El espejo Balotelli, por Rafael Muñoz Abad

9/07/2012 | Bitácora africana

En 1789 unos visionarios echaron el resto y a golpe de bayoneta tomaron La Bastilla. Mascarón de proa del Antiguo Régimen e icono de la sociedad estamental que significaría el inicio de la igualdad social que hoy conocemos.

Los años de bonanza económica hicieron que miles de africanos se embarcasen en pos del sueño europeo y, bien en un cayuco, escondidos en un camión o simplemente en vuelo regular, llamasen a las puertas de Europa en busca de una oportunidad.

¿Libertad, igualdad y fraternidad para todos? La verdad es que sonar, suena bien, pero otra cosa es la realidad. Las ilusiones que en una playa de Nouadhibou antes de subir a la incierta aventura del cayuco, o la pesadilla de atravesar el Sahel en una camioneta hacinada y pasando cual mercancía de mano en mano de tratantes, amenazaban con tornar en quimera el anhelo de un mejor mañana. Los que lo lograron, devolvieron a Europa la sociedad piramidal y las barreras invisibles.

Rose y Thomas Barwuah fueron dos inmigrantes ghaneses llegados a Palermo que, hacinados en un piso patera, suspiraban por incorporarse al Estado del bienestar y salir así del fondo de la pirámide social. Localidad donde nacería el pequeño Mario, que con posterioridad y sumido en graves problemas de salud sería entregado a la familia Balotelli. A día de hoy, Mario es un ídolo, y ya no sólo en Italia, sino en una Ghana que aún no ha pisado y a la que pronto acudirá para conocer a sus familiares. Un espíritu rebelde forjado por un pasado tan afortunado como azaroso. “… iré a la cárcel si alguien me tira un plátano, lo mataré…”.

Como los sentimientos no entienden de colores, su madre se llama Silvia y es blanca. El éxito mediático de Balotelli y su fama de ser todo un carácter dentro y fuera del césped no es una historia nueva. El guión del africano de segunda generación, con pasaporte europeo, ajeno a las miserias y que bendecido por la barita mágica del talento deportivo se torna en icono de la sociedad de consumo es algo que empieza a ser habitual en muchos países. Algunos sólo ven en ello un toque exótico entre tantos culos pálidos; otros lo señalan cual lógica consecuencia de la inmigración; y para muchos se trata de emotivas historias que hacen fehaciente la íntima relación que hay entre los meandros de la vida y el lugar donde nos toca nacer. El espejo Balotelli es el fiel reflejo de la consumación del sueño de miles de niños africanos, que, sumidos en la pobreza, ven en el fútbol la mejor oportunidad de hacer fortuna. Y es que la fortuita vida del futbolista quizás sea un buen ejemplo de un caso único entre un millón de sueños infantiles. Ansias, esperanzas rotas y triunfos, con los que los traficantes de piernas y talento que representan a los clubes de fútbol de media Europa especulan.

Rafael Muñoz Abad es miembro del Centro de Estudios Africanos de la
Universidad de La Laguna cuadernosdeafrica@gmail.com

Original en : Diario de Avisos

Autor

  • Doctor en Marina Civil.

    Cuando por primera vez llegué a Ciudad del Cabo supe que era el sitio y se cerró así el círculo abierto una tarde de los setenta frente a un desgastado atlas de Reader´s Digest. El por qué está de más y todo pasó a un segundo plano. África suele elegir de la misma manera que un gato o los libros nos escogen; no entra en tus cálculos. Con un doctorado en evolución e historia de la navegación me gano la vida como profesor asociado de la Universidad de la Laguna y desde el año 2003 trabajando como controlador. Piloto de la marina mercante, con frecuencia echo de falta la mar y su soledad en sus guardias de inalcanzable horizonte azul. De trabajar para Salvamento Marítimo aprendí a respetar el coraje de los que en un cayuco, dejando atrás semanas de zarandeo en ese otro océano de arena que es el Sahel, ven por primera vez la mar en Dakar o Nuadibú rumbo a El Dorado de los papeles europeos y su incierto destino. Angola, Costa de Marfil, Ghana, Mauritania, Senegal…pero sobre todo Sudáfrica y Namibia, son las que llenan mis acuarelas africanas. En su momento en forma de estudios y trabajo y después por mero vagabundeo, la conexión emocional con África austral es demasiado no mundana para intentar osar explicarla. El africanista nace y no se hace aunque pueda intentarlo y, si bien no sé nada de África, sí que aprendí más sentado en un café de Luanda viendo la gente pasar que bajo las decenas de libros que cogen polvo en mi biblioteca… sé dónde me voy a morir pero también lo saben la brisa de El Cabo de Buena Esperanza o el silencio del Namib.

    @Springbok1973

    @CEAULL

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