Pequeños artilugios y secretos de todo africano moderno

25/01/2012 | Crónicas y reportajes

Mi madre (bendita mujer) era muy buena contando historias. Cuando éramos niños esperábamos ansiosos sus interminables cuentos sobre el ingenioso Mr. Hare, el Sr. Conejo, y otros personajes de nuestra época.

Más adelante, nos deleitó con historias sobre parientes excéntricos. Entre ellos mi bisabuelo, en sus tiempos un guerrero y el principal dueño de ganado de la aldea.

Él fue elaborando la creencia de que cualquier novillo nacido en las aldeas vecinas con aspecto similar al de alguno de los toros de su corral, solo podría haber sido engendrado por uno de ellos. De modo que se los apropiaba; los sumaba a su colección.

También nos contó acerca de una tía, destacada por su buen carácter. Una noche esta tía decidió regresar a su casa caminando por uno de los senderos de la aldea.

Relajada y disfrutando del frescor de la noche, ventoseó. Sin que lo notara, uno de los hombres de la aldea caminaba detrás de ella. El hombre le reprochó: “¿Qué clase de mujer es usted que envicia el aire mientras camina?”, sugiriendo que no era digna del estándar de dama.

Mi perspicaz tía contrarrestó: “¿Qué clase de hombre es usted, que camina de noche sin silbar?” Implicando que de haberlo hecho, ella lo habría notado y habría sido más recatada. El no silbar significaba que él era un cobarde y que temía a la oscuridad.

El hecho de que la sociedad espera ciertas cuestiones de las mujeres, y de los hombres, es una realidad que siempre existirá. Lo único que cambia son los tipos de cuestiones que se espera de ellos, o que se les permite hacer.

En tiempos más conservadores no era bien visto que las mujeres africanas condujeran bicicletas o usaran pantalones. Eso ya es historia.

A partir de ejemplos como los anteriores podría considerarse que aquello que la sociedad permitía, o no, conformaba su cultura. Sin embargo, no se trataba más que de una cuestión política, y determinaba quiénes detentaban el poder.

Poder concedido

Pensemos en el uso de la bicicleta; que favoreció dos hechos. Primero, los habitantes del África rural lograron desplazarse a mayor velocidad. Esto significó que los hombres —a quienes se les permitía utilizarlas—, obtuvieran un tiempo extra para dedicar a otras actividades.

Las mujeres, quienes recorrían distancias similares a pie, perdían demasiado tiempo en el camino y les quedaba muy poco para sí mismas o para realizar otras actividades de su interés. En consecuencia, surgieron muchos más innovadores hombres que mujeres.

En segundo lugar, las bicicletas permitieron a los hombres extenderse más allá de sus aldeas, y expandir así sus horizontes y aprendizajes. Esas experiencias otorgaban poder. Por lo tanto los hombres, libres de alejarse hasta donde desearan, lograron ampliar sus conocimientos más que las mujeres, a quienes se les negaron las mismas posibilidades.

De este modo, cuando había que elegir un jefe de aldea los hombres siempre terminaban ocupando el puesto, ya que se los consideraba más “sabios”. Sin embargo, se incurría en un error, porque la “sabiduría” que la sociedad ponderaba como una medida de las habilidades de un hombre, era en realidad el equivalente de las oportunidades que éste había obtenido.

Lo mismo ocurre con las posesiones. Algunos elementos eran propios del género. Por ejemplo, un africano “de ley” que no poseyera una lanza o una vaca era considerado un hombre incompleto.

Y una africana de edad avanzada sin abalorios o vasija de barro no era vista como una verdadera mujer.

La cuestión, entonces, es ¿y qué sucede con el africano moderno o, mejor dicho, con el africano oriental? ¿Qué debe poseer “en su caja de herramientas” para ser considerado “uno más del grupo”? ¿Qué dicen estos objetos acerca de él? Y, más aún, ¿por qué debería poseerlos?

Según mi percepción, la economía política que regula a todo africano oriental moderno nos exige contar con AL MENOS TRES de los siguientes accesorios:

1. Una pequeña navaja del ejército suizo: Este objeto, en particular, sugiere que alguna vez su dueño fue un scout; que ha experimentado la vida en la naturaleza.

En segundo lugar, implica que sabe utilizar sus múltiples complementos —en otras palabras, que se es un varón hacendoso. Es el equivalente a la lanza de nuestro abuelo, pero más acorde con la época actual de los derechos humanos.

Resulta más difícil matar a otro hombre con una pequeña navaja suiza en una pelea en un bar por una mujer, o en un juego del Manchester United vs. Chelsea, que utilizando un arma, un puñal, una espada o una lanza.

En resumen, una pequeña navaja del ejército suizo nos aporta la apariencia de machos sin la obligación de complicarnos en demostrarlo. (La mía fue un regalo de cumpleaños de mi esposa mucho antes de que nos casáramos, hace 21 años. Todavía la tengo. El detalle es importante porque los años les otorgan pedigree).

2. Una billetera: Si alguna vez tu hija —o tu hermana— te piden que respondas en pocas palabras con qué clase de hombre nunca debería casarse, respóndele: “Con uno que no tenga/use billetera”.

Una billetera es símbolo de organización, o al menos de la intención de ser organizado. Mediante este adminículo un hombre deja muy en claro que es capaz de manejar sus bienes.

Además, la billetera funciona como freno. Si te encuentras en un bar y se te acaba el dinero, es hora de volver a casa. Es decir, este elemento permite distinguir al ciudadano responsable del irresponsable.

3. Una corbata o insignia de un colegio, universidad o club antiguos: La Historia, especialmente la de nuestras sociedades, familias y países, nos define como seres humanos. Pero se trata de historias predeterminadas, nosotros no las elegimos.

Cualquier hombre que se precie como tal debe construir la suya propia. Y esto debe ocurrir mientras asiste a la escuela, durante la práctica de algún hobby (ej. escalar montañas) o en su tiempo libre (ej. en un lugar como el Club Parklands de Nairobi).
Por lo tanto, el hombre debe asegurarse de poseer algún objeto recordatorio de su colegio (una corbata o sweater), de su hobby (una insignia Rotary o un trofeo de dardos) o de su vida al aire libre (alguna corbata o camiseta de algún club).

Estos elementos cumplen dos funciones. Por un lado, un auténtico hombre no se verá forzado a hablar de sí mismo todo el tiempo. El trofeo o la corbata hablarán por él. Por otro lado, son prueba fehaciente de que es posible pertenecer a algo que excede a la familia (aquí radica la verdadera importancia de la corbata del club).

4. Una camisa blanca: En África es imposible utilizar camisas blancas regularmente. El calor nos hace sudar y el blanco se mancha con facilidad. Pero su principal enemigo es el polvo africano.

En menos de una hora, se adquiere el aspecto de haberla utilizado durante tres días seguidos, sin lavado de por medio. De todos modos, llevar una camisa blanca demuestra coraje frente a los embates de la naturaleza.

Y lo más importante, evidencia que somos lo suficientemente competentes como para mantenerla blanca. Una sola camisa blanca alcanza para tal fin.

5. Un par de pantalones cortos: Las piernas de los hombres venidos en años suelen ser feas, desagradables a la vista. Si, además, las acompañan con un estómago prominente se tornan aún menos atractivas. Se podría considerar que ningún hombre de más de 30 debería usar pantalones cortos en público.

Error. Cuando un hombre con piernas horribles usa shorts, nos está contando una historia que excede su propia apariencia y, si mirásemos más de cerca, podríamos adivinar allí gran parte de su esencia.

Un hombre con pantalones cortos es como una mujer con la confianza suficiente como para salir sin arreglarse el cabello y sin maquillaje, todo al mismo tiempo.

6. Sandalias abiertas: Vivimos en el trópico húmedo así que, en principio, se podría creer que poseer un par de sandalias tiene sentido, ya que son más confortables que los zapatos cerrados.

Pero hay un pequeño detalle. Por algún extraño motivo a muchas mujeres les molesta ver nuestras sandalias abiertas acompañadas por medias —especialmente si las llevamos con medias.

De modo que las sandalias (con medias) son una buena alternativa para todo hombre que desee perturbar a su madre, hermanas, novia, esposa o compañeras de oficina, sin que su intención sea descubierta.

Si el asunto se pone serio y en casa nos presentan un ultimatum, se evita el desastre con simplemente quitarse las sandalias. Además, no son tan terribles como los dos ítems de moda masculina que podrían ponerle fin a un matrimonio: un traje amarillo combinado con zapatos marrones.

7. Una chaqueta de cuero: Si pudiera elegir, pondría la chaqueta de cuero dentro del top tres de los indispensables masculinos, junto a la navaja suiza y la billetera. Este objeto amplía drásticamente el “rango de versatilidad” del hombre que lo posee.

Según el tipo de chaqueta de cuero que llevemos, la gente puede creer que somos motociclistas, pilotos, oficiales de la armada, navegantes, estancieros adinerados, músicos cool, ambientalistas radicales, profesores naturalistas o nerds.

Cualquiera sea la elección, una chaqueta de cuero confirma nuestra fuerte pertenencia al vasto universo masculino.

8. Un objeto cedido directamente por tu papá o tu abuelo: Aunque los varones estemos acostumbrados a “jugar rudo”, todos necesitamos nuestra cuota de cariño.

Por eso siempre valoramos que los hombres de nuestra familia nos regalen algún objeto de su pertenencia como señal de afecto, pero principalmente porque ya nos consideran dignos de confianza para llevar a cabo la importante tarea de mantener las tradiciones familiares.

No hace falta que sea un elemento grande. Puede ser un sombrero manchado, un reloj antiguo, aquella bolsa de arena maravillosamente golpeada durante 40 años, una pipa, o la cigarrera que usó el abuelo durante la Segunda Guerra Mundial.

Mi padre todavía conserva una brocha que ya existía cuando nací. La madera tiene la pátina más abundante y brillosa que vi en toda mi vida. Debe tener más de 60 años. Si me lo regalara, aún a mi edad se me llenarían los ojos de lágrimas.

9. Una colección privada: Los hombres solíamos cazar y recolectar. Salíamos a matar al animal, lo traíamos a casa y la mujer se las arreglaba para transformarlo en comida para servir en la mesa.

Este costado recolector sigue formando parte de nuestra identidad. Algunos africanos, por ejemplo, recolectan esposas. Pero eso ya está pasando de moda; en estos días nuestras mujeres tienen tanta educación y poder que no permiten semejante locura.

Hoy tenemos la tarea simplificada: un hombre deberá coleccionar CD (o mejor aún, discos en vinilo), monedas, pinturas, libros o corbatas. Lo importante, a fin de cuentas, es recolectar.

10. A lo largo de los años comprobé que tanto las mujeres de África como las de Asia, Norteamérica, Europa y Latinoamérica comparten una misma inquietud: a todas las espantan los hombres demasiado limpios y ordenados.

Sospechan que tales hombres son psicópatas, asesinos encubiertos, caníbales o incluso travestis. Los hombres lo saben, por eso cuentan con al menos dos instrumentos diseñados para tranquilizar mujeres: medias o camisetas viejas y agujereadas.

Las camisas desgarradas son también importantes porque nos otorgan un estilo primitivo y desorganizado, lo que funciona como puerta de acceso a la instintiva necesidad de nuestras novias o esposas de ayudarnos a “organizarnos”, ya sea tirándolas o quemándolas.

Aunque cumplen también otra función: del mismo modo que la bolsa de arena o la pipa del abuelo, son una fuerte línea de conexión con nuestros ancestros; con el pasado.

11. Siempre habrá momentos en los cuales todo hombre que haya asistido a la escuela deberá demostrarlo; o al menos causar una buena impresión. Surgirá la necesidad de nombrar nuestro libro favorito o citar una frase de algún clásico.

Puede resultar complicado, pero durante los últimos 60 años se encontró la solución. Un africano de veras debe poseer (o ser capaz de citar) ya sea Rebelión en la granja, de George Orwell, Todo se desmorona, de Chinua Achebe o Julio César, de William Shakespeare.

Existen pocas conversaciones en las que una frase de Orwell, Achebe o Shakespeare no garanticen al africano que las pronuncie el éxito social deseado. De no ser así, ya no hay nada que podamos hacer para ayudarle.

12. Un hombre necesita papeles: Por papeles me refiero a algún documento que nos ubique en algún sitio concreto o nos atribuya la propiedad de algo, por más pequeño que sea. Puede tratarse de un certificado de nacimiento, un diploma de secundaria o universidad, un título de acciones, un título de propiedad, una certificación de servicios de la armada o la policía, o incluso una carta de despido de nuestro último trabajo. Un hombre sin papeles es, probablemente, un marciano que se encuentra de visita.

13. Finalmente, un gran abrigo: Este objeto es de gran utilidad para los hombres casados cuya reputación dentro de su familia política es la de protector.

De vez en cuando, este tipo de africano deberá asistir a algún funeral en el hogar de un pariente político. En dichos momentos mostrarse fuerte es indispensable, de modo que se debe estar preparado para pasar la noche afuera, sentado frente a una fogata, o apoyado masculinamente sobre una columna, de brazos cruzados.

Para ello, un abrigo estoico que te mantenga al resguardo del frío es el aliado ideal. Nunca, jamás, asistas al funeral de algún pariente político vestido con algo que se asemeje al chal de tu esposa o a una frazada vieja que le robaste al sillón antes de salir de casa. (twitter@cobbo3)

CHARLES ONYANGO-OBBO

Africa Review. Kenia, 12 de diciembre de 2011.

Traducido por Magdalena Saux, para Fundación Sur.

Autor

Más artículos de Administrador-Webmaster