La visita de Tariq Ramadan a Túnez: misión incompleta
01/03/2012
Monia Muajar Kallel*
Claramente, Tariq Ramadan no tuvo ninguna solución para la cohabitación entre islamistas y laicos tunecinos, ninguna proposición, ninguna palabra viva. Se contentó con multiplicar lecciones de un saber vivir juntos.
La visita de Tariq Ramadan, este último fin de semana, atrajo un amplio público y suscitó una polémica que ha sido muy comentada por el conferenciante mismo. En sus dos encuentros, ha señalado más de una vez, y con cierto nerviosismo, la “violencia” que detectaba en la asistencia compuesta sin embargo de auditores elegidos para la causa. Antes de empezar su discurso en la Cúpula, pidió respetar el punto de vista del profesosr Mohammed Talbi que fue abucheado (por haberse alineado en sus últimos libros en la línea salafista-wahabita). La recomendación de hecho fue como una auto-protección. Él mismo ha sido a su vez criticado con acidez, y testigo de invectivas crudas. Los gritos que interrumpieron la intervención de Abu Yareb El Merzuki (en el Beit el Hikma) hubieran podido desembocar en una confrontación más violento si este último no se hubiera retirado precozmente… (¡por otros compromisos!
La difícil « cohabitación » de los islamistas y los laicos tunecinos
Tariq Ramadan, que vino a presentar su libro, ha visto que la “división” de los Tnecinos est real, y que la “cohabitación entre islamistas y laicos” (título de la mesa redonda en Beit el Hikma) no era simplemente un simple tema filosófico-político-cultural que se podría debatir como lo hace con brio en sus libros o sobre los platós de las cadenas europeas.
La « preocupación » que se leía en su mirada, su postura y el tono de su voz, era la del pensador que asiste a la ruda puesta en en cuestión de su sistema de representación. Para la “cohabitación” entre islamistas y y laicos tunecinos, Tariq Ramadan no tenía claramente ninguna solución, ninguna proposición, ninguna palabra viva. Se contentó con multiplicar consejos, órdenes, lecciones del saber-vivir juntos: “hay que dialogar”; “teneis que respectar la diferencia”; “Túnez debe ganar”…
La violencia que Tariq Ramadan que resume en un discurso violento también, revela el foso entre sus ideas y la realidad, así como los límites de su retórica, en el fondo y en la forma.
Después de la magistral introducción del Profesor Hamadi Redissi, que enumeró las reglas de oro del arte del diálogo – respetar el turno de la palabra, tener en cuenta las necesidades del auditorio, y sobre todo, expresarse de manera clara y precisa – Tariq Ramadan no ha podido desarrollar, en el tiempo concedido, ni sus malabarismos verbales habituales, ni su ideología basda en en la participación, musulman/no-musulman, Occidente/Oriente. Frente a interlocutores que dominan su sujeto t reivindican obstinadamente su arraigo en la identidad arabo-musulmana y tunecina, esta línea de demarcación ha tenido problemas para resistir..
Con diferentes puntos de vista, utilizando la lengua de Voltaire o la de El Yahedeh, Yusef Seddik, Olfa Yusef, Neila Sellini, Feryani, Slaheddin El Yurchi y Emna Yablaui, han analizado sin contemplaciones, ni verborrea la situación en Túnez y las dificultades de la cohabitación entre islamistas y laicos. La Sra. Sellini a quien le otorgamos el palmarés de la claridad simple ha demostrado que la democracia y el islamismo son incompatibles, porque el islamismo no solamente está penetrado del fervor metafísico (como todo creyente) sino que se cree que está investido de una “misión” divina e intenta convertir por la fuerza o la dulzura.
Esta definición del espíritu de los Hermanos musulmanes (que sean moderados o rígidos, políticos, pensadores o simples ciudadanos) choca de frente con el heredero de Hasan el Banna que se limita a las constataciones y a las directivas: “Hay que sobrepasar la polaridad”, repite constantemente. Pero repitiendo, mantiene la polaridad, incluso la profundiza. Ni siquiera las lecciones sobre la cordialidad, ni los elogios al pueblo tunecino, único pueblo capaz, según él, de tener éxito en la transición democrática, no llegan a calmar la sala ni disminuyen la efervescencia de los auditores que se precipitan por poder expresar sus puntos de vista y testimoniar sobre sus vivencias amargas.
El autor de « El islam y el despertar árabe” se da cuenta que su margen de maniobra es reducido y que avanza en un terreno minado. Entonces, rectifica el discurso hacia la economía y la educación manteniéndose en lo periférico y en lo general.
En el panorama geopolítico mundial, evoca el ejemplo de China y su éxito espectacular, pero no dice cómo este país ha podido conciliar tradición y modernidad, y qué es lo que ha hecho de su “referente religioso”, ni de qué manera ha resuelto la cuestión de la identidad.
Ambigüedad del discurso y prudencia en sus propósitos
« Las palabras son importantes », y cualquier diálogo debe pasar por su definición precisa, afirma Tariq Ramadan. Esta consigna de tipo metodológico no encuentra eco en su discurso. Y las palabras clave se quedan en lo equívoco como es el caso de laicidad. La palabra y la realidad quela cubre parecen menos importantes, para el orador, que el ejemplo que trae a cuento para darle valor: Turquia, un país musulman democrático y desarrollado.
Lo mismo para la palabra identidad. Este concepto moderno y posmoderno, Tariq Ramadan se refiere a él con gusto, pero trayéndolo a una acepción que se aleja de su sentido verdadero. Los filósofos contemporáneos están de acuerdo para decir que la identidad (de un individuo o de un grupo social) es indisociable de la pregunta que subyace: “¿Quién soy yo?”
Cuando se tiene como punto de mira una pertenencia comunitaria y un campo referencial bien determinado, ya no estamos en el cuestionamiento o la búsqueda de sí mismo, que sería definitorio de la identidad. Para hablar del trabajo de conservación del pasado, el francés dispone de otro vocablo, las “raíces”. Los grandes movimientos nacionales en Francia y las “depuraciones” (étnicas, lingüísticas o religiosas) que ha conocido Europa han sido pensadas a partir de la idea que la cultura es un objeto (o un campo) fijo. Esta idea ha circulado gracias a la vieja metáfora de la tierra-madre de la que hay que guardar intacta la fuerza o la substancia quitándole la ganga de los elementos extraños dañinos para su crecimiento.
En la concepción de los pensadores contemporáneos, la palabra y la realidad misma han caído en desuso. Pensador, investigador y profesor en Oxford, Tariq Ramadan no desconoce estas mutaciones ideológicas ni los matices terminológicos. Pero al evocar el mundo árabo-musulmán, prefiere expresarse en una lógica territorial de acercamiento. Yal escucharle, la búsqueda de identidad y el retorno a los orígenes serían dos actos semejantes, así como las palabras intercambiables. A menudo, empleando tanto una como otra palabra.
Evidentemente, estas fluctuaciones reflejan el sueño nostálgico de la Tierra del Islam y de una prestigiosa cultura perdida. Las “Primaveras árabes” habrán venido a alimentar este sueño. El autor de “El Islam y el Despertar árabe” ve ahí los gérmenes del Renacimiento que habría que propulsar y proteger. Su visita a Túnez, la ambigüedad de su discurso y la prudencia de sus propósitos (prefiere por ejemplo la palabra “levantamiento” a “revolución”) se inscriben en este proyecto…
Pero este gran sueño que nace en su historia personal, Tariq Ramadan, la ha pensado, la ha escrito y mediatizado sacando provecho de las posibilidades que le ofrecen los Estados democráticos y los regímenes laicos. La laicidad que no la defiende y que evita definirla claramente.
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