Civilización armada: el arte de matar

20/12/2011 | Crónicas y reportajes

“En el imperio de la vergüenza, gobernado por la rareza organizada, la guerra ya no es esporádica, es permanente. Ya no constituye una patología, sino la norma. Ya no equivale más a un eclipse de la razón. Es la razón de ser del propio imperio”. [1]

Las armas han dejado de convertirse en material de equipamiento para transformarse en herramientas de despojar. Costosas, inútiles, peligrosas. Con su enjambre de satélites y ordenadores último grito que captan las conversaciones del mundo entero, América no vio venir el atentado del 11 de septiembre. La invasión de Afganistán tuvo tanto impacto como un espadazo en el agua y en cuanto a la de Irak en 2003, tendríamos la tentación de creer que fue “programada por Al-Qaeda” [4].

Los árabes se gastan por habitante en la compra de tanques y artillería, más que el conjunto de los 30 países europeos miembros de los antiguos pactos de Varsovia y de la OTAN [3]. En este mercado mundial, estos países se reparten la parte del león: el 50% de todas las transacciones. Un verdadero embrollo. Cantidades exorbitantes para adquirir un material que en el mejor de los casos sólo servirá para ser destruido cuando ocurra un ataque sorpresa (Egipto, Irak, Libia…) y en el peor, para matar al ciudadano “hermano” o al vecino “hermano”. La guerra Irak – Irán se cobró entre ambas partes de 1,5 a 2 millones de víctimas, sin hablar de la destrucción que les llevó de vuelta a la casilla cero en el tema de la modernización. Argelia, que no está amenazada por ninguna potencia interior ni exterior, bastante alejada de Israel, con buenas relaciones con Estados Unidos y con sus vecinos según el discurso oficial, está en el top10 de los países importadores de armas. En el periodo 2008 – 2009 se gastó en la compra de juguetitos para matar 2.460 millones de dólares, según el Instituto Internacional para la búsqueda de la paz (SIPRI). En 2011, 4.500 millones de euros. Clasificada en segundo lugar de los importadores de armas del continente, justo detrás de Suráfrica, SIPRI está preocupado por esta desenfrenada carrera armamentística. Todo este dinero transformado en escuelas, universidades, alojamientos, hospitales, trenes de alta velocidad, parques de atracciones… hubiese devuelto a Argelia su aura de antaño y la hubiese transformado en una potencia regional a imagen de Turquía sin el misil kurdo. El sueño ha sido destruido por esta malsana bulimia por adquirir esas existencias de chatarra, tan sólo atribuible al “fantasma de la conspiración” [5], auténtica pandemia entre los dirigentes árabes que llegan incluso a bombardear su propia población para saciarla.

En los años 70 había un puñado de conflictos en el mundo, una treintena en los años 80, de 1993 a 2003 estallaron 43 guerras (no menos de 10.000 muertos al año) frente a la impotencia de la ONU, cuyo presupuesto en su mayor parte está destinado a las operaciones de mantenimiento de la paz (72.000 cascos azules en activo en 18 países) [1]. Las estadísticas hablan de unos 1.000 soldados muertos cada día, lo equivalente a las bajas diarias del ejército francés durante la Primera Guerra Mundial que sólo duró cinco años, mientras que los conflictos actuales tienen una longevidad mayor. Las muertes civiles son cinco veces mayores, mientras que las matanzas periódicas a la camboyana ni siquiera se cifran. Hace más de 2.500 años, el gran estratega chino Sun Tse, que inspiró a Bonaparte, Mao y muchos más, escribió: “La guerra se parece al fuego: los que se niegan a deponer las armas son consumidos por ella”. Hoy, incluso la paz es armada, ya que es “nuclear” según la expresión de John Saul [2]. Según Sun, hay que evitar la guerra imponiéndose gracias a un liderazgo. Alemania y Japón son el mejor ejemplo de ello. Excluidos de este juego perverso desde la Segunda Guerra Mundial, estos dos gigantes no están amenazados por ningún ejército extranjero a pesar del irrisorio 1% del PIB que dedican a su defensa.

En el “Lamento de la paz”, Erasmo mostró que la paz tiene un precio, mínimo y ¡oh! cuán preciado si la voluntad acompañase: “… no calculo aquí la cantidad de dinero que se escurre entre las manos de los proveedores de los ejércitos y sus empleados y entre las manos de los generales. Haciendo el cálculo exacto de esos gastos, si no convienen que habrían podido comprar la paz con la décima parte, sufriré con resignación que se me eche de todas partes” [6]. Hoy, con esta multitud de guerras convencionales que, día a día, se escapan a cualquier control, ¿podremos huir indefinidamente de un conflicto nuclear? Se dice que los americanos son insensibles a cualquier lobby, y que si emplean su tiempo apoyando a Israel es porque al menor desfallecimiento, el mundo árabe aprovechará para librarse del estado hebreo, el cual al verse arrinconado, utilizaría su armamento nuclear… Se han almacenado suficientes armas de destrucción masiva como para provocar otro Big-Bang. ¿Quién podrá evitarnos este fin del mundo y preservar esta paz, incluso “nuclear”? Estados Unidos no, este coloso fragilizado y desorientado por sus derrotas. Menos aún Rusia con su política “enmascarada” a lo Pouchkine que no vaciló en borrar del mapa al 17 % de la población chechena. China, rotundamente no, ese nuevo banquero del mundo que, mientras ya había comenzado el genocidio, siguió abasteciendo al régimen de Kigali con machetes para masacrar casi un millón de mujeres, hombre y niños tutsis en 100 días [1]. Y qué decir de la ONU, cuyos cascos azules armados hasta los dientes asistieron a este genocidio como simples espectadores. En este ambiente mefítico un loco peligroso podría tomar las riendas… Camus decía que el gusano está en el corazón del hombre. Cierto es que una civilización que se arma debe estar muy enferma. Estamos cerca de un sobresalto con el optimismo de un Voltaire: “El número infinito de enfermedades que nos mata es bastante grande; y nuestra vida bastante corta para que podamos pasar de la plaga de la guerra”.

Mimmi Missiva

Publicado en “Free Algérie”, el 26 de noviembre de 2011.

Traducido por Juan Carlos Figueira Iglesias, para Fundación Sur.

[1]: Jean Ziegler (El Imperio de la Vergüenza)

[2]: John Saul (La dictadura de la razón en Occidente)

[3]: René Naba (En los orígenes de la tragedia árabe)

[4]: Jean-Claude Barreau y Guillaume Bigot (Toda la Historia del mundo)

[5]: Ferydoun Hoveyda

[6]: Erasmus Von Rotterdam (1.517), Munich, Holborn, 1.934

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