(Entrevista en Le Potentiel- 12.03.2012 – a Christophe Boltanski, autor del libro “Minerales de sangre, los esclavos del mundo moderno”, Ed. Grasset. Paris
En su obra de 344 páginas, Christophe Boltanski, ha investigado el recorrido de la casiterita, principal componente del estaño, uno de los minerales más disputados para la fabricación de teléfonos móviles, MP3, escaners, ordenadores. En este denso libro, el autor muestra que la guerra que sacude la región de los Grandes Lagos, por muy lejana que parezca, está ligada a la cotidianidad de los occidentales. Ha concedido a Le Potentiel esta entrevista:
¿Qué engloba el término “minerales de sangre”?
Esta expresión deriva de otra, de «diamantes de sangre», que fue utilizada por primera vez: diamantes que alimentaron numerosas guerras, concretamente en Angola, Liberia, Sierra Leona. Esos diamantes, extraídos de minas localizadas en zonas de guerra, eran vendidos ilegal y clandestinamente para abastecer de armas y municiones a los grupos armados que las explotaban. A causa de ello se puso en pie el proceso de Kimberley, cuyo objetivo es evitar la compra de diamantes financiadores de las actividades militares de grupos armados en los mercados mundiales.
¿Qué es lo que le ha motivado a realizar esta investigación?
Descubrí el Kivu en 2008, cuando se produjo la ofensiva sobre Goma de Laurent Nkunda. Estuvimos un buen número de periodistas cubriendo la enésima guerra en una región cuyo subsuelo está trufado con riquezas naturales y que desde hace 15 años está sacudida por conflictos y rebeliones incontrolados. Una vez sobre el terreno, me percaté de hasta qué punto el conflicto estaba generado por la riqueza de minerales raros existentes en esta tierra. Desde los años 1990 varios grupos armados sirven a los intereses de Estados vecinos y a grupos industriales occidentales. Escandalizado, decidí explorar este tema para determinar cómo esta guerra, que parece lejana, está ligada al confort tecnológico y modernidad de los occidentales. Y señalo con el dedo el mineral-clave en la continuidad de la guerra: la casiterita.
¿Cuáles han sido los pasos que ha dado usted como periodista?
Durante dos años he tratado de conectar con los actores de esta larga cadena de producción. He escuchado a mineros artesanales, explotados en el Kivu-Norte, en la frontera con Ruanda. Me he codeado con soldados que rastrean la región y a la vez se sirven de ella; he viajado con pilotos eslavos que abastecen los almacenes de Goma o Kigali con sus viejos cacharros soviéticos; he ido a ver a los que funden la casiterita y la transforman en estaño, metal indispensable para la fabricación de nuestra tecnología electrónica. He hablado con las ONG, con expertos en relaciones internacional, con jefes de empresa, con sindicalistas; con gente del London Metal Exchange, con geólogos, con directores comerciales de las multinacionales. He viajado por un tercio del planeta, decidido a medir a qué precio nosotros hablamos por teléfono, hacemos consultas por Internet o fotografiamos a nuestros seres queridos.
Usted dice que la casiterita es el mineral-clave para que la guerra prosiga en la región de los Grandes Lagos. ¿Por qué?
Evidentemente la guerra no es resultado del azar; está motivada por la explotación de los recursos del subsuelo. El Congo, ya desde el siglo XIX, suscita todas las codicias; ha sido considerado como una tierra de riquezas a saquear. Sí, la casiterita es a la vez el nervio y el envite de esta guerra; es su carburante. El estaño, un excelente conductor, se ha convertido en un metal indispensable en la composición de innumerables objetos electrónicos; esos que nos hacen confortable la vida: PC, MP3, móviles, impresoras…; en fin, todo lo que nuestra modernidad contiene lleva el rastro de este mineral. Ya nos habían anunciado que entrábamos en la era de lo virtual; pues bien, somos más dependientes que nunca de algunas materias primas.
Usted ha seguido la entrega de una carga de casiterita. ¿Ha logrado conocer el destino de esta carga?
He recorrido el camino de esta red pacientemente. El mineral es llevado en bicicleta o al hombro en sacos de 50 o 60 kilos hasta una pequeña localidad, Walikale, desde donde es trasportado a Goma, capital del Kivu-Norte, por avión. Machacado y pulverizado, el mineral es largado a Ruanda. Desde Kigali va en camión a Dar-es-Salaam. Luego es exportado a Malasia a la fundición de Butterworth, que refina la octava parte de la producción mundial, transforma el polvo de estaño en lingotes plateados, brillantes, de una pureza del 99%. Sus clientes más importantes: los fabricantes de hilo para soldar, entre los cuales el grupo alemán Henkel.
¿En qué condiciones trabajan los mineros artesanales?
Trabajan en muy penosas condiciones: bajo un calor alucinante, deben pasar por túneles cada vez más largos con sacos de 50 k al hombro. Los riesgos que afrontan para ganar unos francos son increíbles. A veces no ganan nada, ya que son saqueados por gente armada. Casi todos los mineros artesanales están endeudados. Verdaderamente es una nueva forma de esclavitud.
¿Quién es responsable de esta esclavitud?
Es difícil saberlo. Pasan cosas horribles en el Congo, pero cada actor puede descargar fácilmente la responsabilidad en otros y la movilización en contra es débil. Ahora bien, todo el proceso está pre-financiado. Los negociantes compran los minerales con el dinero de los almacenes, quienes a su vez lo reciben del principal traficante, Minerals Supply Africa, que a su vez se hace pre-financiar por fundiciones Malaysia Smelting Corporation. Así pues, contrariamente a lo que afirman todos saben perfectamente de dónde proviene el mineral.
Evidentemente hay una responsabilidad internacional en cuanto sucede en esta región del Congo y es indispensable que los industriales se impliquen más. ¿Qué hacer para que se comprometan y ofrezcan condiciones de trabajo decentes?
Son necesarias verdaderas campañas de opinión. Que la gente tome conciencia de que los objetos que nos rodean, cada vez más baratos y con una durabilidad cada vez más corta, tienen un coste humano muy elevado en el Tercer Mundo. Es necesaria una presión de los consumidores. Hay que pelear para que exista una verdadera “trazabilidad” de las materias primas. Cada vez que yo interrogaba a las empresas, se me decía que no podían decir nada ni sobre los suministradores ni sobre sus clientes; eran secretos comerciales. ¿En nombre de qué? Los carniceros bien que deben decir si su carne viene de Escocia o del Limusin. ¿Por qué los industriales pueden esconderse tras el secreto profesional tan fácilmente?
Existe una ley americana que prohíbe el uso de minerales de sangre en la electrónica…
Efectivamente; es una buena ley y demuestra que los industriales pueden ser considerados como responsables de lo que pasa sobre el terreno. Tiene un gran impacto, pero el peligro está en que empuje a los industriales a desinteresarse por el Congo, a una especie de boicot de la región. La extracción seguirá pero por vía de contrabando, por medio de circuitos todavía más opacos que pasan por China o Kazastan. Es lo que habría que evitar.
¿Por qué, para terminar su investigación, fue usted a Ghana?
Ghana se ha convertido estos últimos años en un de los principales depósitos de residuos electrónicos provenientes de Europa y EE UU. Miles y miles de aparatos electrónicos son depositados y quemados al aire libre por adolescentes, que recuperan el cobre y es vendido de nuevo al extranjero. Un business ilegal pero tolerado con consecuencias dramáticas para el medioambiente y para la salud de los trabajadores.
¿Qué lección saca usted de este largo viaje?
El sistema en que vivimos en la época de la mundialización está basado en una “desresponsabilización” generalizada. Nadie es responsable de nada; nadie debe rendir cuentas ante nadie. Detrás del concepto de modernidad se esconden cosas espantosas. Hay que denunciarlas. Una parte de nuestro trabajo como periodistas es la de establecer esta cadena de responsabilidad.
Declaraciones recogidas por Robert Kongo, corresponsal de Le Potentiel en Francia.
Resumen y traducción de Ramón Arozarena.
0 comentarios