«Estamos extremadamente preocupados por la contaminación y la degradación medioambiental que causan sufrimiento a las poblaciones vulnerables por intereses políticos y comerciales que no sitúan la dignidad humana y el bien común en el centro del desarrollo nacional». Así lo escriben los obispos de Zambia en su declaración pastoral sobre la contaminación y la degradación medioambiental (On pollution and environmental degradation).
Publicada el 22 de agosto, poco antes de la Jornada Mundial de Oración por la Creación que se celebraba el 1 de septiembre, la declaración denuncia «la negligencia, que se manifiesta en particular en la falta de supervisión en la aplicación de las normas medioambientales», definida como «un fracaso moral que contradice directamente nuestro deber cristiano de ser custodios de la creación de Dios y de cuidar de nuestro prójimo, especialmente de los más vulnerables».
Zambia es un país rico en recursos minerales, comenzando por el cobre (del que es el séptimo productor mundial) y el cobalto, además de oro, plata, zinc, esmeraldas y otras piedras preciosas. También se han descubierto yacimientos de minerales esenciales para la llamada transición energética, como el litio, el manganeso, el níquel y el uranio, aún sin explotar.
Sin embargo, la actividad minera está causando graves daños medioambientales. El propio Gobierno de Lusaka abrió a principios de año una investigación sobre la contaminación de los ríos, especialmente en la región del Copperbelt (donde se extraen cobre y cobalto), tras numerosos episodios de contaminación.
Los obispos recuerdan que «en 2021, Konkola Copper Mines (KCM) resolvió una larga disputa por contaminación con las comunidades cercanas a la planta minera, después de que el material tóxico vertido por la mina Nchanga contaminara los ríos y destruyera las tierras agrícolas». Las operaciones de KCM también han provocado graves daños medioambientales en el río Mushishima y en otras zonas del Copperbelt.
«Estas injusticias medioambientales han causado daños inmediatos y a largo plazo para la salud, han destruido ecosistemas y han acabado con el sustento de quienes viven de la agricultura y la pesca», denuncian los obispos, quienes subrayan que la agencia nacional de seguridad medioambiental (ZEMA, Zambia Environmental Management Agency) «debe ser considerada responsable».
No obstante, no son solo las grandes explotaciones mineras vinculadas a intereses extranjeros las que generan estos daños. «El descubrimiento de vetas auríferas en distintas zonas del país ha provocado una fiebre del oro», señalan los prelados. «En busca de ganancias en una economía precaria, ciudadanos comunes, en su mayoría jóvenes, se lanzan a la aventura por su cuenta y riesgo», advierten. «Sin un control adecuado, estos mineros artesanales corren el peligro de ser sepultados por derrumbes en sus minas improvisadas y de intoxicarse con mercurio (utilizado para extraer el oro de las rocas), además de poner en riesgo la salud de las comunidades locales». El problema de la minería aurífera artesanal afecta también a otros países africanos como Ghana, donde el fenómeno se conoce como galamsey.
Los obispos concluyen instando al Gobierno a reforzar la normativa, exigir responsabilidades a las empresas mineras en la restauración de los ecosistemas dañados y crear oportunidades seguras y reguladas para los ciudadanos, especialmente para los jóvenes, de modo que puedan beneficiarse de las riquezas naturales del país.
L.M.
Fuente: Agencia Fides
[CIDAF-UCM]


