últimas tres décadas, según Chan, no es «la marca de un fracaso de la voluntad individual, sino más bien de políticas al más alto nivel. Los alimentos procesados con alto contenido de sal y azúcar se han convertido en los nuevos alimentos de primera necesidad: fácilmente disponibles y comercializados, la forma más barata de llenar un estómago hambriento…».

Y así, mientras invierte para promover la salud mundial (y, en algunos casos, en las compañías farmacéuticas que se benefician económicamente de esos esfuerzos), la Fundación Gates está invirtiendo simultáneamente en las industrias que atentan contra la salud – el apoyo a las causas del problema, así como a las causas que combaten el problema. En el artículo se señalan tendencias similares en otras fundaciones filantrópicas importantes, como Ford y Rockefeller.

Si esto es casual o deliberado, corazones sangrantes descuidados o astutos agentes sangrantes, nadie lo sabe. Pero en las turbias aguas de este conflicto de intereses, ¿puede el adagio (probado-y-comprobado), “es mejor prevenir que curar”, conseguir mantenerse a flote? E igualmente preocupante – ¿qué pasa si la cura se vuelve menos rentable, si los principios de negocio dictan que una actividad filantrópica particular, no debe seguir siendo una prioridad? Adiós, mamones.

Existe una retorcida ironía en nuestra confianza en el mismo sistema que crea pobreza y todos los problemas relacionados con ella, para solucionar esos mismos problemas. Al mismo tiempo, hay una explicación para esta confianza- que es, quizás, la piedra angular del mantenimiento del orden establecido. Construir una industria multimillonaria que se centra en mitigar los daños causados por la estructura económica mundial sistemáticamente desvía la atención, los recursos y las energías de las causas del problema, a las manifestaciones de los síntomas.

Nadie puede negar que los síntomas necesitan un remedio – hay muchas personas que hoy están vivas solo porque existe la filantropía. Sin embargo, la priorización cada vez más lucrativa del enfoque superficial se asoma con inquietante claridad en las líneas irreverentes con las que concluyó Coggins “The Development Set”: «Solo pido a Dios que la promesa bíblica sea cierta: los pobres, siempre estarán con vosotros».

Parece que esta oración se está haciendo realidad. Mientras las economías de África crecen a un ritmo impresionante, lo mismo ocurre con la desigualdad. Junto a esta amalgama están las convocatorias de los hombres más ricos de África hacia el «Africapitalismo» que traerá «la filantropía y la inversión así como un nuevo modelo de desarrollo para las empresas africanas». Y dado el enorme mercado para la filantropía en África, alimentado por décadas continuas de desigualdad, este modelo de desarrollo es uno de los que más interés ha despertado en empresas y fundaciones, tanto en casa como en el extranjero, y ha sido elogiado como revolucionario.

El académico indio Kavita Ramdas ha dicho irónicamente sobre el filantrocapitalismo que «cuanto más desigual se hace el mundo, más público está invitado a celebrar que unos pocos se beneficien de esta situación de desigualdad», y el año pasado, TechRights publicó una recopilación de publicaciones en blogs por parte de los africanos que se sienten insultados por el filantrocapitalismo. Sondra Myers en New Times de Ruanda ha descrito el filantrocapitalismo como «un síntoma de un mundo profundamente desigual», y señala que el cambio social real «requiere una redistribución radical del poder y los recursos, los cambios profundos en nuestros sistemas económicos y políticos, y la reafirmación de los valores sociales enraizados en el amor, la solidaridad y el compartir»- todos los cuales forman las piedras angulares de los logros incomparables de Thomas Sankara en Burkina Faso.

Una de las consecuencias más aterradoras a largo plazo del filantrocapitalismo es el embotamiento indirecto de nuestra psique hacia estas verdades más profundas. El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones, y en el camino – impregnado de la cantidad adecuada de dinero – se cubrirán multitud de pecados. Un analgésico financieramente gratificante para los problemas del mundo es mucho más atractivo que el cuestionamiento de la infección más profunda, el sistema de desigualdad que se encuentra en la raíz de estos problemas. Preguntas como, pero amable señor ¿qué tipo de sistema pervertido le permite poseer tales cantidades obscenas de riqueza, mientras los esbirros que generan esa riqueza para usted dependen de su filantropía para sobrevivir? Cuanto más tiempo desoigamos estas preguntas críticas, más profundamente se hundirán sus tentáculos en nosotros – al mismo tiempo que ampliarán un mercado infinito para sus dudosos negocios. Entonces, ¿quién gana, al final?

Existe una fina línea entre los corazones sangrantes y los agentes sangrientos. La Estrella Garglet nunca llegó muy lejos. A raíz de la revelación de nuestro absurdo fracaso, se convocó una reunión de emergencia, en donde el comité de gestión encargó al tesorero liquidar las cuentas. Las monedas y los dulces que se habían comenzado a reunir se dividieron en partes iguales entre todos los inversores, y nos retiramos con tristeza para consumirlos mientras pensábamos en el mejor camino a seguir. Nunca encontramos ese camino. El proyecto había perdido su divertido atractivo. En poco tiempo estábamos ocupados con otros temas de clase media más interesantes, mientras los niños seguían padeciendo hambre. Sin embargo, la Conferencia de Alto Nivel sobre la Seguridad Alimentaria Mundial tiene una solución, que Frederick Kaufman ha captado con gran ingenio: «Que coman efectivo«.

Por Paula Akugizibwe

Publicado en This is Africa, el 28 de agosto de 2012.

Paula Akugizibwe dejó su corazón sangrante y otro equipaje en su camino a la libertad.

Traducido para Fundación Sur por Guadalupe Muñoz Martín.

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